"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 18 de junio de 2020

El valor de la lealtad


Estoy disfrutando estas últimas noches de la 4 temporada de The Last Kingdom, una serie británica que, imagino, muchos conoceréis.
La historia está basada en una saga de novelas de Bernard Cornwell, The Saxon Stories, y es un drama medieval. Un drama plagado de intrigas, lucha y sangre.
Sinopsis según wikipedia: En el año 872 muchos de los reinos separados de lo que ahora se conoce como Inglaterra han caído en manos de los invasores daneses, dejando al gran reino de Wessex solo y bajo el mando del rey Alfredo el grande. Durante este tiempo, el Lord Uhtred, un noble sajón, es asesinado por los daneses y su hijo Uhtred de Bebbanburg, es capturado y criado como un danés. Pronto se ve obligado a elegir entre el país de su nacimiento y la gente que lo crió, por lo que su lealtad será probada.
Y aquí es donde entra mi reflexión de hoy, porque Uhtred me recuerda al Cid Campeador y esa frase grandilocuente: ¡Dios, qué buen vasallo si tuviera un buen señor!
Uhtred representa la lealtad personificada. Primero a los afectos de su corazón, después a los reyes que le toca servir. ¡Y no se salva ni uno! Son todos manipuladores y mentirosos. En nombre del bienestar del pueblo (que no deja de ser el suyo propio), de la futura paz, instan a Uhtred a batallar sus guerras, bajo la promesa de recompensar su esfuerzo ayudándolo a recuperar lo que por herencia le pertenece. Pero jamás cumplen su palabra. Y aún así, él, por amor a una mujer, por proteger a un débil, por el futuro de sus hijos, cede una y otra vez a los deseos de la ambición ajena, aparcando la suya para un momento más propicio. Eso le vale la lealtad de sus guerreros, claro está; pero para los sajones siempre prevalece la desconfianza por sus creencias paganas y su lealtad a los hermanos con los que se crió. Ofrece su vida una y mil veces y sigue teniendo detrás el estigma de quién fue.
La Historia es tan sucia como el momento presente. En realidad, aunque esto sea a medias ficción, da igual. Vemos representados episodios de la Historia de todos los tiempos. Unos pelean por ideales y otros se aprovechan de ello.
La lealtad no es un valor recompensado. Quizá por eso yo nunca tuve un carné de partido. Quizá por eso, de ser Uhtred, le habría cortado la cabeza a Alfredo el grande sin remordimientos desde su primera traición.
Pero yo no soy una heroína. Uhtred, sí.
Os recomiendo la serie si no la conocéis. Además de un placer para la vista ( Alexander Dreymon es el de la foto), la ambientación es magnífica y las tramas muy interesantes. Luego, si queréis comeros el coco con paralelismos, como hago yo, ya es otro cantar ( que no el de “El mío Cid”)
Feliz jueves.

viernes, 12 de junio de 2020

Hijos de la desolación


Soy hija de una época, de lo cual no tengo culpa, pero admito sentirme decepcionada y un tanto rabiosa por tantas mentiras en las que he vivido. Hemos vivido, la mayor parte de los españoles.
Por un lado, defendí la Transición democrática tal como nos la vendieron, con su heroica cara de perdón y “buen rollo”. Eran tiempos difíciles y los políticos prefirieron no polemizar para que no hubiera un retroceso. Comprensible, sí. Pero ya no lo es tanto que se haya esperado a 2007 para aprobar una ley de Memoria Histórica, que se concedieran medallas y mejoras en su sueldo y jubilación a un torturador franquista conocido como Billy el Niño, que presidentes de izquierdas ordenaran a los medios de comunicación meter bajo la alfombra la verdadera personalidad de viejo verde de Juan Carlos I y, lo que es peor, su corruptela. No me importa su vida privada, eso queda para su esposa y las revistas sensacionalistas, pero sí que cobrara porcentajes escandalosos por sus oficios como “mediador”. ¡Qué triste, que yo, una republicana que admite haber sido Juancarlista, ahora se dé de morros con esta realidad repugnante!
Creímos en la libertad de expresión, pero ¿dónde estaba? ¿por qué se callaban todas las vilezas cometidas por una persona que de puertas para fuera supo venderse como bonachón y defensor de España? Se cae la venda de los ojos y solo queda un inmenso asco.
Asco también por los Presidentes, Ministros y Jueces que otorgaron prebendas a un tipo como ese comisario que debió ser expulsado del Cuerpo nada más haberse aprobado la Constitución. ¿Todos los españoles iguales bajo la ley? Que se lo digan a los torturados que se cruzaban con ese mal nacido por las calles de Madrid. ¡Viva la Transición, que nos libró de Fuerza Nueva y cuarenta años después nos trajo a Vox!
También admiré a Felipe González, Zapatero, Rodriguez Ibarra… Durante un brevísimo tiempo incluso a Pedro Sánchez. Pero está claro que las esperanzas de la gente de izquierdas se van por el retrete a la misma velocidad que “sus señorías” se apoltronan en los sillones y en sus cargos directivos. Contra los políticos de derechas no tengo nada que objetar: jamás esperé sus bondades, con lo cual mi decepción y mi crítica no les afecta. El problema lo tengo con los que sí pensé que me representaban y no lo hicieron. Les voté y ahí seguimos, con una sanidad pública destrozada, una educación pública en crisis y una concertada en crecimiento, y tantos y tantos campos que no han recibido el empuje y la modernización que precisan, como el judicial.
Podría seguir hasta aburriros pero tampoco es plan, que para algo hoy es viernes, día desacostumbrado en mi blog, y mejor nos damos un respiro y tomamos unas cañas con los amigos. Eso sí, con las precauciones debidas.
No obstante, no quiero dejar sin comentar “la última”, que mi amiga Carmen me envió con mucha sorna. Porque sí, señores, yo estuve hasta las trancas por Miguel Bosé. Tuve sus posters en mi habitación desde que inició andadura con Linda en el programa de mi añorado Íñigo hasta ya bien entrado su Amante bandido o Los chicos no lloran. Me pareció cutre su tinte amarillo canario pero defendí su salida del armario por más que nos hubiera engañado con románticas canciones como “Deja que”. ¡Y ahora va y también se suelta la melena para arremeter contra el coranovirus! Lo tacha de gran mentira de los gobiernos y acusa a la posible vacuna de plan para controlar a la población.
¡Asombroso!
¿Dónde se ha quedado la cordura? ¿Qué le ha pasado al mundo, en general, para que prevalezcan mamarrachadas como estas?
¿Tengo o no, motivos para la desolación?

jueves, 4 de junio de 2020

El olor de la pobreza


Hoy traigo a la palestra PARÁSITOS ( no os frotéis las manos que no vamos de políticos), la película ganadora de los pasados Premios Oscar: Mejor película internacional, Mejor director, Mejor película y Mejor guión original. ¡Un filme de Corea del Sur!
La acabo de ver ( asumo mi retraso cinematográfico) y me ha dejado cierto sabor agridulce que me incita a compartir impresiones con vosotros. No contaré de más por si no la habéis visto aún. De ser así, os la recomiendo.
Es una película divertida, que te atrapa, te envuelve de tal modo que no intuyes por dónde van a salir los tiros… pero también es un drama monumental.
Su argumento podría incluirse en la tan manoseada definición de lucha de clases, pero no termina de convencerme. ¿Es una denuncia social? En parte. En un principio, la historia comienza cual novela picaresca, con una familia tirando de ingenio para sobrevivir. Les vemos viviendo en un sótano infecto y cómo se van incorporando mediante diferentes empleos a una casa de ensueño. Los propietarios viven en la inopia, con problemas que les agobian pero que ya quisieran para sí los pobres , aunque es legítimo que a ellos les importe… Sin embargo, el argumento va girando por derroteros complejos. Combina la comedia negra con el drama y, de repente, llega el terror.Con él descubrimos que la insolidaridad no es atributo particular de los ricos.
La trama vuelve a dar un sorprendente giro. Lo que para unos resulta un trastorno que intentan solventar con una paga extra, desconocedores de lo que pasa fuera de su limitado mundo, para los otros es una inmensa tragedia.
No obstante, el desencadenante que convierte en thriller esta historia es un detalle tan nimio como el sentido del olfato. Los pobres “huelen”. Y tomar conciencia de ello les humilla de tal modo que un simple gesto desencadena el caos.
Viendo la película uno se pregunta quiénes son más parásitos, si los pobres que agudizan su ingenio para salir del hoyo donde malviven o los ricos, que son incapaces de realizar las tareas más elementales y requieren de sus sirvientes para todo.
La respuesta la dejo a vuestro criterio.
De todos modos, el encabezamiento de esta reflexión va por otro camino. Uno que me trajo el recuerdo, mientras veía la cinta, de mi trabajo en Badajoz. Porque yo también “sufrí” ese olor a pobre; ese olor que se impregna en la ropa, en el pelo y la piel. Y también tuve mis reparos y propuse llamar la atención a la persona en cuestión para que lo suprimiese. Y tuvo que callarme la boca una compañera porque esa persona, en pleno invierno, no tenía dónde calentar agua ni tampoco lavadora. Me sorprendió tanto ese grado de pobreza que sentí una vergüenza sin igual por no haber recapacitado antes de comentarlo. Y es que, aunque te muevas entre gente con necesidades básicas , a veces no eres consciente de que existen diferentes grados, algunos tan agudos que asustan. Y me fui a casa sintiéndome culpable; de tener cocina, ducha y calentador , calefacción y comida en la mesa. Porque el olor del pobre no es exactamente igual al de la persona que se sube al autobús o te cruzas por la calle. Es “otro”olor. Y doy gracias porque ellos no sean conscientes de que lo llevan impregnado, y si lo son, porque no nos odien a los demás. Porque ese sí que sería motivo de revueltas populares y no el de las caceroladas.