"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 30 de julio de 2015

Mi última publicación

Os regalo un trocito de ella, justo cuando Blanca y Justin se conocen, para abriros boca...

Mientras sus hombres organizaban a empujones a los españoles alrededor del palo mayor, MacKane bajó del puente de mando y se paseó con indolencia entre ellos. La reconoció enseguida. No por su figura, bien distorsionada con unas calzas marrones, una camisa holgada y un jubón de cuero que le daba apariencia de mozalbete, sino por su cutis fino y sus ojos verdes, descaradamente desafiantes. Tampoco la ayudaba el único signo de nerviosismo que desprendía de su persona, un suave aleteo de la nariz, dilatada por la expectación. El cabello lo ocultaba tras un pañuelo oscuro, sujeto a la nuca. Conteniendo las ganas de arrancárselo, seducido por su audacia, se lanzó a provocarla.
—¿Vuestro nombre? inquirió en castellano.
—Iñigo de Guzmán escuchó decir, sin titubeo. 
—¿Vuestra edad?
Si hubo sorpresa en la mirada, no la mostraron sus labios, prestos en responder.
—Dieciséis.
—¿Sabéis usar la espada?
—¡Por supuesto!
La respuesta lo dejó perplejo, motivándolo a llegar más lejos.
—¡Byron, tu sable!
Sin aceptar el mudo reproche de su segundo, quien empezaba a temerse un motín por parte de la tripulación enemiga a la vista de sus gestos de inquietud, tomó el arma y se la entregó a la joven.
La sorpresa que se plasmó en su rostro al ver con qué arrogancia la aceptaba fue tan patente, que apenas tuvo ocasión de ponerse en guardia cuando ella le envió un mandoble. Durante unos minutos se limitó a defenderse, reponiéndose de su asombro, mientras escuchaba el jolgorio con que sus hombres acogían el inesperado duelo, pero enseguida inició un contraataque formal buscando desarmarla. Sin embargo, le costó conseguirlo. La muchacha acometía con una furia primitiva, que no le permitía pensar con astucia su defensa, pero tampoco le dejaba quitarle la espada sin ocasionarle daño. Cuando percibió que ella titubeaba, comprendiendo finalmente que para él solo era un juego, aprovechó la ocasión e hizo saltar su pañuelo por los aires, aunque al instante se arrepintió del gesto.
Un silencio sepulcral inundó la nave, seguido rápidamente de gritos de asombro entre su gente y de maldiciones desde la fila de prisioneros. A él mismo le costó reponerse ante la impresión del bello rostro que quedó a la vista, enmarcado por una esplendorosa cabellera negra que fluyó en cascada hasta media espalda. No obstante, tuvo la presencia de ánimo necesaria para desarmarla y lograr que quedara de rodillas, derrotada. A continuación, le tendió la mano dispuesto a izarla pero los ojos verdes refulgían con tal rabia que retrocedió unos pasos, confuso.
Solo pretendía ayudaros aseguró, haciendo uso de su buen español.
—¿Ayudarme un pirata? —Ella no disimuló esta vez su voz, indiscutiblemente femenina, y rezumando desdén¡No me permitiré caer tan bajo!
Su desaire le resultó tan divertido que no pudo contener la lengua.
—Somos corsarios, no piratas.

Espero haberos dejado con la intriga. Por mi parte sólo puedo aseguraros que me divertí enormemente escribiéndola y que aún hoy me carcajeo al releerla. Es una historia romántica, de aventuras y con unos personajes entrañables. 
Ya sabéis que podéis encontrarme en las plataformas habituales de venta en digital y que ya mismo estaré en papel, en LXL y en amazon, entre otros puntos. Gracias a todo/as por vuestra fidelidad. 

jueves, 23 de julio de 2015

In memoriam

Hace cinco años escribí como regalo de cumple para mi madre el relato " La peladora de patatas" del que ella se sintió taaaan orgullosa...Cumplía los 80 y me pareció la mejor forma de manifestarle mi amor y el de mis hermanos. Este 16 de julio no ha podido ser; está en el lugar donde van los seres maravillosos como ella;  no pudo invitarnos a cenar ni soplamos velas...y el vacío que nos dejó fue demasiado intenso.
En recuerdo de ese día que compartimos su risa y su llanto emocionado quiero volver a mostrároslo, para que conozcáis - los que no tuvisteis esa suerte - a la increíble mujer que me dio la vida.


En una lejana villa de un lejano país nació un día la mujer de la cual me contaron una historia. Como no deseo que quede en el olvido, voy a contárosla. Leed con atención porque no es una historia banal sino una que os dará qué pensar acerca de los motivos por los que unos servimos para una cosa y otros para otra. Todo está escrito en las estrellas y cuando nacemos, nada, ni el más exigente cambio en nuestras vidas, nos desviará de llegar a donde siempre debimos estar.
Eibi (A.B.) así llamaremos a nuestra heroína creció rodeada de mimos y amor. En su hogar no había demasiados lujos pero su familia la quería porque era una persona dulce y cariñosa, siempre dispuesta a ayudar a sus hermanos o a obedecer a sus padres. No siempre las cosas fueron de color de rosa pero en general su infancia transcurrió feliz.
Cuando llegó su juventud, como en toda vida que se precie, comenzaron las dificultades. Hubo momentos malos y momentos buenos, pero Eibi logró superarlos con su sello de identidad: la dulzura.
Tuvo tres novios y a los tres los quiso pero sólo uno la llevó hasta el altar. Dejaron atrás complicaciones, celos, habladurías…Para Eibi, la romántica entre todas las románticas, sirvió como declaración de amor las palabras que su novio pronunció ante el descarado reniego de su madre “Me casaré con ella o con nadie más”…¿Quién podía sustraerse a semejante desafío? Supo que lo esperaría, que le entregaría su corazón en cuanto se lo pidiese de nuevo... Y al fin, lo tuvo.
Fueron felices, como todos los matrimonios los son: a días y a ratos. El resto del tiempo no fueron desgraciados y eso, pensaba Eibi, era suficiente.
Nacieron hijos, cinco hijos. Y cada uno trajo una historia que aportar a la de nuestra protagonista. Historias de amor, de celos, de enfados, de suspensos y aprobados…Historias que colmaron los días y las noches, llenando las horas y haciendo que la vida de Eibi estuviera completa, más que completa, llena. No se acordaba muy bien de vivir para sí misma sino para los demás. Siempre con su eterna dulzura.
Fueron pasando los años y a veces Eibi pensaba que la vida se le estaba yendo demasiado deprisa. Sus hijos se independizaron, nacieron los nietos (cuatro chicas a cual más bella por dentro y por fuera, según su mirada), pasó al otro lado su esposo…y ella empezó a sentir una tristeza muy honda que disimulaba con una dulce sonrisa para que los demás no se angustiaran.
No siempre sus hijos fueron justos con ella, no siempre estuvieron atentos…y aunque Eibi a veces refunfuñaba, en su corazón no dejó de disculparles y preocuparse por ellos.
Se sentía inútil, como si el día a día no fuera importante…como si ya no tuviera nada que ofrecer a los demás…Y entonces, alguien muy cercano a ella le hizo ver lo siguiente:
Sus hijos eran unos devoradores de patatas; siempre estaban comiendo patatas. Podían ser fritas, guisadas, en tortilla…Pero ella siempre estaba ¡pelando patatas! ¡Era la mejor peladora de patatas del planeta Tierra! Si pusiera en fila india las peladuras de patatas que había recortado a lo largo de sus años de madre, podría irse andando sobre ellas a todos esos ignotos territorios con los que siempre soñó y a los que jamás pudo viajar. Con sus patatas había llenado los estómagos hambrientos de sus retoños y de los que se añadieron a probar tan suculenta comida…¿No se había fijado en la sonrisa de felicidad de los suyos cada vez que hincaban el diente en las rechinantes patatas? En vez de madre o abuela, debería considerarse a sí misma peladora, la mejor, más excelsa y gloriosa, PELADORA DE PATATAS.
Y entonces Eibi supo que era cierto. Le hubiera gustado haber sido aventurera, astrónoma, escritora… sin embargo, sus pasos por la vida la habían llevado hasta un fogón de cocina; un lugar insignificante en apariencia pero un lugar desde el que se podía hacer feliz a los que amaba. No había nacido para ser una “gran mujer”, para pasar a la historia por proezas sin par, pero sí había nacido para añadir sal a la vida de los suyos, para crear felicidad, para dar ternura…para ser recordada, SIEMPRE, como LA MEJOR MADRE DEL MUNDO.
Y entonces Eibi, se sintió satisfecha. Supo que, sin lugar a dudas, su vida había merecido la pena.


Y para que esto no quede en el olvido, yo, la cronista de la familia, dejo constancia de ello. Y le doy, en nombre de todos mis hermanos y sobrinas, las gracias por estar ahí.

jueves, 16 de julio de 2015

Yo fui vendedora de libros. Tercera parte.





El tercer punto en esto de vender libros es ¿ Quién compra libros a alguien que llama a tu puerta? Ahora ni el tato, claro; pero estamos hablando de la década de los 90, cuando no existía amazon y había pueblos donde la librería estaba integrada en el colmado de la calle principal...Además, se me ha olvidado un punto más que destacable a tener a nuestro favor: los libros llevaban “regalo”. Consistían en vajillas, cacerolas, cuberterías, otras colecciones...aunque estas últimas eran menos deseadas, por supuesto. Hubo una época en la que incluso vendimos “Vaporettas”- esos armatostes que llenabas de agua y te servían tanto para limpiar una cocina como para planchar un traje – con libros. A la gente que las compraba lo de los libros les daba igual; en ocasiones hasta te decían que te los quedaras.
Hemos vendido dependiendo de si los colores iban bien con las cortinas del salón, de si “pegaban” con las otras colecciones del mueble, si cabían o no donde los querían colocar...Hay un domicilio incluso donde seguramente aún se pueda vislumbrar una enciclopedia de un montón de tomos...cortados. Sí, serrados por debajo para que cupieran en el estante. Imaginaos el dolor de corazón para una amante de los libros sufrir situaciones semejantes. Pues se vivieron.
También había quien los compraba porque querían ayudar a sus hijos en los estudios y se dejaban asesorar , o porque necesitaban una cubertería y total, les salía bien pagarla a plazos y encima venía acompañada de libros (que siempre decoran), o porque pensaban que , de verdad, iban a aprender inglés con un curso de tropecientas cintas ( vamos, que hay que tener paciencia e interés para darle uso a eso)...
Las personas que te abrían la puerta lo hacían de mil maneras: con desconfianza – un director de colegio me echó a voces de su casa, ante el estupor de su esposa, llamándome “engañabobos” cuando ella le recibió alborozada porque la había convencido para comprarme ya no recuerdo qué; yo me fui, evidentemente, pero no sin antes decirle que tendría mucho cargo educativo pero que estaba bien falto de educación; eso sí, era novatilla todavía y después me pegué una “jartá” de llorar en la calle, muerta de vergüenza; a mi jefa le costó que pillara la cartera de nuevo y me lanzara a llamar a otra puerta - ; con amabilidad – algunas señoras te ponían un café y ofrecían hasta magdalenas si era de buena mañana , o simplemente te escuchaban y aceptaban o declinaban la oferta ; a los hombres por lo general les gustaba presumir de lo que ya tenían y si les caías bien, pues te compraban; con descaro – más de una vez, llevando a un chico de compañero, alguna tipeja nos ha recibido con la bata semiabierta y nos ha hecho pasar sin taparse ni un poco; con incertidumbre – era rara la señora que no entusiasmábamos pero necesitaba “permiso de su marido”, con lo cual había que volver y convencer al sudodicho de las ventajas de gastarse un dinero en lo que atraía a su esposa...
También nos han recibido “porque no quedaba otra”. Esos eran los conocidos. Todos los vendedores hemos endosado alguna colección a familiares y amigos. En mi casa tenemos de viajes y de plantas. Y un amigo se quedó con la de Asterix porque no había forma de que le gustara nada ( escéptico él) pero yo necesitaba hacer mi cuota para llegar a fin de mes ( ¿veis como sí que tengo amigos majos?) Admito que a esos era a los que más corte me daba vender; y a no ser que ellos me pidieran algo, muy apurada debía estar para lanzarme a su captura.
Lo de mi familia era más fácil; siempre fuimos unos forofos de los libros y nos encaprichábamos con facilidad. ¡Si hemos sido de Circulo de lectores hasta que nos independizamos la mitad de los hijos!
Luego hubo otro tipo de clientes. Ya os dije que también vendí temas fiscales, laborales, contables... A asesorías y abogados. ¡Dios bendito, qué mundillo más chungo!
Ya no podías ir “mona”; tenías que ir “arreglá”, con falda y tacones. Debías dominar la jerga jurídica y aguantar unos rollos espeluznantes, además de tragarte horas de espera hasta que podían atenderte.
Ángeles y yo – a veces también iba con mi super jefe, pero las menos - llegamos a conocer cada oficina privada u oficial que trabajara dichos temas de toda Extremadura; y no exagero, de TODA. Desde las grandes poblaciones hasta el más mínimo pueblo donde ejerciera un abogado u asesor.
Los hubo encantadores, formales, antipáticos, ligones, repelentes...Inteligentes y torpes. A Ángeles se le cayó el mito de que una persona con carrera tenía que saber de lo suyo. Ya se lo dije yo, uno estudia una carrera pero que sepa ejercerla ya es otro cantar. Juro que no miento asegurando que hubo abogados que ponían cara de tonto cuando les hablábamos de nuevas normas y encima se mosqueaban porque no se lo creían. Algunos eran lerdos hasta decir basta. Pero en fin, capeamos el temporal. Aún deben quedar muchas carpetas vendidas por nosotras en estantes de nuestra tierra.
Y poco más; creo que he resumido lo más interesante de esos cinco años. Admito que los buenos momentos estuvieron equilibrados con los chungos. No volvería a hacerlo ni loca pero tampoco reniego de la experiencia.
Eso sí, aprendí a ser amable con toda aquella persona que llamó a mi puerta después. No compré, pero avisé de mi pasado y me mostré solícita.
Y me descubro ante las personas que se dedican a la venta, del tipo que sea. Hay que aguantar mucho, pero mucho, y poner buena cara para poder cobrar un sueldo a fin de mes. Y si vas a comisión, con más motivo.
No lo olvidéis. Seamos amables y educados. No cuesta dinero.

jueves, 9 de julio de 2015

Yo fui vendedora de libros. Segunda parte.


Ya situada en mi puesto de trabajo, dependiendo de una jefa de equipo, me toca hablar de las relaciones personales con los compañeros. En otros trabajos tal vez los jefes se limiten a mandar y formar su propia camarilla; aquí no. Aquí estaban tan integrados en sus equipos que éramos un todo, y aunque entre los grupos existía en ocasiones rivalidad, muchas veces viajamos juntos para repartirnos una gran ciudad o quedábamos en determinados lugares para comer y ocupar las “tediosas” sobremesas. Pasar el tiempo después de la comida en invierno fuera de casa, en un entorno desconocido, es chungo, pero pasarlo en verano es aún peor... Una tarde estaba tan desesperada porque pasara el tiempo que... Sí, no lo vais a creer, era en un pueblo muy pequeño y estaba sola con mi jefa...( la gente duraba muy poco en este trabajo y ocurría a menudo que el equipo de Ángeles se limitara a eso, Ángeles y yo) Pues como decía, hacía tanto calor, las puertas estaban cerradas a cal y canto...Al menos cuarenta grados... Y sin ningún sitio abierto donde refrescarte... Solté mi cartera, me puse en mitad de la calle y... me lié a cantar ópera. ¡Sí, ópera! A voz en grito. Con los brazos extendidos y Ángeles a mis espaldas entre atónita y partida de risa... Los postigos comenzaron a abrirse y yo permanecí impasible, cantando, sin moverme del centro del asfalto...Volvieron a cerrarse, claro. La gente desconfía de una loca que canta en mitad de la calle. Y nos tuvimos que marchar de vuelta a casa sin haber vendido nada de nada ... Es un recuerdo que aún arranca lágrimas de diversión de nuestros ojos.
Me he ido por los cerros de Úbeda. Hablaba de los compañeros.
Eramos grupos mixtos, pasábamos el día fuera, unos con otros...Pues evidentemente había lo que en todos sitios: rollos, enfados, celebraciones...Hasta una fiesta con ouija recuerdo, en mi casa para más inri, y levantamiento de tíos grandes entre cuatro chicas con la punta de los dedos (¿Lo ha hecho alguien que me lea? La mayoría de las personas a las que se lo cuento se muestran escépticas, y lo hicimos muchísimas veces, en serio).
Eramos gentes de todos los puntos de la geografía extremeña. Guapos, feos, simpáticos, extrovertidos ( los tímidos no duraban lo suficiente), ligones, gays... Vamos, una fauna que arrollaba donde se presentara.
Trabajábamos en pareja por lo general, nos echábamos una mano, aprendíamos unos de otros. Y en las comidas – que corrían de nuestra cuenta por lo que en primavera y otoño solían ser picnis en ermitas, pantanos y sitios así – compartíamos conversaciones que al principio me sacaban los colores. Luego no. Luego aprendí a ser tan descarada como los veteranos.
Por cierto, ver vender a un buen vendedor es una experiencia inigualable. Conseguir que alguien te compre cuando no se lo había planteado siquiera, percibir cómo el brillo del interés asoma a sus ojos, captar el cambio corporal que adopta... Es un chute de adrenalina en vena. Y si lo haces tú, ni te cuento.
He conocido personas admirables en ese aspecto. Mi jefe era bueno – es bueno porque aún trabaja en ello - ; Ángeles era buena; muchos jefes de equipo también; y algunos compañeros ; pero la banda de honor la tiene una mujer llamada Isabel. Ella ha conseguido lo que ningún otro : ¡la llaman para comprarle! Ha creado una red de clientas que a su vez captan nuevas clientas. Hay que tener mucho estilo, mucha empatía para alcanzar ese nivel. Y ella lo tuvo y lo sigue teniendo. Mi admiración por Isa es absoluta. Como la que siento por cualquier buen profesional realizando su trabajo correctamente. Y este, os lo aseguro, es de los más difíciles.
Los mejores recuerdos los guardo de los momentos festivos, como el de la ouija que os dije, las fiestas de Navidad - con un compañero interpretando a Miguel Bosé en Tacones Lejanos casi mejor que el mismísimo Bosé - las partidas de dados a mediodía, con chupitos de anís Marie Brizard que nos dejaban bolingas, las de “Chinchón”, que nos retenían en los bares y pasábamos de currar, comiendo pollo asado con las manos en el pantano de Cornalvo, las locas competiciones de coches, poniendo los autos en paralelo – gracias al cielo era de noche y no nos topamos con otros viajeros - bailando en discotecas hasta las tantas, alucinando con el ligoteo de una compi con un negrazo espectacular...Un cumpleaños mío en el que me regalaron a Willy, un oso gigante que me ha acompañado a lo largo de mis cambios de domicilio...En fin, mil momentos imposibles de resumir en esta página.
¿Si tuve rollos yo? Pues la verdad, mi personita andaba un tanto baja de moral por aquello de que me habían puesto los cuernos... Duró poco. Si para algo sirven los compañeros es para subirte la moral.
Fueron buenos tiempos.

jueves, 2 de julio de 2015

Yo fui vendedora de libros. Primera parte.






Si me lee alguien de Extremadura, seguramente yo llamé a su puerta. Visité todos y cada uno de los pueblos de ambas provincias, a lo largo de cinco años. Realicé venta puerta a puerta, exposiciones, y más tarde, me dediqué en exclusiva a temas legales. Vendí enciclopedias, colecciones de ayuda al estudio, de medicina familiar, de plantas, de viajes, biblias...Después Derecho laboral, fiscal, contable... En fin, cualquier cosa que estuviera publicada en papel y engrosara un considerable conjunto de libros.
Fueron años intensos, amargos, alegres...pero nunca he escrito sobre ellos. Recuerdo haber visto un corto en televisión con Pepón Nieto y otros actores conocidos que reflejaba tan bien aquella realidad que no sentí la necesidad de relatarla yo; sin embargo, ahora que vendo libros, pero de otra manera, he recuperado la sonrisa al recordar aquellos lejanos años y se me ha ocurrido que puede ser un ejercicio – más para mí que para vosotros – divertido.
He decidido que me lo voy a tomar como un trabajo de redacción-evocación y lo voy a dividir en tres secciones:
  • cómo atreverte a trabajar en semejante empleo
  • compañeros/ amigos
  • gente con la que te encuentras y sus motivos para comprar.

Empecé a trabajar en una empresa de Badajoz, filial de otra nacional, arrastrada por la necesidad de hallar un empleo que me proporcionara independencia. Huía de un desengaño amoroso y necesitaba “cambiar de aires”. Mi familia puso el grito en el cielo porque llegué a Badajoz – donde había vivido años atrás una maravillosa experiencia como estudiante de Magisterio – sin conocer a nadie. Dormí de prestado en casa de la amiga de una amiga hasta que entablé amistad suficiente en mi trabajo para hallar a una chica que quería independizarse de su casa y que tenía un amigo hippie que nos ofreció refugio por pocas pelas al mes.
Así me hice adulta de golpe. Lloré muchísimo por las noches, añorando la comodidad de mi casa, hasta que los nuevos amigos me sacaron del letargo de “odiar – anhelar” al capullo de mi ex llevándome  de marcha; conocí a Ángeles, mi jefa de equipo -  desde entonces  alguien imprescindible en mi vida - , y a Manolo, mi super jefe , de los cuales terminé siendo algo más que una empleada  porque confieso que yo lo de obedecer y acatar es que no lo llevo en la sangre; más bien al contrario, tengo complejo de líder, así que me los metí en el bolsillo y me permitieron manejarme con más independencia de lo habitual. Por ejemplo,  no vendía de todo. Lo que no me gustaba ni lo sacaba de la cartera... Sólo ofrecía las colecciones en las que creía, las que yo me hubiera comprado. Y me fui haciendo un hueco en la empresa. Con el paso del tiempo también enseñé a los novatos, aunque jamás me planteé formar mi propio equipo y abandonar el de Angeles. Viajar con ella era tremendamente divertido y asumir más responsabilidades nunca entró en mis cálculos.
Como le dije a Ángeles el primer día – comentario que le sentó como un tiro - “Yo he venido a probar”. Aunque “la prueba” duró cinco años, el último ya a salto de mata.
Me costó muchísimo asimilar que una persona con mis estudios se subiera cada mañana en un coche y partiera hacia cualquier lugar de la geografía regional para llamar puerta a puerta, dispuesta a enfrentar las caras escépticas de quien estaba en su hogar y en quien debía crear la “necesidad” de comprar mi producto.
Tuve tantas y tan dispares experiencias, que ya os contaré, que muchas noches llegaba a mi casa y me miraba en el espejo para ver si de verdad aquella Mercedes era yo. Siempre estuve mimada, arropada por los míos, pero los cien kilómetros que nos separaban eran esas noches una distancia insalvable y tuve que aprender a apañármelas sola. No existían los móviles, no tenía fijo en casa ( suena antediluviano pero hablo del año 89) así que mi timidez se disfrazó de descaro y aprendí a mostrar una seguridad que la mitad de las veces no sentía.
Así fue como me convertí en vendedora de libros. Y como me precio de no hacer las cosas a medias, lo llevé a cabo con bastante dignidad. No brillantemente, en esa categoría entraban muy pocas personas – de las que ya hablaré – pero sí con buena nota.
En próximas entregas, os relaté el resto.