"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 2 de julio de 2015

Yo fui vendedora de libros. Primera parte.






Si me lee alguien de Extremadura, seguramente yo llamé a su puerta. Visité todos y cada uno de los pueblos de ambas provincias, a lo largo de cinco años. Realicé venta puerta a puerta, exposiciones, y más tarde, me dediqué en exclusiva a temas legales. Vendí enciclopedias, colecciones de ayuda al estudio, de medicina familiar, de plantas, de viajes, biblias...Después Derecho laboral, fiscal, contable... En fin, cualquier cosa que estuviera publicada en papel y engrosara un considerable conjunto de libros.
Fueron años intensos, amargos, alegres...pero nunca he escrito sobre ellos. Recuerdo haber visto un corto en televisión con Pepón Nieto y otros actores conocidos que reflejaba tan bien aquella realidad que no sentí la necesidad de relatarla yo; sin embargo, ahora que vendo libros, pero de otra manera, he recuperado la sonrisa al recordar aquellos lejanos años y se me ha ocurrido que puede ser un ejercicio – más para mí que para vosotros – divertido.
He decidido que me lo voy a tomar como un trabajo de redacción-evocación y lo voy a dividir en tres secciones:
  • cómo atreverte a trabajar en semejante empleo
  • compañeros/ amigos
  • gente con la que te encuentras y sus motivos para comprar.

Empecé a trabajar en una empresa de Badajoz, filial de otra nacional, arrastrada por la necesidad de hallar un empleo que me proporcionara independencia. Huía de un desengaño amoroso y necesitaba “cambiar de aires”. Mi familia puso el grito en el cielo porque llegué a Badajoz – donde había vivido años atrás una maravillosa experiencia como estudiante de Magisterio – sin conocer a nadie. Dormí de prestado en casa de la amiga de una amiga hasta que entablé amistad suficiente en mi trabajo para hallar a una chica que quería independizarse de su casa y que tenía un amigo hippie que nos ofreció refugio por pocas pelas al mes.
Así me hice adulta de golpe. Lloré muchísimo por las noches, añorando la comodidad de mi casa, hasta que los nuevos amigos me sacaron del letargo de “odiar – anhelar” al capullo de mi ex llevándome  de marcha; conocí a Ángeles, mi jefa de equipo -  desde entonces  alguien imprescindible en mi vida - , y a Manolo, mi super jefe , de los cuales terminé siendo algo más que una empleada  porque confieso que yo lo de obedecer y acatar es que no lo llevo en la sangre; más bien al contrario, tengo complejo de líder, así que me los metí en el bolsillo y me permitieron manejarme con más independencia de lo habitual. Por ejemplo,  no vendía de todo. Lo que no me gustaba ni lo sacaba de la cartera... Sólo ofrecía las colecciones en las que creía, las que yo me hubiera comprado. Y me fui haciendo un hueco en la empresa. Con el paso del tiempo también enseñé a los novatos, aunque jamás me planteé formar mi propio equipo y abandonar el de Angeles. Viajar con ella era tremendamente divertido y asumir más responsabilidades nunca entró en mis cálculos.
Como le dije a Ángeles el primer día – comentario que le sentó como un tiro - “Yo he venido a probar”. Aunque “la prueba” duró cinco años, el último ya a salto de mata.
Me costó muchísimo asimilar que una persona con mis estudios se subiera cada mañana en un coche y partiera hacia cualquier lugar de la geografía regional para llamar puerta a puerta, dispuesta a enfrentar las caras escépticas de quien estaba en su hogar y en quien debía crear la “necesidad” de comprar mi producto.
Tuve tantas y tan dispares experiencias, que ya os contaré, que muchas noches llegaba a mi casa y me miraba en el espejo para ver si de verdad aquella Mercedes era yo. Siempre estuve mimada, arropada por los míos, pero los cien kilómetros que nos separaban eran esas noches una distancia insalvable y tuve que aprender a apañármelas sola. No existían los móviles, no tenía fijo en casa ( suena antediluviano pero hablo del año 89) así que mi timidez se disfrazó de descaro y aprendí a mostrar una seguridad que la mitad de las veces no sentía.
Así fue como me convertí en vendedora de libros. Y como me precio de no hacer las cosas a medias, lo llevé a cabo con bastante dignidad. No brillantemente, en esa categoría entraban muy pocas personas – de las que ya hablaré – pero sí con buena nota.
En próximas entregas, os relaté el resto.

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