"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 5 de noviembre de 2020

Noche oscura. Relato de Halloween.

 

El viento aullaba con un silbido siniestro. No lo escuchaba porque llevábamos las ventanillas subidas y la voz de Dan Reynolds atronaba el habitáculo con su magnífica Believer. Me encanta Imagine Dragons pero esta noche precisamente no era lo más oportuno para aporrear nuestros oídos. Veía las ramas de los arboles, a ambos lados de la desierta carretera, zarandearse como si un huracán nos persiguiera. Aprensiva, apoyé mi mano en el muslo de Adrián y él me devolvió una sonrisa esquiva. ¿Qué ocurre? Le pregunté, bajando el volumen de la música, y él se encogió de hombros, descorazonado.

Apenas nos queda gasolina.

¿Qué dices?–grité, con un mosqueo mayúsculo–. Ayer dijiste que llenarías el depósito.

Se me olvidó.

Para corroborar nuestros temores, el coche ralentizó la marcha hasta que se quedó quieto. En mitad de la carretera. En mitad de la nada. Miré en rededor como si mi cuello fuera el de la niña del exorcista y luego clavé la mirada en Adrián, a punto de darme un síncope.

¿Tienes idea de dónde estamos?

A dos kilómetros queda una gasolinera –asintió, convencido –. He visto el cartel hace un rato, por eso no he querido decirte nada. Estaba seguro de que podríamos llegar.

Contuve las ganas de chillar y aparté la vista para otear el horizonte. La noche estaba oscura como boca de lobo. Adrián se quitó el cinturón y cogió su chaqueta del asiento de atrás, donde la había tirado al salir de casa.

¿Dónde vas?

A buscar gasolina – replicó, molesto por mi falta de apoyo–.¿No creerás que va a venir sola, verdad?

¿Y no puedes llamar a la gasolinera? Busca en Google Maps dónde estamos y lo mismo…

Adrián denegó, incrédulo. Es cierto que yo todo lo arreglo con una llamada y que vengan a solucionarme el problema; ¿por qué no podía hacer él lo mismo? ¿No estaría un contratiempo como ese incluido en el seguro del auto? ¡Qué le costaba una pasta, joder!

¡Que no,Marta, que no! ¡Dos kilómetros los recorro yo en diez minutos! Espérame aquí y enseguida regreso.

Se me pusieron los pelos de punta. ¿Quedarme sola en semejante paraje! ¡Ni loca!

¡Ni se te ocurra, Adrián!¡Mira el viento que hace! ¡Te vas a congelar con esa chaqueta!

Sin hacerme puñetero caso,mi novio pegó un portazo antes de avisar Cierra los seguros y deja puesto los intermitentes. No vaya a venir alguien por detrás y nos pegue un golpe.

Emprendió camino,encorvado sobre sí mismo, con las manos en los bolsillos y la chaqueta entallada. Lo último que vi fue como se levantaba el cuello y se encogía aún más, marchando con dificultad por un asfalto del que parecían surgir manos que le impedían el avance.

Bajé la ventanilla un instante y la volví a subir. ¡El frío cortaba el aliento! La noche, a mi alrededor, solo era negrura. Estábamos subiendo un puerto y no había rastro de presencia humana por ningún lado.

Mascullé maldiciones, me arrebujé en el abrigo que recuperé del asiento trasero y aguardé, en el más ominoso silencio, a que Adrián regresara con la maldita gasolina, una grúa o lo que demonios nos sacara de aquel atolladero.

De repente, un golpazo sobre mi cabeza me hizo dar un respingo. La sangre se congeló en mis venas y después empezó a correr, frenética, bombeando mi corazón a toda pastilla. Boqueé, sintiendo el pulso desenfrenado. Un nuevo impacto me arrastró hacia la puerta, apoyé la espalda en ella y busqué el menor indicio de qué estaba cayendo sobre el techo. No llovía, ni había tormenta con granizo… Era… Otra cosa. A pesar de la oscuridad pude ver que algo resbalaba por la luna del Audi.

Grité, grité con pánico, con miedo, con terror, con todo lo que describa esa sensación de no creerte lo que estás viendo y no ser capaz de cerrar los ojos.

Porque lo que estaba viendo al otro lado eran los de Adrián, abiertos con el mismo espanto que debían reflejar los míos, con el pelo rubio apelmazado de algo que debía ser sangre, con sus labios blancos. Con la cabeza cortada. Con su cabeza asida por una mano grotesca que azotaba sin piedad la luna, como esperando romperla para hacerme lo mismo.

Grité, grité, grité. Sin voz y sin llanto. Grité hasta que mi corazón dijo basta y me desmayé.


Al día siguiente, en todos los diarios saldría la crónica que conmocionó a la provincia por la brutalidad de sus imágenes. En una aparecía una joven pareja, Adrián Martorel y Marta Garrido, jóvenes y sonrientes asistiendo a algún evento fiestero, y en otra, el detenido, David Ortega, de cuarenta y cinco años, vistiendo un pijama ensangrentado y aferrando con saña la cabeza de su víctima mientras varios policías lo cercaban armados de pistolas táser. El intrépido reportero que consiguió la primicia aseguró hallarse por casualidad en la zona, que vislumbró un automóvil mal estacionado, con luces de emergencia y que, cuando se bajó a prestar socorro, se encontró el macabro hallazgo: a David Ortega aporreando el vehículo con una cabeza ensangrentada. Llamó a la policía y se encerró en su auto con los faros apagados, apabullado por la escena. No fue hasta que asomaron las primeras luces rojas y las sirenas que se atrevió a sacar su cámara y a encender sus propios intermitentes, no fueran a llevárselo por delante los agentes. Al mismo tiempo se personó en el lugar del siniestro una furgoneta del centro psiquiátrico del que Ortega se había escapado horas antes. Para desgracia de Adrián Martorel, se produjo un funesto encuentro del que solo ellos sabrían dar noticia, aunque por descontado, ninguno estaba en condiciones de darlas. Tampoco la joven Marta podría aportar dato alguno. Su corazón se había detenido en algún momento de la noche debido al intenso terror sufrido durante el incidente.

Los amigos que les aguardaban en una casa rural para celebrar la festividad de Halloween debieron ser atendidos por los servicios de emergencias al conocer la noticia.

La familia de ambos jóvenes ha interpuesto una denuncia a la Consejería de Sanidad de la que depende el Psiquiátrico y este Organismo, en palabras de su portavoz, se conduele de tan inusitada contingencia.


MERCEDES GALLEGO

 



 

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