Hace cinco años escribí como regalo de cumple para mi madre el relato " La peladora de patatas" del que ella se sintió taaaan orgullosa...Cumplía los 80 y me pareció la mejor forma de manifestarle mi amor y el de mis hermanos. Este 16 de julio no ha podido ser; está en el lugar donde van los seres maravillosos como ella; no pudo invitarnos a cenar ni soplamos velas...y el vacío que nos dejó fue demasiado intenso.
En recuerdo de ese día que compartimos su risa y su llanto emocionado quiero volver a mostrároslo, para que conozcáis - los que no tuvisteis esa suerte - a la increíble mujer que me dio la vida.
En
una lejana villa de un lejano país nació un día la mujer de la
cual me contaron una historia. Como no deseo que quede en el olvido,
voy a contárosla. Leed con atención porque no es una historia banal
sino una que os dará qué pensar acerca de los motivos por los que
unos servimos para una cosa y otros para otra. Todo está escrito en
las estrellas y cuando nacemos, nada, ni el más exigente cambio en
nuestras vidas, nos desviará de llegar a donde siempre debimos
estar.
Eibi
(A.B.) así llamaremos a nuestra heroína creció rodeada de mimos y
amor. En su hogar no había demasiados lujos pero su familia la
quería porque era una persona dulce y cariñosa, siempre dispuesta a
ayudar a sus hermanos o a obedecer a sus padres. No siempre las cosas
fueron de color de rosa pero en general su infancia transcurrió
feliz.
Cuando
llegó su juventud, como en toda vida que se precie, comenzaron las
dificultades. Hubo momentos malos y momentos buenos, pero Eibi logró
superarlos con su sello de identidad: la dulzura.
Tuvo
tres novios y a los tres los quiso pero sólo uno la llevó hasta el
altar. Dejaron atrás complicaciones, celos, habladurías…Para
Eibi, la romántica entre todas las románticas, sirvió como
declaración de amor las palabras que su novio pronunció ante el
descarado reniego de su madre “Me casaré con ella o con nadie
más”…¿Quién podía sustraerse a semejante desafío? Supo que
lo esperaría, que le entregaría su corazón en cuanto se lo pidiese
de nuevo... Y al fin, lo tuvo.
Fueron
felices, como todos los matrimonios los son: a días y a ratos. El
resto del tiempo no fueron desgraciados y eso, pensaba Eibi, era
suficiente.
Nacieron
hijos, cinco hijos. Y cada uno trajo una historia que aportar a la de
nuestra protagonista. Historias de amor, de celos, de enfados, de
suspensos y aprobados…Historias que colmaron los días y las
noches, llenando las horas y haciendo que la vida de Eibi estuviera
completa, más que completa, llena. No se acordaba muy bien de vivir
para sí misma sino para los demás. Siempre con su eterna dulzura.
Fueron
pasando los años y a veces Eibi pensaba que la vida se le estaba
yendo demasiado deprisa. Sus hijos se independizaron, nacieron los
nietos (cuatro chicas a cual más bella por dentro y por fuera, según
su mirada), pasó al otro lado su esposo…y ella empezó a sentir
una tristeza muy honda que disimulaba con una dulce sonrisa para que
los demás no se angustiaran.
No
siempre sus hijos fueron justos con ella, no siempre estuvieron
atentos…y aunque Eibi a veces refunfuñaba, en su corazón no dejó
de disculparles y preocuparse por ellos.
Se
sentía inútil, como si el día a día no fuera importante…como si
ya no tuviera nada que ofrecer a los demás…Y entonces, alguien muy
cercano a ella le hizo ver lo siguiente:
Sus
hijos eran unos devoradores de patatas; siempre estaban comiendo
patatas. Podían ser fritas, guisadas, en tortilla…Pero ella
siempre estaba ¡pelando patatas! ¡Era la mejor peladora de patatas
del planeta Tierra! Si pusiera en fila india las peladuras de patatas
que había recortado a lo largo de sus años de madre, podría irse
andando sobre ellas a todos esos ignotos territorios con los que
siempre soñó y a los que jamás pudo viajar. Con sus patatas había
llenado los estómagos hambrientos de sus retoños y de los que se
añadieron a probar tan suculenta comida…¿No se había fijado en
la sonrisa de felicidad de los suyos cada vez que hincaban el diente
en las rechinantes patatas? En vez de madre o abuela, debería
considerarse a sí misma peladora, la mejor, más excelsa y
gloriosa, PELADORA DE PATATAS.
Y
entonces Eibi supo que era cierto. Le hubiera gustado haber sido
aventurera, astrónoma, escritora… sin embargo, sus pasos por la
vida la habían llevado hasta un fogón de cocina; un lugar
insignificante en apariencia pero un lugar desde el que se podía
hacer feliz a los que amaba. No había nacido para ser una “gran
mujer”, para pasar a la historia por proezas sin par, pero sí
había nacido para añadir sal a la vida de los suyos, para crear
felicidad, para dar ternura…para ser recordada, SIEMPRE, como LA
MEJOR MADRE DEL MUNDO.
Y
entonces Eibi, se sintió satisfecha. Supo que, sin lugar a dudas, su
vida había merecido la pena.
Y
para que esto no quede en el olvido, yo, la cronista de la familia,
dejo constancia de ello. Y le doy, en nombre de todos mis hermanos y
sobrinas, las gracias por estar ahí.
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