"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 15 de octubre de 2015

El ser ¿ humano?


Acabo de terminar “El amante japonés” de Isabel Allende, y aparte de llorar a moco tendido por su ternura, por esos personajes que crea como si fueran lo más normal del mundo ( aunque yo, como escritora, estoy segura de que debe trabajárselos a fondo), he “recordado” un episodio que ya salió en una película que vi hace tiempo y de la que no localizo el título, que en aquel momento me dejó impactada: los campos de concentración de EEUU para japoneses.
Resulta que los americanos mandan a sus soldados a luchar contra la maldad y el horror de Hitler, a liberar a los judíos del exterminio al que estaban siendo sometidos ( ya sé que esa fue la excusa, que soy mayor para que la historia me la vendan con tonterías y que, como siempre, los intereses iban por otro lado); pero en fin, decía que vienen a Europa en plan adalid de la libertad y ¿ qué hacen en su propio suelo? Pues tras el bombardeo de Pearl Harbor pillan a todo japonés que se mueve por su territorio y sin importar que ya sean de segunda o tercera generación, tan americano como el que más, los encierran en campos, les obligan a dejar sus pertenencias, les expropian sus negocios y casas...Les tratan como prisioneros de guerra, vamos, “por si fueran espías” y para “protegerles de las posibles represalias ciudadanas.”
Como bien deja patente Allende, para un carácter como el del pueblo japonés, semejante humillación debió de ser brutal; y sin embargo, la mayoría, como los judíos, lo aceptó; callaron y perdonaron al final de la contienda; aunque no se les pidiera perdón ni se les devolvieran los bienes perdidos. Los hubo, claro está, que se rebelaron, pero esos fueron condenados a cárcel, desaparecieron o se les extraditó a Japón. Para más vergüenza de su gobierno, el batallón más condecorado por sus hazañas y por la pérdida de vidas fue el integrado por japoneses, defendiendo la libertad de EEUU frente al fascismo.
Sé que soy una ingenua pero noticias como esas me duelen en las entrañas. Se dice lo de que el hombre es un lobo para el hombre ( y no me gusta porque me encantan los lobos) y debe ser cierto. Quien más daño hace a la raza humana es el propio hombre. Tenemos esa capacidad de destruir que nos convierte en monstruos peores que los de pesadillas. ¿Cómo se puede odiar a un vecino de toda la vida porque de repente alguien de su raza hace algo negativo? ¿Somos responsables cada uno de lo que hacen otras personas como yo ? No me sorprenden los fanatismos, después de todo. Si humillamos al prójimo y nos sentimos superior a él, en cualquier momento tendremos que pagarlo.
Tanto peor es atacar como callar. Y eso lo hacemos a diario. Basta ver la televisión, con los horrores que pasan cada día, con las atrocidades de los muros, los nuevos campos de concentración con los que queremos retener a los que ponen en riesgo nuestra “paz”, el no denunciar al vecino que maltrata a su mujer, no reñir a los niños que rompen papeleras... Pequeñas cosas que nos convierten en consentidores... quizá de tonterías; quizá de atropellos.
Recemos porque algún día, como decía el poema ese que ronda por todas partes atribuido a Bertolt Brecht y que ya ni sabemos de quien es...."Primero se llevaron a ......pero no me importó. Y un día vinieron a por mí... y no hubo quien protestara".

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