"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 4 de abril de 2013

La peladora de patatas

En una lejana villa de un lejano país nació un día la mujer de la cual me contaron una historia. Como no deseo que quede en el olvido, voy a contárosla. Leed con atención porque no es una historia banal sino una que os dará qué pensar acerca de los motivos por los que unos servimos para una cosa y otros para otra. Todo está escrito en las estrellas y cuando nacemos, nada, ni el más exigente cambio en nuestras vidas, nos desviará de llegar a donde siempre debimos estar.
Brígida, así llamaremos a nuestra heroína, creció rodeada de mimos y amor. En su hogar no había demasiados lujos pero su familia la quería porque era una persona dulce y cariñosa, siempre dispuesta a ayudar a sus hermanos o a obedecer a sus padres. No siempre las cosas fueron de color de rosa pero en general su infancia transcurrió feliz. Cuando llegó su juventud, como en toda vida que se precie, comenzaron las dificultades. Hubo momentos malos y momentos buenos, pero ella logró superarlos con su sello de identidad: la dulzura.
 Tuvo tres novios y a los tres los quiso pero sólo uno la llevó hasta el altar. Dejaron atrás complicaciones, celos, habladurías…Para Brígida, la romántica entre  las románticas, sirvió como declaración de amor las palabras que su novio pronunció ante el descarado reniego de su madre : “Me casaré con ella o con nadie más”…¿Quién podía sustraerse a semejante desafío? Supo que lo esperaría, que le entregaría su corazón en cuanto se lo pidiese de nuevo... Y al fin, lo tuvo.
 Fueron felices, como todos los matrimonios los son: a días y a ratos. El resto del tiempo no fueron desgraciados y eso, pensaba Brígida, era suficiente. Nacieron  cinco hijos. Y cada uno trajo una historia que aportar a la de nuestra protagonista. Historias de amor, de celos, de enfados, de suspensos y aprobados…Historias que colmaron los días y las noches, llenando las horas y haciendo que la vida de Brígida estuviera completa; más que completa, llena. No se acordaba muy bien de vivir para sí misma sino para los demás. Siempre con su eterna dulzura.
Fueron pasando los años y a veces pensaba que la vida se le estaba yendo demasiado deprisa. Sus hijos se independizaron, nacieron los nietos (cuatro chicas, a cual más bella por dentro y por fuera, según su mirada), pasó al otro lado su esposo…y ella empezó a sentir una tristeza muy honda que disimulaba con una dulce sonrisa para que los demás no se angustiaran.
 No siempre sus hijos fueron justos con ella, no siempre estuvieron atentos…y aunque a veces Brígida refunfuñaba, en su corazón no dejó de disculparles y preocuparse por ellos. Sin embargo, se sentía inútil, como si el día a día no fuera importante…como si ya no tuviera nada que ofrecer a los demás.
Y entonces, alguien muy cercano a ella le hizo ver lo siguiente: Sus hijos eran unos devoradores de patatas; siempre estaban comiendo patatas. Podían ser fritas, guisadas, en tortilla…Pero ella siempre estaba ¡pelando patatas! ¡Era la mejor peladora de patatas del planeta Tierra! Si pusiera en fila india las peladuras de patatas que había recortado a lo largo de sus años de madre, podría irse andando sobre ellas a todos esos ignotos territorios con los que siempre soñó y a los que jamás pudo viajar. Con sus patatas había llenado los estómagos hambrientos de sus retoños y de los que se añadieron a probar tan suculenta comida…¿No se había fijado en la sonrisa de felicidad de los suyos cada vez que hincaban el diente en las rechinantes patatas? En vez de madre o abuela, debería considerarse a sí misma peladora, la mejor, más excelsa y gloriosa, PELADORA DE PATATAS.
Y entonces Brígida supo que era cierto. Le hubiera gustado haber sido aventurera, astrónoma, escritora… sin embargo, sus pasos por la vida la habían llevado hasta un fogón de cocina; un lugar insignificante en apariencia, pero un lugar desde el que  podía hacer feliz a los que amaba. No había nacido para ser una “gran mujer”, para pasar a la historia por proezas sin par, pero sí había nacido para añadir sal a la vida de los suyos, para crear felicidad, para dar ternura…para ser recordada, SIEMPRE, como LA MEJOR MADRE DEL MUNDO.
Y entonces Brígida se sintió satisfecha. Supo que, sin lugar a dudas, su vida había merecido la pena.
Para que esto no quede en el olvido, yo, la cronista de la familia, dejo constancia de ello. Y le doy, en nombre de todos mis hermanos y sobrinas, las gracias por estar ahí.


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