Para
todos aquellos que me siguen no es novedad que trabajo en un
proyecto de inserción social con mujeres desde hace 20 años; lo
que no sabéis, tal vez, es quien inició esa labor tan asombrosa que
nos ha llevado a todas las personas que hemos – y continuamos –
participado en él a crecer como seres humanos y a aprender que
todos necesitamos de todos y que todos aprendemos del resto.
Lo
hizo una “hermana” de León, no capital, pero sí provincia.
Esta mujer, como todas las que dan título a mi reflexión, posee una
fortaleza a prueba de bomba, resulta convincente en sus argumentos
porque da fe de sus palabras con su propia vida, se muestra
exigente con los que trabaja pero es siempre la primera en iniciar la
jornada y la última en retirarse, da ternura a los que necesitan
ser escuchados, es convincente con los políticos a los que hay que
recordar que el dinero público debe llegar a los sectores más
necesitados y perseverante cuando se trata de alcanzar un
objetivo... Pero sobre todo, es dura como un roble. Ella y todas las
“hermanas” nacidas en la dichosa provincia de mis envidias,
porque yo, en mi próxima vida, quiero nacer en León. Parecen
inasequibles al desaliento, fuertes y sanas, alegres y cachazudas en
muchas ocasiones, con un sentido del humor que te pasma en personas
de su edad o su profesión. Porque estoy hablando de monjas, sí, de
religiosas. Que a todas se les nota a la legua a lo que se dedican
ya que exudan
un no sé qué que se les ve venir el oficio
aunque no lleven el hábito.
Sin
dejar de encomiar la labor del resto, voy a detallar la de esta mujer
en concreto, de nombre Isabel y de apellido De la Riva. Así es como
debería llamarse nuestra escuela ( que por cierto, tras veinte años
sigue sin denominación ) lo que nunca se hizo por dejadez del resto
y humildad de la interesada. Aún estamos a tiempo pero las cosas de
palacio ( y si son de Iglesia, más) van despacio.
Isabel
comenzó la escuela con unas cuantas mujeres gitanas y como hemos
contado en el centro hasta la saciedad fue porque surgió la
necesidad de que necesitaban aprender a leer para localizar calles de
Badajoz a las que debían acudir a solicitar trabajo. Una cosa llevó
a la otra y en poco tiempo se atendió las múltiples necesidades del
resto de mujeres del barrio.
El
Casco Antiguo es una zona bellísima ( para aquellos que saben mirar
más allá de las fachadas derrumbadas y se detienen en los arcos
árabes, en el neogótico de las Adoratrices,
en la recuperación de edificios y en el aire a historia que se
respira) donde desde antiguo han convivido las clases más nobles
con las más
desfavorecidas. El caso es que centradas en
ayudar a los demás, un batallón de personas con buena voluntad nos
lanzamos, dirigidas por la
general De la Riva, a intentar que la
existencia de mujeres con autoestima por los suelos y recursos
educativos y laborales prácticamente inexistentes alcanzaran cotas
asombrosas de éxitos en ambos campos. No voy a mentir omitiendo que
perdimos a algunas por el camino pero así es la vida en realidad,
un cúmulo de éxitos y fracasos.
Isabel
los fracasos no los asimila muy bien así que tampoco fueron tantos
pero el trabajo intenso y sin tregua mermaron su salud hasta límites
peligrosos lo que llevó a que sus jefas la mandaron a descansar
fuera de la ciudad.
¿Obedeció?
Pues no. Aprendió a cocinar para relajarse
y creó otro “emporio” donde las mujeres realizan manualidades
que luego venden en mercadillos , además de ayudar – como antes
también - a familias con problemáticas de drogas, a personas que
bordean la marginalidad, a hacer más cercana la iglesia
a la gente de la calle... En fin , que no
la callan ni debajo del agua y ahí sigue en pie de guerra trabajando
hasta que – Dios quiera que tarde mucho – su corazón le explote
de puro agotamiento.
Imagino
que este artículo gustará a algunas de mis compañeras y otras me
dedicarán alguna crítica “no velada” por sacar a relucir datos
y nombres que ellas prefieren mantener en el anonimato;
no obstante,
lo voy a dejar así; para que el mundo sepa que no se puede juzgar a
los demás por el hábito
que visten sino por las obras que les delatan.
Y
yo, objetivamente laica, me quito el sombrero ante mujeres como
Isabel. Ante ella y antes sus “ hermanas”. La mayor parte, de
León.
Postdata: Esta reflexión debería incluir a otra mujer con un historial muy parecido al de Isabel; Rafaela, la "sombra" luminosa de esa comunidad. A ella dedico, sin excluir al resto, mi cariño.
Postdata: Esta reflexión debería incluir a otra mujer con un historial muy parecido al de Isabel; Rafaela, la "sombra" luminosa de esa comunidad. A ella dedico, sin excluir al resto, mi cariño.
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