"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 26 de noviembre de 2020

¡¡¡Respétame!!!

 

Empezó con Esa falda es muy corta, ¿no?; siguió con Tu amiga Raquel es una entrometida. Todo lo que digo le parece mal. Después, Me encanta que te diviertas, pero prefiero que sea conmigo.

No voy a escudarme en que soy joven; ya cumplí los treinta. He tenido otras parejas. Normales. De ir a su bola y pasar de mí. Quizá por eso me resultó tan romántico, el afán posesivo de Iván.

Ahora ya no me divierte.

Soy una zorra si algún amigo me saluda con dos besos o cualquier tío me mira por la calle.

Me gusta provocar si luzco pequeño escote, uso tacones o me suelto el pelo.

No lo quiero, porque añoro la relación con mis amigas, a quienes no veo desde hace meses. Con Raquel me enfadé porque me aseguró que Iván era peligroso, que esos celos eran enfermizos.

Mis padres lo adoran. Jamás muestra su verdadero rostro ante ellos.

La primera bofetada me la gané por decir que nuestro nuevo vecino del segundo era mono. La segunda fue moral, por cocinar soso. Tiró el plato contra la pared.

En el trabajo estoy siempre cabizbaja y controlo salir puntual, porque si no me espera un interrogatorio de primer grado.

Me acaban de decir que estoy embarazada. Mi primer pensamiento ha sido abortar. Mientras caminaba por la calle, como una zombi, solo pensaba en cómo hacerlo sin que él se enterara.

De imprevisto, me he tropezado con una manifestación contra la violencia de género. Me he sentido tan humillada que he llorado delante la pancarta. Una chica que podría ser mi hermana pequeña me ha abrazado y me ha llevado a tomar un café. ¡Le he contado todo! Para mi asombro, ¡me he desahogado con una auténtica extraña! Ella ha vuelto a abrazarme y me ha ofrecido ayuda en su asociación. Se llama Raquel. ¡Tiene que ser cosa del destino! Me voy con ella. Odio a Iván con tantas fuerzas que este encuentro es el milagro por el que he estado rezando.

Si estás en mi situación, no lo dudes. Sálvate.

Si solo estás al comienzo de una relación dañina, exige respeto. De no hallarlo, huye. Mejor sola que mal acompañada.


25 DE NOVIEMBRE, DÍA CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO.

TODOS LOS DÍAS SON 25 DE NOVIEMBRE.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Cuando te obligan a escribir

 

Para aquellos que me seguís en redes, sabéis que no escribo críticas negativas de los libros que leo o dejo a medias por infumables. Considero que hay gustos para todos los colores y no soy quién para erigirme en juez.

Pero sí hay cosas que, como lectora, me cabrean y hoy no me apetece callarme.

Estoy siguiendo una trilogía de novela negra. También quienes me seguís, sabéis que soy “devoradora” del tema. Pues bien, me parece una tomadura de pelo la que estoy leyendo. Sí, la sigo leyendo, a pesar de mi enfado. Porque quiero saber como acaba, quiero saber qué ha ideado esa cabecita creativa para sus dos protagonistas, potentes como ellos solos.

Este autor comenzó con una novela de impacto, por su trama, sus personajes y su curiosa manera de expresarse; fue un exitazo, un bestseller, vamos, y...ahí nace mi curiosidad. ¿Él pretendía,de verdad,escribir una trilogía? O la editorial, aprovechando el impacto mercantil, ha querido seguir con la gallina de los huevos de oro y nos ha terminado endosando una segunda parte que ya flojeaba y una tercera que ...prefiero no calificar.

Sé de lo que son capaces las editoriales. Y de lo que somos capaces, a veces, los escritores, por firmar un contrato. Supe, de una autora – magnífica, por cierto – que tras ganar un premio tuvo que cambiar el final de su libro porque la editorial le “exigió” que escribiera una segunda parte. Me lo contó en persona, no es un bulo. Para mí, resulta de una prepotencia despreciable, pero comprendo que publicar y vernos en papel y en listas de venta es una tentación mas fuerte que el chocolate.

Esto me lleva a preguntarme: que me sobre casi el segundo libro y , desde luego, el tercero, ¿es culpa del autor o de la editorial? Me quedaré con la duda, puesto que ni conozco al escritor ni me relaciono con tan potente editorial, pero me gustaría que, de algún modo, les llegara la información de que los lectores no somos idiotas. Que podemos leer una trilogía, si se empeñan, pero que son de esos libros digitales que después de leerlos, los borras y te quedas tan pancha. Y, desde luego, ni se me ocurre recomendarlo ni me lo compro en papel porque me ha dejado un bonito recuerdo o lo adquiero para regalar.

A la editorial le importa un pepino, lógico. Lo de ellos es llenar sus arcas. Pero, ¿para el autor también?

Personalmente, no me apetecerá leer su próxima obra.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Noche oscura. Relato de Halloween.

 

El viento aullaba con un silbido siniestro. No lo escuchaba porque llevábamos las ventanillas subidas y la voz de Dan Reynolds atronaba el habitáculo con su magnífica Believer. Me encanta Imagine Dragons pero esta noche precisamente no era lo más oportuno para aporrear nuestros oídos. Veía las ramas de los arboles, a ambos lados de la desierta carretera, zarandearse como si un huracán nos persiguiera. Aprensiva, apoyé mi mano en el muslo de Adrián y él me devolvió una sonrisa esquiva. ¿Qué ocurre? Le pregunté, bajando el volumen de la música, y él se encogió de hombros, descorazonado.

Apenas nos queda gasolina.

¿Qué dices?–grité, con un mosqueo mayúsculo–. Ayer dijiste que llenarías el depósito.

Se me olvidó.

Para corroborar nuestros temores, el coche ralentizó la marcha hasta que se quedó quieto. En mitad de la carretera. En mitad de la nada. Miré en rededor como si mi cuello fuera el de la niña del exorcista y luego clavé la mirada en Adrián, a punto de darme un síncope.

¿Tienes idea de dónde estamos?

A dos kilómetros queda una gasolinera –asintió, convencido –. He visto el cartel hace un rato, por eso no he querido decirte nada. Estaba seguro de que podríamos llegar.

Contuve las ganas de chillar y aparté la vista para otear el horizonte. La noche estaba oscura como boca de lobo. Adrián se quitó el cinturón y cogió su chaqueta del asiento de atrás, donde la había tirado al salir de casa.

¿Dónde vas?

A buscar gasolina – replicó, molesto por mi falta de apoyo–.¿No creerás que va a venir sola, verdad?

¿Y no puedes llamar a la gasolinera? Busca en Google Maps dónde estamos y lo mismo…

Adrián denegó, incrédulo. Es cierto que yo todo lo arreglo con una llamada y que vengan a solucionarme el problema; ¿por qué no podía hacer él lo mismo? ¿No estaría un contratiempo como ese incluido en el seguro del auto? ¡Qué le costaba una pasta, joder!

¡Que no,Marta, que no! ¡Dos kilómetros los recorro yo en diez minutos! Espérame aquí y enseguida regreso.

Se me pusieron los pelos de punta. ¿Quedarme sola en semejante paraje! ¡Ni loca!

¡Ni se te ocurra, Adrián!¡Mira el viento que hace! ¡Te vas a congelar con esa chaqueta!

Sin hacerme puñetero caso,mi novio pegó un portazo antes de avisar Cierra los seguros y deja puesto los intermitentes. No vaya a venir alguien por detrás y nos pegue un golpe.

Emprendió camino,encorvado sobre sí mismo, con las manos en los bolsillos y la chaqueta entallada. Lo último que vi fue como se levantaba el cuello y se encogía aún más, marchando con dificultad por un asfalto del que parecían surgir manos que le impedían el avance.

Bajé la ventanilla un instante y la volví a subir. ¡El frío cortaba el aliento! La noche, a mi alrededor, solo era negrura. Estábamos subiendo un puerto y no había rastro de presencia humana por ningún lado.

Mascullé maldiciones, me arrebujé en el abrigo que recuperé del asiento trasero y aguardé, en el más ominoso silencio, a que Adrián regresara con la maldita gasolina, una grúa o lo que demonios nos sacara de aquel atolladero.

De repente, un golpazo sobre mi cabeza me hizo dar un respingo. La sangre se congeló en mis venas y después empezó a correr, frenética, bombeando mi corazón a toda pastilla. Boqueé, sintiendo el pulso desenfrenado. Un nuevo impacto me arrastró hacia la puerta, apoyé la espalda en ella y busqué el menor indicio de qué estaba cayendo sobre el techo. No llovía, ni había tormenta con granizo… Era… Otra cosa. A pesar de la oscuridad pude ver que algo resbalaba por la luna del Audi.

Grité, grité con pánico, con miedo, con terror, con todo lo que describa esa sensación de no creerte lo que estás viendo y no ser capaz de cerrar los ojos.

Porque lo que estaba viendo al otro lado eran los de Adrián, abiertos con el mismo espanto que debían reflejar los míos, con el pelo rubio apelmazado de algo que debía ser sangre, con sus labios blancos. Con la cabeza cortada. Con su cabeza asida por una mano grotesca que azotaba sin piedad la luna, como esperando romperla para hacerme lo mismo.

Grité, grité, grité. Sin voz y sin llanto. Grité hasta que mi corazón dijo basta y me desmayé.


Al día siguiente, en todos los diarios saldría la crónica que conmocionó a la provincia por la brutalidad de sus imágenes. En una aparecía una joven pareja, Adrián Martorel y Marta Garrido, jóvenes y sonrientes asistiendo a algún evento fiestero, y en otra, el detenido, David Ortega, de cuarenta y cinco años, vistiendo un pijama ensangrentado y aferrando con saña la cabeza de su víctima mientras varios policías lo cercaban armados de pistolas táser. El intrépido reportero que consiguió la primicia aseguró hallarse por casualidad en la zona, que vislumbró un automóvil mal estacionado, con luces de emergencia y que, cuando se bajó a prestar socorro, se encontró el macabro hallazgo: a David Ortega aporreando el vehículo con una cabeza ensangrentada. Llamó a la policía y se encerró en su auto con los faros apagados, apabullado por la escena. No fue hasta que asomaron las primeras luces rojas y las sirenas que se atrevió a sacar su cámara y a encender sus propios intermitentes, no fueran a llevárselo por delante los agentes. Al mismo tiempo se personó en el lugar del siniestro una furgoneta del centro psiquiátrico del que Ortega se había escapado horas antes. Para desgracia de Adrián Martorel, se produjo un funesto encuentro del que solo ellos sabrían dar noticia, aunque por descontado, ninguno estaba en condiciones de darlas. Tampoco la joven Marta podría aportar dato alguno. Su corazón se había detenido en algún momento de la noche debido al intenso terror sufrido durante el incidente.

Los amigos que les aguardaban en una casa rural para celebrar la festividad de Halloween debieron ser atendidos por los servicios de emergencias al conocer la noticia.

La familia de ambos jóvenes ha interpuesto una denuncia a la Consejería de Sanidad de la que depende el Psiquiátrico y este Organismo, en palabras de su portavoz, se conduele de tan inusitada contingencia.


MERCEDES GALLEGO