Tratar
el asunto de la violencia de género me resulta complicado. Quizá
porque me he movido en un mundo donde es el pan nuestro de cada día.
En la marginalidad no es extraña la violencia, del género que sea. La depresión, las drogas, cualquier tipo de dependencia, convierten
al ser humano en inhumano. No es raro que el hombre llegue sin un
euro en el bolsillo y la pague con los que menos lo merecen, con los
que dependen de él y a quienes se ve incapaz de proteger; como
autodefensa, les destruye. La esposa, tan amargada como él, lo
soporta o le responde, pero es más débil y pierde.
Esa
es la tónica más habitual; pero no es la única.
He conocido familias donde el maltrato se daba por hecho, como una
acción normalizada. Cuando en clase expliqué que ninguna mujer,
bajo ningún concepto, merece ser golpeada por su marido, una de mis
alumnas, adolescente, se echó a llorar y me dijo con ira «¿Quieres
decir que mi padre no quiere a mi madre?» No hicieron falta más
palabras. ¡Jamás olvidaré su desconsuelo! Era de etnia gitana, pero
no viene al caso; en la marginalidad, la raza es lo de menos.
En
la escuela luchamos por una mujer marroquí , para que se
independizara de su marido maltratador, puesto que era ella quien
aportaba los ingresos que llegaban a casa. Después de , incluso,
ganar un juicio, volvió al redil. En la mezquita la dejaban de lado,
en la calle la ignoraban, su comunidad en pleno la repudió. Su hijo varón, un mocoso que no levantaba un palmo del suelo, la
rechazó.
Sociedad,
religión, costumbres… Macho alfa venciendo sobre la mujer.
No
obstante, esto que sigue pareciéndonos tan corriente, rompe los
esquemas con el siguiente caso: mujer adulta, casada, con carrera
universitaria, viajada y leída… Marido machista, con diplomatura,
gustos violentos. Desprecio
verbal ante sus amistades, actitudes arrogantes ( traeme, no te pongas, no te juntes…), separación física de lo seres queridos. Aceptación.
¿Comprensible?
Para mí, no.
Por
eso comencé diciendo que me resulta complicado el tema de la
violencia de género, que no lo entiendo. No sé qué mecanismo
lleva a la mente de una mujer a aceptar que otro ser ( padre,marido,
hermano, hijo) la desprecie, la destruya psicológica y físicamente.
Tampoco
entiendo que una mujer lo haga con un hombre.
Simplemente
no comprendo que un ser humano destroce a otro, a alguien que
aseguras querer. No entiendo el amor con golpes. No entiendo el amor
con ironía y burla. No entiendo «dejarse querer» después de una
primera vez.
Quizá
soy demasiado afortunada y mi fortaleza me excluye de ese grupo.
En
todo caso, para los que no tienen voz, o para los que no se atreven,
o se limitan a susurrar, levanto la mía.
Alzo
un clamoroso ¡BASTA! y sueño con que, algún día, el respeto
impere entre los seres humanos.
Escribí
este artículo hace unos meses para un medio que me lo solicitó,
pero por desgracia, sigue más que vigente. ¿Hasta cuándo?