"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 7 de septiembre de 2017

La añoranza del regreso





Recuerdo cómo, de pequeña, a lo largo del verano se llenaba el pueblo de forasteros que acudían al calor de la familia. Era divertido conocer caras nuevas, contemplar la Avenida rebosante de gente, las terrazas abarrotadas, escuchar en la piscina acentos de otras provincias. La vida que adquiría Don Benito lo convertía en un lugar atractivo, distinto del aburrido pueblo del invierno. Al menos desde mi percepción de niña.
Con el paso del tiempo la situación cambió. La gente de fuera prefirió las playas y la de dentro también. Pasear a la una de la madrugada en pleno verano era hacerlo por calles vacías. Lo comentábamos con tristeza los que quedábamos, sin otro sitio de reunión que la piscina porque los fondos no nos alcanzaban para más.
Hasta que nos llegó la oportunidad y también nosotros nos fuimos. Unos solo durante el verano y otros para todo el año. Estos últimos descubrimos lo que significa la «añoranza del regreso».
Tras vivir más de veinticinco años fuera de «mi casa» puedo comprender cómo se sentía aquélla gente que acudía verano tras verano al reencuentro con los suyos. También entiendo que dejaron de hacerlo no porque prefirieran la playa sino porque sus hijos ya tiraban para otros lares, poco identificados con el concepto de familia que sus progenitores acunaban en su corazón. Lo que no se asimila no se ama. Y para esos críos Don Benito debía ser, simplemente, «el peñazo de pueblo de mis padres».
Para los que nacimos allí, no obstante, cada calle tiene un significado, cada rincón del parque, cada bar, cada comercio...Nos enorgullece contemplar cómo ha crecido, cómo hemos pasado de llamarnos «villa» a serlo de verdad; en definitiva, cómo ha prosperado. Y puedo asegurar que, en cada regreso, por fiestas del tipo que fuera, me ha encantado retornar a mis orígenes, sentirme «calabazona» hasta la médula, presumir de pueblo.
Ahora que me dedico al arte de escribir pregono mis raíces, alardeo de extremeña y de dombenitense donde quiera que paro. No en plan regionalista ni nada de eso, que me resulta cateto siendo el mundo tan grande y mi alma universal, pero sin querer, algo en mi interior me lanza a definirme de ese modo, a dejar claro que en un remoto lugar - para mucha gente - nacimos personas que creamos, que intentamos construir un mundo más bello.
Esa necesidad que nos nace de dentro parece ser imperativa de «la gente de pueblo», según he podido contrastar. En las ciudades grandes no tienen tanto afán por definirse. Somos los emigrantes laborales o «los hijos de», los que parecemos sentirlo. Hace unos días, en Galicia, una escritora desconocida para mí, me abrazó de sopetón y me llamó «paisana». Y eso que vivía en Asturias, nacida allí, y su padre había emigrado al norte desde un pueblo de Badajoz cuando apenas era un muchacho. »Pero todos los veranos vamos unos días, porque la tierra nos tira», aseguró, contundente.
Y resulta que es cierto, que tira. Tira tanto que he decidido volver para siempre. Regreso a mis raíces, a mi familia y mis amigos. A mi hogar.


Esta reflexión la he escrito para la revista de la feria de mi pueblo, que es esta misma semana,  y ya que muchos de los que me seguís no vais a poder tenerla a vuestro alcance, he querido compartirla con vosotros. Abrazos y bienvenidos.

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