El
premio Miguel Hernández , otorgado por el Ministerio de Educación,
Cultura y Deporte, ha recaído este año en el “Proyecto de
inserción sociolaboral para colectivos excluidos o en riesgo de
exclusión” de la Asociación Equipo Solidaridad de Badajoz.
Este
simple epígrafe dejará frío a quien no conozca lo que subyace bajo
ese proyecto y ese equipo; sin embargo, para las personas que hemos
participado activamente de él es es colofón a muchos años de
satisfacciones, sinsabores, estrés, exaltaciones...
Lo
he vivido en primera plana durante veinte años y me siento tan
orgullosa de ello que no puedo dejar de reflejarlo en el lugar donde
suelo confesarme, mi blog.
Si
bien mi espíritu de escritora ha estado latente esos largos años,
teniendo que limitarme a mis diarios y los esbozos de novelas que
luego han resultado lo que hoy son, no por ello me he sentido
frustrada.
Tuve
la inmensa suerte de trabajar en lo que he considerado mi vocación
hasta hace cuatro días, ser maestra.
Y no de niños o adolescentes alocados que te proporcionan más
angustia que felicidad – por lo que me han transmitido mis amigos
de la enseñanza “formal”, sino de personas adultas con
problemáticas tan terribles que me han enseñado lo afortunada que
soy al haber nacido en un entorno donde hay comida en la mesa, amor
en la familia y confianza plena en los amigos.
A
ese proyecto premiado la gente que trabaja y hemos trabajado en él
lo llamamos “la escuela”. También las mujeres que se benefician
de sus programas, y sus hijos, para los que se abrió un taller
infantil.
Lo
más asombroso es que no tenemos muy claro quien aprende de quien
porque se establece una simbiosis al llegar a ese pequeño local –
cedido, porque el dinero nunca dio para más – en el que las
“maestras” ponemos nuestro granito de arena pero las mujeres
ponen su confianza, su simpatía, sus miedos, sus alegrías, sus
esperanzas y, por supuesto, sus experiencias.
Fueron
incontables esas mujeres; en un principio llegaron las procedentes
del mundo de la prostitución y las de etnia gitana – debido a su
dificultad para acoplarse a centros “normalizados” y porque nos
encontraron en el epicentro de su barrio - ; después se les sumaron
inmigrantes necesitadas de aprender español, y
españolas
con dificultades
diversas. Siguieron
llegando las que
deseaban
sacarse el carné de conducir, aprender informática, lograr una
titulación básica pero con carencias tan grandes que no conseguían
incorporarse a la enseñanza reglada ya
que no se adapta
a sus niveles ...Incluso pasaron por la escuela mujeres de edad
avanzada cuyo sueño era aprender a leer o escribir pero
que
a lo largo de su vida no tuvieron la oportunidad de hacerlo...
¡Resultó
tan reconfortante aportar algo de plenitud a esas vidas! A través de
talleres aprendieron – y lo siguen haciendo – a conducir, a
coser, a atender a personas dependientes, a cuidar su salud, a
asumir sus problemas y enfrentarse a ellos, a quererse, a colaborar
con los demás, a convivir con gente de otras razas y credos, a
admirar la creatividad ajena y la propia realizando manualidades o
visitando museos y ciudades cercanas, a festejar la felicidad de los
demás en las celebraciones de santos, cumpleaños, navidad o fin de
curso...
¡Tantas
y tantas cosas!
En
cuanto a las maestras – voluntarias o fijas, que de ambos tipos han
pasado en gran número durante estos años, aunque algunas
permaneciéramos desde los inicios – puedo decir sin pudor que lo
hemos dado todo:
tiempo
cariño, esfuerzo...Hemos dejado nuestra piel y nuestro corazón en
cada mujer que compartió nuestro espacio; y lo hemos hecho lo mejor
posible. Me consta que hemos llorado con las tristezas y penurias de
esas mujeres, que hemos intentado paliar sus problemas, que nos hemos
alegrado con cada victoria personal...
Hicimos
muchos amigos por el camino aunque habrá quien no quiera recordar su
paso por la escuela con tan buenas palabras; sólo puedo sentirlo por
ellas porque intentarlo, lo intentamos.
Sufrimos
fracasos, sin duda, pero ¡han sido tantas las victorias! Este premio
ha sido sólo un pequeño ( gran) culmen; antes tuvimos la fortuna de
que nos subvencionaran organismos públicos y privados, que las
mujeres obtuvieran sus carnés de conducir, sacaran el titulo de
graduado escolar primero y de la ESO después, que saborearan el
aprender a leer, se admiraran ante un guía en una exposición...
Que se sintieran fuertes para afrontar sus decisiones y mejoraran sus
vidas.
No
puedo explayarme más sin adentrarme en terrenos personales y para
eso debería pedirles permiso; pero subjetivamente siento que soy
mejor persona gracias a esos veinte años. Gracias a ellas valoro ser
mujer, tener salud física y mental, ser creativa, tener fortaleza.
A
“mis chicas” como siempre les llamé, les debo inolvidables
tardes de conversación, de cafés, de confidencias...En la escuela
somos “maestras” cuando corresponde, y amigas siempre que
podemos. Y mantenemos esa amistad por encima del tiempo y el
espacio.
Merecen
mención especial mis compañeras, las cuales comparten la tarea
diaria con sumo agrado y con tesón y mucho coraje las horas de
papeleo, las ingentes horas de trabajo que supone para una asociación
tan pequeña obtener fondos que sufraguen los gastos de mantenimiento
de un local por el que pasan al año un promedio de sesenta mujeres.
Esa es la parte más ingrata de semejante “curro”, la
presentación de proyectos y memorias ; la de hacer de gestores
cuando lo único que se desea es disfrutar de la dulce tarea de la
enseñanza.
No
es un cuento lo que he escrito. Fue y es una realidad. Una preciosa
realidad donde acuden las mujeres que necesitan apoyo; del tipo que
sea. Un lugar donde al abrir la puerta, lo primeo que recibes es una
amplia sonrisa seguida de un “Bienvenida ¿qué podemos hacer por
ti?”
Si
no lo crees, pásate por allí. San Juan, 28.
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