"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

viernes, 12 de junio de 2020

Hijos de la desolación


Soy hija de una época, de lo cual no tengo culpa, pero admito sentirme decepcionada y un tanto rabiosa por tantas mentiras en las que he vivido. Hemos vivido, la mayor parte de los españoles.
Por un lado, defendí la Transición democrática tal como nos la vendieron, con su heroica cara de perdón y “buen rollo”. Eran tiempos difíciles y los políticos prefirieron no polemizar para que no hubiera un retroceso. Comprensible, sí. Pero ya no lo es tanto que se haya esperado a 2007 para aprobar una ley de Memoria Histórica, que se concedieran medallas y mejoras en su sueldo y jubilación a un torturador franquista conocido como Billy el Niño, que presidentes de izquierdas ordenaran a los medios de comunicación meter bajo la alfombra la verdadera personalidad de viejo verde de Juan Carlos I y, lo que es peor, su corruptela. No me importa su vida privada, eso queda para su esposa y las revistas sensacionalistas, pero sí que cobrara porcentajes escandalosos por sus oficios como “mediador”. ¡Qué triste, que yo, una republicana que admite haber sido Juancarlista, ahora se dé de morros con esta realidad repugnante!
Creímos en la libertad de expresión, pero ¿dónde estaba? ¿por qué se callaban todas las vilezas cometidas por una persona que de puertas para fuera supo venderse como bonachón y defensor de España? Se cae la venda de los ojos y solo queda un inmenso asco.
Asco también por los Presidentes, Ministros y Jueces que otorgaron prebendas a un tipo como ese comisario que debió ser expulsado del Cuerpo nada más haberse aprobado la Constitución. ¿Todos los españoles iguales bajo la ley? Que se lo digan a los torturados que se cruzaban con ese mal nacido por las calles de Madrid. ¡Viva la Transición, que nos libró de Fuerza Nueva y cuarenta años después nos trajo a Vox!
También admiré a Felipe González, Zapatero, Rodriguez Ibarra… Durante un brevísimo tiempo incluso a Pedro Sánchez. Pero está claro que las esperanzas de la gente de izquierdas se van por el retrete a la misma velocidad que “sus señorías” se apoltronan en los sillones y en sus cargos directivos. Contra los políticos de derechas no tengo nada que objetar: jamás esperé sus bondades, con lo cual mi decepción y mi crítica no les afecta. El problema lo tengo con los que sí pensé que me representaban y no lo hicieron. Les voté y ahí seguimos, con una sanidad pública destrozada, una educación pública en crisis y una concertada en crecimiento, y tantos y tantos campos que no han recibido el empuje y la modernización que precisan, como el judicial.
Podría seguir hasta aburriros pero tampoco es plan, que para algo hoy es viernes, día desacostumbrado en mi blog, y mejor nos damos un respiro y tomamos unas cañas con los amigos. Eso sí, con las precauciones debidas.
No obstante, no quiero dejar sin comentar “la última”, que mi amiga Carmen me envió con mucha sorna. Porque sí, señores, yo estuve hasta las trancas por Miguel Bosé. Tuve sus posters en mi habitación desde que inició andadura con Linda en el programa de mi añorado Íñigo hasta ya bien entrado su Amante bandido o Los chicos no lloran. Me pareció cutre su tinte amarillo canario pero defendí su salida del armario por más que nos hubiera engañado con románticas canciones como “Deja que”. ¡Y ahora va y también se suelta la melena para arremeter contra el coranovirus! Lo tacha de gran mentira de los gobiernos y acusa a la posible vacuna de plan para controlar a la población.
¡Asombroso!
¿Dónde se ha quedado la cordura? ¿Qué le ha pasado al mundo, en general, para que prevalezcan mamarrachadas como estas?
¿Tengo o no, motivos para la desolación?

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