"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 16 de julio de 2015

Yo fui vendedora de libros. Tercera parte.





El tercer punto en esto de vender libros es ¿ Quién compra libros a alguien que llama a tu puerta? Ahora ni el tato, claro; pero estamos hablando de la década de los 90, cuando no existía amazon y había pueblos donde la librería estaba integrada en el colmado de la calle principal...Además, se me ha olvidado un punto más que destacable a tener a nuestro favor: los libros llevaban “regalo”. Consistían en vajillas, cacerolas, cuberterías, otras colecciones...aunque estas últimas eran menos deseadas, por supuesto. Hubo una época en la que incluso vendimos “Vaporettas”- esos armatostes que llenabas de agua y te servían tanto para limpiar una cocina como para planchar un traje – con libros. A la gente que las compraba lo de los libros les daba igual; en ocasiones hasta te decían que te los quedaras.
Hemos vendido dependiendo de si los colores iban bien con las cortinas del salón, de si “pegaban” con las otras colecciones del mueble, si cabían o no donde los querían colocar...Hay un domicilio incluso donde seguramente aún se pueda vislumbrar una enciclopedia de un montón de tomos...cortados. Sí, serrados por debajo para que cupieran en el estante. Imaginaos el dolor de corazón para una amante de los libros sufrir situaciones semejantes. Pues se vivieron.
También había quien los compraba porque querían ayudar a sus hijos en los estudios y se dejaban asesorar , o porque necesitaban una cubertería y total, les salía bien pagarla a plazos y encima venía acompañada de libros (que siempre decoran), o porque pensaban que , de verdad, iban a aprender inglés con un curso de tropecientas cintas ( vamos, que hay que tener paciencia e interés para darle uso a eso)...
Las personas que te abrían la puerta lo hacían de mil maneras: con desconfianza – un director de colegio me echó a voces de su casa, ante el estupor de su esposa, llamándome “engañabobos” cuando ella le recibió alborozada porque la había convencido para comprarme ya no recuerdo qué; yo me fui, evidentemente, pero no sin antes decirle que tendría mucho cargo educativo pero que estaba bien falto de educación; eso sí, era novatilla todavía y después me pegué una “jartá” de llorar en la calle, muerta de vergüenza; a mi jefa le costó que pillara la cartera de nuevo y me lanzara a llamar a otra puerta - ; con amabilidad – algunas señoras te ponían un café y ofrecían hasta magdalenas si era de buena mañana , o simplemente te escuchaban y aceptaban o declinaban la oferta ; a los hombres por lo general les gustaba presumir de lo que ya tenían y si les caías bien, pues te compraban; con descaro – más de una vez, llevando a un chico de compañero, alguna tipeja nos ha recibido con la bata semiabierta y nos ha hecho pasar sin taparse ni un poco; con incertidumbre – era rara la señora que no entusiasmábamos pero necesitaba “permiso de su marido”, con lo cual había que volver y convencer al sudodicho de las ventajas de gastarse un dinero en lo que atraía a su esposa...
También nos han recibido “porque no quedaba otra”. Esos eran los conocidos. Todos los vendedores hemos endosado alguna colección a familiares y amigos. En mi casa tenemos de viajes y de plantas. Y un amigo se quedó con la de Asterix porque no había forma de que le gustara nada ( escéptico él) pero yo necesitaba hacer mi cuota para llegar a fin de mes ( ¿veis como sí que tengo amigos majos?) Admito que a esos era a los que más corte me daba vender; y a no ser que ellos me pidieran algo, muy apurada debía estar para lanzarme a su captura.
Lo de mi familia era más fácil; siempre fuimos unos forofos de los libros y nos encaprichábamos con facilidad. ¡Si hemos sido de Circulo de lectores hasta que nos independizamos la mitad de los hijos!
Luego hubo otro tipo de clientes. Ya os dije que también vendí temas fiscales, laborales, contables... A asesorías y abogados. ¡Dios bendito, qué mundillo más chungo!
Ya no podías ir “mona”; tenías que ir “arreglá”, con falda y tacones. Debías dominar la jerga jurídica y aguantar unos rollos espeluznantes, además de tragarte horas de espera hasta que podían atenderte.
Ángeles y yo – a veces también iba con mi super jefe, pero las menos - llegamos a conocer cada oficina privada u oficial que trabajara dichos temas de toda Extremadura; y no exagero, de TODA. Desde las grandes poblaciones hasta el más mínimo pueblo donde ejerciera un abogado u asesor.
Los hubo encantadores, formales, antipáticos, ligones, repelentes...Inteligentes y torpes. A Ángeles se le cayó el mito de que una persona con carrera tenía que saber de lo suyo. Ya se lo dije yo, uno estudia una carrera pero que sepa ejercerla ya es otro cantar. Juro que no miento asegurando que hubo abogados que ponían cara de tonto cuando les hablábamos de nuevas normas y encima se mosqueaban porque no se lo creían. Algunos eran lerdos hasta decir basta. Pero en fin, capeamos el temporal. Aún deben quedar muchas carpetas vendidas por nosotras en estantes de nuestra tierra.
Y poco más; creo que he resumido lo más interesante de esos cinco años. Admito que los buenos momentos estuvieron equilibrados con los chungos. No volvería a hacerlo ni loca pero tampoco reniego de la experiencia.
Eso sí, aprendí a ser amable con toda aquella persona que llamó a mi puerta después. No compré, pero avisé de mi pasado y me mostré solícita.
Y me descubro ante las personas que se dedican a la venta, del tipo que sea. Hay que aguantar mucho, pero mucho, y poner buena cara para poder cobrar un sueldo a fin de mes. Y si vas a comisión, con más motivo.
No lo olvidéis. Seamos amables y educados. No cuesta dinero.

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