"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 9 de julio de 2015

Yo fui vendedora de libros. Segunda parte.


Ya situada en mi puesto de trabajo, dependiendo de una jefa de equipo, me toca hablar de las relaciones personales con los compañeros. En otros trabajos tal vez los jefes se limiten a mandar y formar su propia camarilla; aquí no. Aquí estaban tan integrados en sus equipos que éramos un todo, y aunque entre los grupos existía en ocasiones rivalidad, muchas veces viajamos juntos para repartirnos una gran ciudad o quedábamos en determinados lugares para comer y ocupar las “tediosas” sobremesas. Pasar el tiempo después de la comida en invierno fuera de casa, en un entorno desconocido, es chungo, pero pasarlo en verano es aún peor... Una tarde estaba tan desesperada porque pasara el tiempo que... Sí, no lo vais a creer, era en un pueblo muy pequeño y estaba sola con mi jefa...( la gente duraba muy poco en este trabajo y ocurría a menudo que el equipo de Ángeles se limitara a eso, Ángeles y yo) Pues como decía, hacía tanto calor, las puertas estaban cerradas a cal y canto...Al menos cuarenta grados... Y sin ningún sitio abierto donde refrescarte... Solté mi cartera, me puse en mitad de la calle y... me lié a cantar ópera. ¡Sí, ópera! A voz en grito. Con los brazos extendidos y Ángeles a mis espaldas entre atónita y partida de risa... Los postigos comenzaron a abrirse y yo permanecí impasible, cantando, sin moverme del centro del asfalto...Volvieron a cerrarse, claro. La gente desconfía de una loca que canta en mitad de la calle. Y nos tuvimos que marchar de vuelta a casa sin haber vendido nada de nada ... Es un recuerdo que aún arranca lágrimas de diversión de nuestros ojos.
Me he ido por los cerros de Úbeda. Hablaba de los compañeros.
Eramos grupos mixtos, pasábamos el día fuera, unos con otros...Pues evidentemente había lo que en todos sitios: rollos, enfados, celebraciones...Hasta una fiesta con ouija recuerdo, en mi casa para más inri, y levantamiento de tíos grandes entre cuatro chicas con la punta de los dedos (¿Lo ha hecho alguien que me lea? La mayoría de las personas a las que se lo cuento se muestran escépticas, y lo hicimos muchísimas veces, en serio).
Eramos gentes de todos los puntos de la geografía extremeña. Guapos, feos, simpáticos, extrovertidos ( los tímidos no duraban lo suficiente), ligones, gays... Vamos, una fauna que arrollaba donde se presentara.
Trabajábamos en pareja por lo general, nos echábamos una mano, aprendíamos unos de otros. Y en las comidas – que corrían de nuestra cuenta por lo que en primavera y otoño solían ser picnis en ermitas, pantanos y sitios así – compartíamos conversaciones que al principio me sacaban los colores. Luego no. Luego aprendí a ser tan descarada como los veteranos.
Por cierto, ver vender a un buen vendedor es una experiencia inigualable. Conseguir que alguien te compre cuando no se lo había planteado siquiera, percibir cómo el brillo del interés asoma a sus ojos, captar el cambio corporal que adopta... Es un chute de adrenalina en vena. Y si lo haces tú, ni te cuento.
He conocido personas admirables en ese aspecto. Mi jefe era bueno – es bueno porque aún trabaja en ello - ; Ángeles era buena; muchos jefes de equipo también; y algunos compañeros ; pero la banda de honor la tiene una mujer llamada Isabel. Ella ha conseguido lo que ningún otro : ¡la llaman para comprarle! Ha creado una red de clientas que a su vez captan nuevas clientas. Hay que tener mucho estilo, mucha empatía para alcanzar ese nivel. Y ella lo tuvo y lo sigue teniendo. Mi admiración por Isa es absoluta. Como la que siento por cualquier buen profesional realizando su trabajo correctamente. Y este, os lo aseguro, es de los más difíciles.
Los mejores recuerdos los guardo de los momentos festivos, como el de la ouija que os dije, las fiestas de Navidad - con un compañero interpretando a Miguel Bosé en Tacones Lejanos casi mejor que el mismísimo Bosé - las partidas de dados a mediodía, con chupitos de anís Marie Brizard que nos dejaban bolingas, las de “Chinchón”, que nos retenían en los bares y pasábamos de currar, comiendo pollo asado con las manos en el pantano de Cornalvo, las locas competiciones de coches, poniendo los autos en paralelo – gracias al cielo era de noche y no nos topamos con otros viajeros - bailando en discotecas hasta las tantas, alucinando con el ligoteo de una compi con un negrazo espectacular...Un cumpleaños mío en el que me regalaron a Willy, un oso gigante que me ha acompañado a lo largo de mis cambios de domicilio...En fin, mil momentos imposibles de resumir en esta página.
¿Si tuve rollos yo? Pues la verdad, mi personita andaba un tanto baja de moral por aquello de que me habían puesto los cuernos... Duró poco. Si para algo sirven los compañeros es para subirte la moral.
Fueron buenos tiempos.

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