"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 11 de diciembre de 2014

"La escuela"







El premio Miguel Hernández , otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, ha recaído este año en el “Proyecto de inserción sociolaboral para colectivos excluidos o en riesgo de exclusión” de la Asociación Equipo Solidaridad de Badajoz.
Este simple epígrafe dejará frío a quien no conozca lo que subyace bajo ese proyecto y ese equipo; sin embargo, para las personas que hemos participado activamente de él es es colofón a muchos años de satisfacciones, sinsabores, estrés, exaltaciones...
Lo he vivido en primera plana durante veinte años y me siento tan orgullosa de ello que no puedo dejar de reflejarlo en el lugar donde suelo confesarme, mi blog.
Si bien mi espíritu de escritora ha estado latente esos largos años, teniendo que limitarme a mis diarios y los esbozos de novelas que luego han resultado lo que hoy son, no por ello me he sentido frustrada.
Tuve la inmensa suerte de trabajar en lo que he considerado mi vocación hasta hace cuatro días, ser maestra. Y no de niños o adolescentes alocados que te proporcionan más angustia que felicidad – por lo que me han transmitido mis amigos de la enseñanza “formal”, sino de personas adultas con problemáticas tan terribles que me han enseñado lo afortunada que soy al haber nacido en un entorno donde hay comida en la mesa, amor en la familia y confianza plena en los amigos.
A ese proyecto premiado la gente que trabaja y hemos trabajado en él lo llamamos “la escuela”. También las mujeres que se benefician de sus programas, y sus hijos, para los que se abrió un taller infantil.
Lo más asombroso es que no tenemos muy claro quien aprende de quien porque se establece una simbiosis al llegar a ese pequeño local – cedido, porque el dinero nunca dio para más – en el que las “maestras” ponemos nuestro granito de arena pero las mujeres ponen su confianza, su simpatía, sus miedos, sus alegrías, sus esperanzas y, por supuesto, sus experiencias.
Fueron incontables esas mujeres; en un principio llegaron las procedentes del mundo de la prostitución y las de etnia gitana – debido a su dificultad para acoplarse a centros “normalizados” y porque nos encontraron en el epicentro de su barrio - ; después se les sumaron inmigrantes necesitadas de aprender español, y españolas con dificultades diversas. Siguieron llegando las que deseaban sacarse el carné de conducir, aprender informática, lograr una titulación básica pero con carencias tan grandes que no conseguían incorporarse a la enseñanza reglada ya que no se adapta a sus niveles ...Incluso pasaron por la escuela mujeres de edad avanzada cuyo sueño era aprender a leer o escribir pero que a lo largo de su vida no tuvieron la oportunidad de hacerlo...
¡Resultó tan reconfortante aportar algo de plenitud a esas vidas! A través de talleres aprendieron – y lo siguen haciendo – a conducir, a coser, a atender a personas dependientes, a cuidar su salud, a asumir sus problemas y enfrentarse a ellos, a quererse, a colaborar con los demás, a convivir con gente de otras razas y credos, a admirar la creatividad ajena y la propia realizando manualidades o visitando museos y ciudades cercanas, a festejar la felicidad de los demás en las celebraciones de santos, cumpleaños, navidad o fin de curso...
¡Tantas y tantas cosas!
En cuanto a las maestras – voluntarias o fijas, que de ambos tipos han pasado en gran número durante estos años, aunque algunas permaneciéramos desde los inicios – puedo decir sin pudor que lo hemos dado todo: tiempo cariño, esfuerzo...Hemos dejado nuestra piel y nuestro corazón en cada mujer que compartió nuestro espacio; y lo hemos hecho lo mejor posible. Me consta que hemos llorado con las tristezas y penurias de esas mujeres, que hemos intentado paliar sus problemas, que nos hemos alegrado con cada victoria personal...
Hicimos muchos amigos por el camino aunque habrá quien no quiera recordar su paso por la escuela con tan buenas palabras; sólo puedo sentirlo por ellas porque intentarlo, lo intentamos.
Sufrimos fracasos, sin duda, pero ¡han sido tantas las victorias! Este premio ha sido sólo un pequeño ( gran) culmen; antes tuvimos la fortuna de que nos subvencionaran organismos públicos y privados, que las mujeres obtuvieran sus carnés de conducir, sacaran el titulo de graduado escolar primero y de la ESO después, que saborearan el aprender a leer, se admiraran ante un guía en una exposición... Que se sintieran fuertes para afrontar sus decisiones y mejoraran sus vidas.
No puedo explayarme más sin adentrarme en terrenos personales y para eso debería pedirles permiso; pero subjetivamente siento que soy mejor persona gracias a esos veinte años. Gracias a ellas valoro ser mujer, tener salud física y mental, ser creativa, tener fortaleza.
A “mis chicas” como siempre les llamé, les debo inolvidables tardes de conversación, de cafés, de confidencias...En la escuela somos “maestras” cuando corresponde, y amigas siempre que podemos. Y mantenemos esa amistad por encima del tiempo y el espacio.
Merecen mención especial mis compañeras, las cuales comparten la tarea diaria con sumo agrado y con tesón y mucho coraje las horas de papeleo, las ingentes horas de trabajo que supone para una asociación tan pequeña obtener fondos que sufraguen los gastos de mantenimiento de un local por el que pasan al año un promedio de sesenta mujeres. Esa es la parte más ingrata de semejante “curro”, la presentación de proyectos y memorias ; la de hacer de gestores cuando lo único que se desea es disfrutar de la dulce tarea de la enseñanza.
No es un cuento lo que he escrito. Fue y es una realidad. Una preciosa realidad donde acuden las mujeres que necesitan apoyo; del tipo que sea. Un lugar donde al abrir la puerta, lo primeo que recibes es una amplia sonrisa seguida de un “Bienvenida ¿qué podemos hacer por ti?”
Si no lo crees, pásate por allí. San Juan, 28.

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