"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 27 de mayo de 2021

EL RINCÓN DE LA ACOGIDA

 

Mi nombre no importa. Cuando llegué a España, nadie sabía pronunciarlo y renuncié a él. Soy búlgara. En mi país trabajaba en banca, aquí limpio casas. Dicen que soy callada, pero es que no me gusta llamar la atención y lo hago cuando hablo. No puedo ocultar mi acento. Un día me dijeron de un lugar en la parte vieja de la ciudad donde la gente como yo acude a aprender el idioma y te ayudaban a manejarte. La chica que me enseñó, insistió tanto que tuve que decirle mi nombre. No lo pronuncia bien, pero se parece bastante. Ella dice que perder el nombre es perder un poco la dignidad. No entiende que necesito más comer y enviar dinero a mi familia que sentirme digna. Con todo, cada vez que menciona mi nombre le regalo una sonrisa. Siento que ella, al menos, “me ve”.

 

Era una niña cuando mi madre murió, en Marruecos, y me tocó cuidar de mis hermanos. Nunca pisé una escuela. Llegué a España con treinta años. Omar había emigrado a este país y entre él y su mujer abrieron una tienda. Me trajeron para cuidar de sus hijos. Nadie me había querido por esposa y yo era una carga para mi padre porque él tenía una nueva mujer. Viví encerrada hasta que mi cuñada me habló de un sitio para que aprendiera español y pudiera ayudar a mis sobrinos con las tareas del colegio. Acudí muerta de miedo. Sin embargo, ha sido la primera vez en mi vida en la que he disfrutado de mí misma. Nadie me exigió que me quitara el hiyab, solo que respetara las costumbres del resto de compañeras, entre ellas las saharauis, a quienes yo creía malas personas cuando estaba en mi tierra. Ahora entiendo que son como yo. Mujeres desamparadas. He aprendido a leer y escribir, a manejar dinero, a dar mi opinión libremente, a sentirme orgullosa de mi género. A no avergonzarme de estar soltera. Mi maestra me enseñó que no es necesario que un hombre me elija. Que yo puedo elegir también NO tener un marido. Es liberador.


Mi mamá me consiguió trabajo en una casa, de interna, y pude dejar el pequeño pueblo donde vivía, en Ecuador. Soy “serrana” y las posibilidades de prosperar allí eran muy pocas. Lo único que sentí al abandonar mi país fue que dejé mi alma en manos de mi abuela. Mi pequeño bebé no podía acompañarme. Pero yo tengo que sacarlo adelante a cualquier precio. Mi país es violento y corrupto. Traeré a mi hija en cuanto gane lo suficiente, pero queda mucho para eso. La primera vez que me subí a un avión sentí terror, pero igual de susto me dieron los autobuses. Ahora, la señora me ha permitido acudir con mi mamá a una escuela donde nos enseñan a manejarnos, a contar el dinero, a usar los aparatos de la casa, a hablar mejor el español. Algunas veces hasta nos llevan de excursión o visitamos museos. ¡Es hermoso! Yo quiero que mi hija venga a un colegio en esta tierra donde todo parece posible. Quiero un futuro para ella como el de esas niñas a las que veo jugando en el parque mientras se me caen las lágrimas sin que pueda evitarlo.


Soy refugiada política. Gracias a un programa de ayuda internacional logré escapar de una cárcel marroquí en la que me torturaron durante dos años. Me manifesté con camaradas del pueblo saharaui por las calles de Rabat y la policía nos detuvo. De nos ser por una joven  de la Cruz Roja, aún seguiría allí o habría muerto. Ahora camino en libertar por las calles de esta pequeña ciudad en la que la gente me mira por el colorido de mis mantos. Los uso como símbolo de identidad y me enorgullece que mis maestras de español me digan que son hermosos. Comparto espacio con mujeres de otros países, incluso marroquíes. Mi cabeza no las aprecia, pero mi corazón distingue el nombre de cada una y se identifica con las desgracias que las han alejado de sus familias para buscar un futuro mejor. Creo que la lucha forma parte de la esencia femenina. Todas tenemos una losa encima : un dictador, un marido, una falta de conocimientos que nos impide hallar trabajos dignos… Somos seres en perpetua batalla para superarnos.


Estos relatos no pertenecen a cuatro mujeres concretas. Son retazos de vida de las muchas que conocí en mis años de maestra en Badajoz, en Equipo Solidaridad. Ellas me calentaron el alma con sus vivencias y yo intento compensarlo ofreciéndoles lo poco que tengo: mi habilidad para contar historias.

Pero no os confundáis. TODAS son mujeres de carne y hueso, con sufrimientos y alegrías, de distintas razas, credos y creencias, pero LUCHADORAS. Mujeres que se han forjado una vida en nuestro país a cambio de renunciar a muchas cosas.

Piénsalo cuando te cruces por la calle con un migrante o lo veas en televisión. Y da gracias porque no te tocó nacer en ninguno de sus países.