"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 26 de septiembre de 2013

"Vidas ajenas"



La línea que separa nuestra vida de otra posible que podríamos estar llevando es a veces tan fina, como un sinuoso velo. Esa es la sensación con la que vivo desde hace una semana.
 Ya estuve allí antes, y por temporadas como ahora. En un hospital, me refiero. Por eso, cada vez que pasaba ante su fachada me estremecía pensando “¿Quiénes estarán ahí dentro? Pobre gente. Menos mal que no soy yo.” Y continuaba mi camino. Disfrutando del hecho de sentirme del lado bueno, el de la gente sana que no guarda cama o el del acompañante que reorganiza su jornada para que todo gire alrededor de ese lugar.
 Pero esta vez me tocó el otro lado. Y paso noches en vela, entre ronquidos del acompañante vecino, luces que se encienden en mitad de la noche para poner una medicación o cambiar un pañal, conversaciones a filo de pasillo acerca del mal que aqueja a esos otros que también se han visto empujados a una reestructurarión de sus vidas…
Hay una parte amable, la de la gente que trabaja para lograr que el enfermo esté a gusto, limpio, sin dolor… Caras agradables que soportan quejas y confidencias, que realizan su trabajo con estoico trato pese al cansancio de los dobles turnos y de sus propios problemas… Que esbozan una sonrisa y te hacen sentir como si sólo te estuvieran atendiendo a ti. Esa gente merece un premio, sin duda. Y no me refiero a su salario. Otros hacen lo que ellos pero con malos gestos, alguna que otra observación de mal gusto, algún olvido involuntario…Pero son los menos. Deo gratias.
Aparte están los enfermos. Desesperados, esperanzados, doloridos, adormecidos por los fármacos… Asustados. Creo que esa es la palabra que mejor define a un enfermo. Asustado por no saber qué tiene exactamente, asustado por saberlo, asustado por ignorar hasta cuando estará amarrado a esa cama con barandillas en la que dejas de ser dueño de tu propio cuerpo para que otros lo muevan, aseen, pinchen, ausculten… Asustado hasta cuando te dan el alta y piensas ¿Cuando estaré de vuelta?
 Y por último, estamos los acompañantes, las personas que vivimos haciendo virguerías con los turnos de nuestra existencia fuera de semejante sitio y los de dentro. Los que  creamos una especie de adicción y no estamos realmente tranquilos si no nos hallamos dentro, si nos apartamos para seguir con lo que nuestros horarios nos obligan en el devenir normal. Casi nos sentimos insustituibles. Pese al agotamiento, a las malas noches, a los ricos cafés de máquina, a las consultas con los médicos…
Y, de repente, un buen día, estás fuera. Y respiras con alivio por ti y tu familia. Por la vuelta a la normalidad. Por haber tomado conciencia de la suerte que se tiene de estar sano.
 Y cuando vuelves a pasar ante la inmensa mole del hospital te estremeces y rezas en voz baja “Gracias a Dios que estoy fuera”. Aunque sabes que el fino vela de las dos realidades, se puede hacer trizas en cualquier momento… y el torbellino del pasado te vuelve a atrapar.



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martes, 24 de septiembre de 2013

"Ciertas horas"






Ciertas horas de la noche
 me recuerdan tus besos;
 evocan tus manos abarcándome toda,
 y me llenan de pena
porque no estás en ellas.
 Susurran al oído
las palabras que tus dedos
 dibujaron en mí,
 misteriosas y amantes.
 Traen en el aire
tu imagen,
que se desdibuja
tras los años de voluntario olvido
 porque tú no quisiste vivirlos.
Pero, pesea todo,
hay ciertas horas en la madrugada
dende yo soy tuya
y tú eres mío, irremediablemente.



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martes, 17 de septiembre de 2013

" Amanecer" Irene Sánchez Carrón. Navaconcejo, Cáceres, 1967




Mientras duermes te miro.

Me recuerdas
el frío de las fuentes en los labios,
el prado debajo de la espalda,
la indescifrable danza de las nubes,
el dulce sabor de diminutos dedos en la masa,
la tierra en las uñas,
los pies mojados en los charcos,
los bolsillos repletos.

Contigo junto a mí
los días recobran la suave textura de la cera
y repiten mil veces el amanecer.

Contigo junto a mí
veo pasar de largo la tristeza.

De "Escenas principales de un actor secundario" 2000

jueves, 12 de septiembre de 2013

Padres e hijos



Admito  que soy una persona extraña. Desde que tengo uso de razón dije que no quería ser madre. Poca gente lo entiende. Es posible que, a veces, ni yo misma. Pero uno debe seguir  los instintos de su naturaleza y aprovechar que el destino te permita no tener que ceder a las presiones de una pareja que sí los quiere.

Considero que ser padres es la tarea más difícil que a alguien se le puede presentar en la vida… Supongo que habrá momentos gratificantes, pero después de ser testigo de los mil y un disgustos que mis amigos tienen con sus hijos, me reafirmo en lo dicho.

Prefiero ser tía. Y tengo la suerte de serlo de verdad de mis sobrinas de sangre, y adoptiva, de algunas hijas de mis amigos.

A ellos les toca sufrir  los “¡Estas no son horas de llegar!”, “¡No pretenderás salir con esa pinta!”,”¡Ordena la leonera que tienes por habitación!”, “¡ La próxima factura del móvil la pagas tú!” y similares…

 A mí, los “Quedamos para tomar un café y hablamos”, “Porfa, mírate el capítulo de la serie X y me dices…”, “¿Te has leído ya tal libro?” o “¿Has visto la peli…?”
A algunas les he dedicado cuentos y con muchas he compartido charlas banales y divertidas sobre gente guapa,  series juveniles y  libros de vampiros, hombres lobos y “tonterías” que sus padres no consideran de interés… Pero que, a mi entender, sí lo son. Puede que no se necesite ver o leer todo lo que  a la juventud le interesa, pero sí está bien informarse sobre lo que forma parte de  sus vidas. Lo cierto es que para la mayoría de ellos, sería un incordio. Mi  ventaja es que yo disfruto de esas cosas tanto como ellas. Me flipan la mayoría de las bobadas que les gustan  y encima no se las tengo que censurar. (Por algo mi sabio subconsciente insistió en que no fuera madre, imagino…)

Suelo ser bastante crítica con los jóvenes en general – como lo fue la generación de mis padres con la mía, sin ir más lejos – No me gusta su carencia de vocabulario, cuando no su chabacanería, su apatía hacia el esfuerzo, su creencia de que “lo merecen todo”, su mano pegada al móvil… Sin embargo, las charlas íntimas que hemos mantenido mis chicas y yo me llevan  a considerar que no se puede ser intransigente. ¡Hay tantas cosas guay en ellas…! Si sus padres supieran lo que les pasa por la cabeza “de verdad” – no las contestaciones que les dan, guiadas por la rebeldía – se sentirían infinitamente más tranquilos con el  presente y el futuro de sus vástagos.

Sé de alguien con vocación de maestra, con un corazón como un templo aunque externamente sea una borde; de otra  con ilusión por escribir sus guiones  y  hacer cortos, de  otras  que abordan su entrada en el mundo laboral con vibrante energía…Y podría seguir así indefinidamente, ya que todas tienen sus puntos positivos…Además de eso, por supuesto, son marchosas, divertidas, gamberras en ocasiones, exasperantes e intransigentes a ratos…Pero ¿Quién no lo fue  a su edad?

Para mí, el problema de ser padres es que los adultos no quieren que sus hijos sufran, que pasen por lo mismo que ellos, pretenden quitarles todas las piedras posibles del camino…No obstante, se nos olvida que esas piedras ayudan a forjar el carácter, aunque a veces se quede  la ingenuidad por  el camino y eso duela.

Pero sobre todo, se nos olvida que nosotros, a ojos de nuestros padres, también fuimos así: rebeldes, contestones, vagos… Nosotros no nos criamos en sus tiempos difíciles  pero los hijos de hoy lo están haciendo, además, en los fáciles. Porque se lo hemos permitido; les hemos hecho creer que podían tener todo lo que quisieran. El problema es que la vida está cambiando y su futuro se ve un poco negro. Y me pregunto si  se les ha preparado para eso.


Pero, en todo caso, me reafirmo: Gracias, destino, por no hacerme madre. Ya “padezco” bastante siendo tía. 

martes, 10 de septiembre de 2013

“El poeta dice la verdad” de Federico G. Lorca.



Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores 
en un anochecer de ruiseñores 
con un puñal, con besos y contigo.
 Quiero matar al único testigo 
para el asesinato de mis flores 
y convertir mi llanto y mis sudores 
en eterno montón de duro trigo.
 Que no se acabe nunca la madeja 
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.
 Que lo que no me des y no te pida 
será para la muerte, que no deja 
ni sombra por la carne estremecida.
 
 “Dedicado a Diego Guisado y la libertad por la que siempre brindó, 
así como a  todos los que tuvimos la fortuna de conocerlo y  amarlo” 
 
 Me fui y regreso con Lorca, pero ¡cómo evitar  recordarlo 
siendo uno de nuestros más laureados poetas!
Este poema pertenece a “Sonetos del amor oscuro”.
Para mayor placer, escucharlos  todos de boca de Amancio Prada.