"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 13 de junio de 2019

La marea que nos atrapa


En estos últimos días he tenido la oportunidad de leer un excelente articulo que se publicó en el Heraldo de Aragón en abril del año pasado y quiero compartir con vosotros su contenido por lo mucho que me ha impactado. Según dicho artículo, Olof Palmer, primer ministro sueco, defendía, en los años 70, que el Estado debía sustituir a la familia a la hora de proporcionar asistencia en la vejez porque ningún ser humano debía depender de otro para tener un cuidado básico. Para mí, como española, el concepto de familia es tan diferente que me pasma que este político tuviera la lucidez de ver lo que se nos avecinaba. Los suecos siempre han sido muy independientes, parece ser, pero es que ahora, los españoles nos encontramos con problemáticas semejantes. Es una realidad que una parte considerable de la sociedad vive sola. Hay quién lo ha decidido porque sí y a quién se lo ha impuesto un divorcio, una viudez o , simplemente, una falta de pareja. Los hijos abandonan el nido, cambian de ciudad, no asumen la responsabilidad de cuidar de sus mayores como antes se hacía, la mujer ya no es figura obligatoria de “cuidadora”… mil motivos que llevan a que , en gran cantidad de hogares, sólo figure un titular.
Para mi asombro, leo que en Reino Unido se ha creado un Ministerio de la Soledad con el fin de afrontar una epidemia que afecta a nueve millones de personas. Al prolongarse nuestra calidad de vida, vivimos más, pero también resultamos más costosos en gastos sanitarios y sociales.
¡Uno de cada diez españoles confiesa sentirse solo en muchas ocasiones! Y no es porque no tengan gente al lado, es que a veces nos sentimos solos pese a estar acompañados.
Mientras nos exponemos cada día más en las redes sociales, sonreímos en los selfies, ensalzamos la cantidad de “amigos” que tenemos en todo el mundo, mostramos nuestros éxitos… nos encerramos en un autismo social que nos lleva a preferir mantener una conversación de chat con alguien que vive a miles de kilómetros que a charlar con la vecina del rellano aunque solo sea para tratar de lo cara que está la luz.
Estamos perdiendo calidad de vida aunque tengamos de todo. No nos sentamos en la puerta con los vecinos al llegar el verano, porque la mayoría ya vivimos en colmenas donde ni siquiera nos cruzamos en el ascensor; no “perdemos tiempo” con el tendero del barrio porque compramos en grandes superficies; no nos conoce ni nuestro médico de cabecera.
Ya sé que es una exageración. ¿O no? Pero mucha, mucha gente se siente así. Extranjeros en su propio barrio. Si no ¿ cómo es posible que tantos ancianos mueran en sus casas y se tarde un tiempo en descubrirlo? ¡Pronto pasaría eso hace unos años en mi calle! Todos los vecinos estábamos “al loro”unos de otros. Que también fomentaba el cotilleo, no lo niego, pero éramos como una gran familia. Me atrevo a decir que aún lo somos, incluso no viviendo ya en la misma casa.
Me desvío, disculpen. El caso es que los datos son abrumadores:
- La soledad supone mayor amenaza para el sistema sanitario que la obesidad.
- La percepción de soledad aumenta el riesgo de mortalidad de una persona en un 26%. La soledad real, en un 35%.
- La conexión social puede reducir hasta un 50% la muerte prematura.
- En Aragón hay 10.078 hogares formados solo por mayores de 84 años.
- 10 años de soledad suponen 7.000 euros de gasto al sistema sanitario, según un estudio del Reino Unido.

Por otro lado, está la soledad subjetiva de los jóvenes, la de los adolescentes, que por no sentirse “diferentes” se adaptan a relaciones tóxicas, a aceptar una pareja o unos amigos que en vez de valorarles, los llevan a situaciones de riesgo, físico o mental. También muchos adultos prefieren seguir con sus parejas estando mal con tal de no quedarse solos.
La soledad está mal vista. No se vende como independencia sino como que “los demás no te consideran” y eso avergüenza. De ahí que la gente disimule y presente solo su mejor cara, escondiendo la depresión latente que les llevará a comer de más, a abandonarse físicamente, a desconectar de familia y amigos… Es una especie de círculo malsano que lleva a preferir hablar con desconocidos antes que sincerarse con los cercanos. De ahí el éxito de organizaciones como el Teléfono de la Esperanza, al que muchas personas acuden con excusas que enmascaran el verdadero problema: necesitan comunicarse.
En algunas ciudades se están creados grupos de apoyo a los que la gente, va y cuenta sus cosas a los que se encuentran en ese momento allí. No son fijos unos ni otros, pero imagino que terminarán creándose lazos de amistad ( en mi cabeza no cabe otra cosa, quizá porque peco de “sociable”).
También es cierto que aún es pronto para alarmarse por estas situaciones, que nos suenan más americanas que españolas, o suecas, o inglesas… Quiero creer que la familia en España mantiene cierto nivel, que nos relacionamos mejor, que los abuelos se ocupan de los nietos y viceversa ( pese a que las residencias tiene lista de espera), que las amistades son a largo plazo ( no imagino mi vida sin las mías) y que la gente somos mas de tocarnos que de vernos por una pantalla. Ojalá no me equivoque. ¡Por si acaso, iré haciendo una huchita para que me cuiden cuando sea preciso!

Siento que este artículo me ha quedado flojo, que he tocado muchos palos sin profundizar en algunos de gran interés pero tampoco podía extenderme más, siendo éste un simple blog y no un periódico. Mi intención es dejar la situación sobre el tablero para que la penséis y saquéis vuestras propias conclusiones. Si os sentís interesados en el artículo base, buscad el número 785 del Heraldo Domingo/ 8 de abril de 2018.





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