"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 27 de abril de 2023

LOS ABRAZOS

 

Dar un abrazo a alguien, si lo hacemos de corazón, es mucho más que un simple gesto. Es poner tu cuerpo y tu alma al alcance de quien abrazas, es un traspaso de magia en forma de cariño. Hay muchos tipos de abrazos, tantos como personas somos, pero lo importante es la transmisión de sentimientos, de decir «estoy contigo» «cuentas conmigo».

Hace unos días, un amigo muy querido me pidió un abrazo. Me confesó que era un ademán que echaba de menos en su vida. Ni que decir tiene que se lo di; algo confusa, lo admito, porque yo no había pensado sobre ello. Para colmo, anoche vi en una película cómo un anciano se lo rogaba a la protagonista y volvió a chirriarme algo por dentro.

¿Somos la gente de hoy día tacaña con nuestros abrazos? Ojo, no digo los de cortesía, me refiero a «los de verdad». ¡Qué triste me parece que haya personas que queremos y a la que no se lo demostramos con un gesto tan natural como es envolverla con nuestros brazos y acercarla hasta nuestro pecho, compartir la misma respiración unos minutos y sentir la firmeza de su hombro!

Propongo que hagamos un ejercicio de buena fe, que seamos conscientes al estar con alguien de si necesita ese apoyo o, simplemente, si le haríamos más feliz con tan simple guiño, y hagámoslo.

No cuesta dinero, no implica un compromiso, no tiene que ser forzado.

Ofrece un abrazo hoy, si me estás leyendo. Quizás arranques una sonrisa, quizá entibies el espíritu de alguien, quizá… quizá te sientas tan reconfortado tú al darlo como quien lo recibe.

jueves, 13 de abril de 2023

MI ÚLTIMA PUBLICACIÓN.


 

Una tarde, cansada de flagelarse, cogió la moto y enfiló hacia las afueras de la ciudad, sorteando matojos campo a través hasta alcanzar una pequeña colina con un único ocote1 y sin un alma en los alrededores. Dejó el vehículo bien asentado y apoyó la espalda en el tronco, respirando el aire limpio. Olía a humedad porque días atrás había llovido en abundancia, pero esa tarde el sol resplandecía.

Diez minutos después, el sonido de un motor rompió la armonía de su paz interna y el corazón le saltó en el pecho al descubrir el deportivo de Juan avanzando por el accidentado terreno.

Cuando salió del vehículo, con gafas de sol, vaqueros desgastados y una camisa del color del cielo, temió quedarse sin voz, pero, por suerte, su mala uva fue superior a su embobamiento y le increpó, enfadada:

–—¿Se puede saber qué haces tú aquí?

La respuesta de Juan llegó en forma de risotada divertida mientras se tiraba al suelo, a su lado.

–—¡Lo mismo podría preguntarte yo! ¡Este es mi rincón favorito!

–—¡No digas tonterías! Es el mío.

–—¡Menuda coincidencia! -Se quitó las gafas para mostrarle que estaba de broma, pero decidió sincerarse ante su semblante enfurruñado - ¡Vale! Lo admito. Te he seguido. Te vi salir de casa y me apeteció averiguar dónde te refugiabas; aparte de comprobar tu pericia con ese trasto. ¡Lo dominas de muerte ! Puede que hasta me atreva a subir contigo.

Ella le volvió la espalda y se tumbó boca abajo, sin importarle que el terreno arenoso le arañara la piel de los brazos. La mezcla de sensaciones al tener a Juan a su lado la convertía en una criatura vulnerable y no sabía cómo lidiar con ello.

–—¡Pues ya hace un rato que estoy aquí!

Él imitó su postura y clavó sus negros ojos en los claros que se le negaban. Le tocó la barbilla y la obligó a mirarlo. Su voz, cariñosa.

–—Preferí dejarte un tiempo a solas. Supuse que buscabas intimidad.

–—Me aburría en casa –confesó, turbada por el contacto.

Él pareció sorprendido.

–—¿Qué pasa con el club? ¿Tienes reparos en encontrarte con tu amigo?

–—¡Para nada! Aunque, la verdad, tampoco me apetece verlo. ¡Y eso que se ha disculpado con Sara!- Le gustó imaginar que parecían confidentes –. Ella se pensará si volverá con él o no, pero desde luego yo no seré un impedimento.

–—Tu amiga haría bien en hacerse de rogar –opinó él, arrancando una brizna de hierba y mordisqueándola, sin quitarle la vista de encima –. En cuanto a tu actitud, no seas tan estricta; es normal que el muchacho se encaprichara. Sabes que eres preciosa, y la belleza atrae a los chicos.

Tess se sonrojó por su comentario y apartó el rostro para ocultar el gozo que la embargó escucharlo.

–—Sé que gusto a los chicos. Ya me pasó en Boston. Pero tampoco tengo ganas de provocar enfrentamientos entre mis amigos. –De pronto se calló, sobresaltada –. ¿Por qué te cuento estas tonterías? ¿ Y tú, ¿por qué pierdes el tiempo conmigo? ¡Fijo que piensas que son niñerías!

–—Lo son, pero te afectan a ti y no quiero que estés triste.

Ruborizada de placer, aprovechó una sutil treta.

–—¿Por qué? ¿Qué puede importarte ? Llevamos años sin tratarnos.

–—Aunque transcurra una eternidad, nunca dejarás de ser mi princesa.

Lo dijo en un susurro, pero sonó tan burlón que ella se revolvió en la hierba.

–—¡No te burles! ¡Y no me vuelvas a hablar de pañales ni cosas así! ¿Cuándo vas a aceptar que he crecido?

Juan le acarició una mejilla.

–—Te dije que lo había notado. Es demasiado evidente, Tess.

–—¡Pues trátame como a una adulta! –masculló, enojada.

Por un instante, la mirada oscura se nubló mientras Juan calculaba la respuesta. Su mano permanecía sobre el hombro desnudo de la muchacha, sintiendo la tibieza de su piel. Optó por ser correcto y rompió el contacto.

–—¿Quieres salir conmigo esta noche?

Ella creyó que seguía de broma, pero no, su mirada era directa y su semblante estaba serio. «¡Lo había conseguido! ¡Había conseguido una cita con Juan!» Pese a todo, se mostró comedida.

–—¿Lo quieres tú?

–—Te lo estoy pidiendo.

Tess se perdió en su boca, en el movimiento de aquellos labios susurrando las palabras con las que había soñado, y comprendió que estaba colada por él.

Hubiera sido perfecto que Juan aprovechara el momento y la tumbara sobre la hierba para comérsela a besos; pero, por el contrario, se colocó las gafas y se incorporó, sacudiéndose la hierba de los tejanos.

Ella lo imitó, rauda.

–—¡Sí, sí quiero que salgamos! -— se apresuró a asentir, temerosa de que se retractara.

A las diez, entonces. Esperaré frente a tu casa.

De pie, uno frente al otro, Tess izó la cabeza para estudiarlo. Le sacaba un palmo de altura y cubría el sol con su ancha espalda de nadador. Los tejanos se le escurrían en las caderas dándole un aire indolente que le secó la boca. ¡El físico de aquel hombre era espectacular! Y si bien ella era guapa de cara, apenas tenía para ofrecer su metro setenta y dos y sus formas juveniles.

Su rostro debió de mostrar alguna desilusión porque él esbozó una sonrisa y le acarició la mejilla.

–—Me quedo más tranquilo si vas delante y puedo vigilar que no atropellas a ninguna ardilla con ese armatoste.

–—Ese armatoste se llama Ducati 1199 Panigale, y es un modelo del año pasado, que he recibido como regalo por superar mis exámenes con excelentes notas –replicó, orgullosa.

–—¿No hubieras preferido un Porsche?-rio él.

–—No. Sabía que tú tendrías uno si quería probarlo. Sigo escogiendo la moto –se permitió bromear.

Juan le regaló una carcajada al tiempo que le alborotaba el pelo.

–—¡No olvides ponerte el casco! Solo el sonido de arranque, ya da miedo.

–—¡Mira quién fue a hablar! Tu deportivo es más peligroso.

Una mueca gamberra se dibujó en los sensuales labios masculinos.

–—Es posible; pero sabe quién es su dueño.

–—¡Prepotente!

Le golpeó el pecho con el puño y él volvió a reír, sintiéndose cómodo con el intercambio de puyas. Sin embargo, el sol se estaba poniendo y se preocupó por ella, pese a haber constatado que conducía con pericia.

Venga, charadas a un lado. Súbete a ese caballo para que pueda seguirte a distancia.

Tess obedeció, sin privarse de sacarle la lengua.

Ambos se pusieron en camino. Al llegar a la entrada de la urbanización, Juan pitó una vez y se despidió con la mano. Tess, eufórica, le devolvió el ademán. 

 

 

Una pequeña muestra de lo que Tess y Juan pueden ofrecernos. ¿Te apetece conocerles? 

COLGADA DE TI. Editada por Harlequín Ibérica.