Carla
cerró la puerta a sus espaldas y contempló pasmada el vertedero de
basura en que se había convertido su salón. Sobre los muebles
reposaban botellas y vasos vacíos, platos de plástico con restos de
comida, cajas de pizza, cartones de chino, tapes abiertos con
aportaciones culinarias de sus amigos, envases de helado, copas de
cristal de todos los tamaños, ceniceros rebosantes... Suspiró un
segundo ante la ingente tarea que se le presentaba pero luego esbozó
una sonrisa. Eran las dos y media de la madrugada. Lo habían pasado
de maravilla y se sentía feliz de saber que contaba con amistades
tan fieles. Había bastado una llamada a media mañana para que se
hubieran apuntado al festejo y contribuido a su modesta economía
aportando de todo un poco. Miró divertida el descarado conjunto de lencería rojo que le habían regalado, con
liguero incluido, y que un arrebato de locura etílica le había
llevado a probarse realizando un pase de modelos. Rememoró la boca
abierta de los chicos y, sobre todo, la mirada anhelante de Raúl,
quien llevaba insinuándosele desde navidades. Seguramente la idea
había sido suya, sin esperarse convertirse en testigo de su
descaro. Sin embargo, no podía evitarlo, pasadas tres copas se
volvía de lo más atrevida. Claro que hasta cierto extremo. Cuando
le propusieron un baile erótico supo parar a tiempo y cuando Cris se
la llevó al baño y le metió la cabeza bajo el grifo se lo
agradeció después. La fiesta había seguido por los cauces
habituales y ella se limitó a tomar Coca Cola fría.
Ahora
tenía por delante un rato de curro porque era incapaz de meterse en
la cama con semejante desorden en su salón.
Abrió
las ventanas de par en par (las cerraron para que la música del CD,
las risas y los bailes no molestaran a los escasos vecinos a partir
de las doce) , se mudó el sugerente vestido de gasa negra por una
camisola ligera que apenas le cubría el tanga y se dispuso a
recoger en bolsas de basura todo lo tirable y a llevar a la cocina
americana lo que debía fregar. Tentada estuvo de ponerse el mp3 pero
con las prisas trabajó a buen ritmo y se olvidó de la música. Iba
por el enjuague de copas cuando unos atronadores golpes sobre la
puerta la sobresaltaron y dejó caer el cristal, que se hizo añicos
sobre el fregadero. Atónita, miró por instinto el reloj que
imitaba al de una estación ferroviaria y que hacía de muro
invisible entre el salón y la cocina y vio que señalaba las tres y
cuarto. Aguardó expectante por si se repetían los golpes ¡Y vaya
si se repitieron! Asustada, de puntillas sobre el parqué recién
seco, se acercó la puerta y miró por la mirilla. El pasmo la
invadió de nuevo: un tío con rostro furioso, en pantalón ancho y
con el torso desnudo estaba en su rellano. Iba a descargar otro
mazazo cuando se detuvo y pareció mirarla directamente desde la
amarillenta luz del descansillo:
- ¡Sé que me estás observando así que abre de una puta vez!
Carla
sintió un vacío en la boca del estómago. No supo cómo logró que
le saliera la voz del cuerpo.
- ¡Váyase o llamo a la policía!
- ¡Sí, eso, llama a la policía; a ver si así consigo que te estés quietita de una jodida vez!
Paralizada
por el asombro miró como su mano iba hasta la cadena de seguridad y
le abría la puerta. El espécimen que apareció en el vano no podía
estar más bueno, con pectorales de infarto, ojos azules y boca
sensual. Aunque en aquel momento lanzaban rayos y centellas contra
toda ella. Logró balbucear un:
- ¿Quién es usted?
Con
ironía él realizó un saludo teatral y de sus labios salió un
burlón:
- Mil perdones por no haberme presentado antes. Soy tu vecino.
Carla
tartamudeó, incrédula.
- ¿Qué vecino? Ángela está de vacaciones y el piso de enfrente está vacío...- replicó con desconfianza.
- Pues mira, no sé quien es Ángela, pero yo he alquilado “ese” ático - recalcó señalando la puerta de enfrente que permanecía abierta de par en par dejando entrever luz de su interior – desde el martes pasado. Y tras hacer una guardia de veinticuatro horas, muerto de agotamiento, regreso a “mi”casa - insistió - y me encuentro con un jolgorio de tres pares de narices , pero como soy educado y no quiero parecer un vecino antipático me aguanto hasta las doce y como veo que la fiesta no para me tomo dos somníferos que no me han hecho ni mella porque entre besitos y adioses en el descansillo se te ha ido una hora, “bonita” - lo recalcó echando un vistazo a sus largas piernas desnudas, su mini delantal y su cabello negro sujeto con una pinza sobre la coronilla de mala manera haciendo que se sonrojara al imaginarse con sus ojos - Y para colmo, cuando ya espero que el silencio penetre en este puto edificio voy y escucho cómo te pones a recogerlo todo ¡ Y los nervios, me han vencido, “bonita”, y he decidido que tenía que ver con mis propios ojos quien es la jodida y maniática mujercita que me he echado por vecina!
Tras
la perorata un silencio sepulcral se marcó entre los dos. Él,
relajado al fin por haberse desahogado, y ella porque había actuado
con buena fe y no podía creer que hubiera dado pie a un escándalo
semejante. Iba a disculparse cuando los ojos azules repararon en la
mano que aún mantenía sobre el marco de la puerta y todo aquel
conjunto de hormonas alteradas se desinfló de golpe. El color claro
se modificó a un tono más oscuro y el entrecejo del divino vikingo
que tenía enfrente se frunció mostrando una preocupación verdadera
que la dejó más patidifusa si cabe.
- Tienes sangre en el brazo.
"Vecinos" by Mercedes Gallego is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
No hay comentarios:
Publicar un comentario