Me
gustaría escribir una elegía como las que escribía García Lorca,
pero me temo que mi madre deberá conformarse con la sentida prosa
que desgranan mis dedos.
Mi
madre se llamaba Antonia Brígida, y como toda la dicotomía que
persiguió su vida , para los cercanos fue Brígida y para los
desconocidos Antonia. ¡ Sonaba tan raro escuchar que la llamaran
por ese nombre en el hospital! No me extraña que no
respondiera...Jamás lo consideró otra cosa que un postizo en su
carné de identidad.
Brígida,
mi madre, se consideraba a sí misma una persona débil; sin embargo,
yo la he visto dar muestras de la fortaleza más admirable que pueda
hallarse en una mujer.
Se
crió entre algodones hasta los quince años, pese a ser años de
guerra y posguerra. Tuvo la suerte de tener un padre amable, amante
de los suyos y con un trabajo bien retribuido. Mi abuelo era algo tan
arcaico como Aperador, hacía carros y los arreglaba. Trabajaba para
ricos y pobres y gozaba de bastante prestigio. Su hija fue a una
escuela privada hasta los quince años pero a partir de ahí la
desgracia comenzó a cebarse en su vida y ya apenas la abandonó.
Murió su madre de tuberculosis y en breve tiempo la siguió un
hermano con veintiún años, sin dar apenas ocasión de recuperarse
de la pena. Le siguieron otros familiares cercanos porque era una
época dura y el morir de “nimiedades” era habitual sin eso tan
normal que hoy llamamos penicilina. A su otra hermana la perdería
unos años después, del corazón, y también supondría una cicatriz
para su alma.
Cambió
su vida de “señorita” por la de “fregona” al casarse con mi
padre, un humilde calderero cuya madre salía adelante regentando una
fonda...Y allá se vio ella, la chiquilla que bordaba primorosamente,
lavando sábanas a mano y cuidando huéspedes mientras entregaba al
mundo su ofrenda más personal, sus cinco hijos.
Sus
sueños de estudiar astronomía, o historia, u otras dispares
materias quedaron reducidas a su avidez por la lectura. Desde pequeña
la recuerdo con una revista o un libro en las manos; eso sí, en
horas de descanso (¡ No me habré llevado regañinas por esconderme
para devorar una novela cuando debería estar cosiendo o estudiando!)
Si
de alguien he sacado mi amor por las letras es de ella. Suyas fueron
mis primeras lecturas, sus novelas de pastas cursis y letra diminuta,
que abrieron mi mente a mundos maravillosos y románticos.¡ Cómo no
amar la novela romántica si con ella aprendí a escribir!
¡
Menudo orgullo se reflejaba en su mirada cuando le leía aquellas
redacciones del colegio, las historias que inventaba , mis primeros
poemas...!
Mis
hermanos siempre me han tomado el pelo diciendo que yo era su
favorita pero no es verdad. Simplemente teníamos afinidad para
compartir intimidades, charlas mañaneras al abrigo de su cama,
interminables siestas disertando sobre ovnis y horóscopos,
numerología, el bien y el mal...sobre las historias familiares que
ella consideraba dignas de ser contadas pese a no ser más
significativas que las de miles de españoles que sobrevivieron a una
época negra... ( aunque agradezco el buen tino de haberle dado gusto
este verano y haber tomado nota de sus pequeñas anécdotas,porque
ahora sí que quedarán registradas para siempre)
Mami,
mi mami...La mujer cuya fortaleza engrandeció a sus hijos y nietas
cuando decidió que estaba cansada de luchar y aprovechó una maldita
vesícula para decirnos adiós... La operaron a vida o muerte y ella
eligió arriesgarse. Se despidió de todos y cada uno de nosotros
con calma, con una sonrisa, con recuerdos y alabanzas hacia la gente
que la trató... Nadie se quedó sin mencionar.¡ Cuando nos besó
uno a uno aquello pareció un fotograma de película de Frank Capra!
Le agradeció a Dios la familia que le había dado y lo unidos que
estábamos ( hasta las cuñadas, que ya difícil); yo sólo atiné a
decirle:”Somos un reflejo de ti, de lo que tú nos has inculcado”.
Y prometimos seguir así, unidos y fuertes. Y lo cumplimos.
Tras
una semana de dolor intenso haciendo guardia a su lado hasta que le
fallara el corazón, nos turnamos, la besamos y acariciamos aún sin
saber si nos sentía... Le devolvimos con creces lo que ella nos
regaló.
Pero
ya no está. Fue un alivio verla descansar en paz. Plácida. Serena.
Fuerte. Y así nos mantuvimos nosotros. Una piña junto a su cuerpo,
sintiendo que pedacitos de su alma se fundían con las nuestras
para quedarse hasta nuestro fin.
Hoy,
lo juro, puedo sentirla en mi interior.
Y
ya no sufrimos por ella, porque como dijo mi hermano Diego “ Menuda
juerga le debe tener montada tu padre, con chatos de vino y cantares
para recibirla”. La sonrisa floreció en nuestros rostros y la
seguridad de que así sería fue plena.
La
tierna Brígida y el juerguista Manuel. No pudo haber una pareja más
dispar entre sus amigos ; y sin embargo, no creo que ningún hombre
la amara más que él, que juró casarse con ella o con
ninguna...Como en las novelas que tanto disfrutó mi madre. Como las
que yo intento escribir para que siga sintiéndose orgullosa de su
hija allá donde esté.
Por
ti, mami, por tu fortaleza, escribo esto. Y para cumplir la promesa
que le hice a los míos de que te recordaría con unas letras como
merecías. No sé si lo he conseguido, pero al menos la gente que no
te conoció comprenderá porqué tu ausencia nos duele tanto.
Hasta
siempre, mami. De tu hija “prefe”.
Besos
de todos.
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