Estoy
convencida de que si en cualquier clase de Historia de cualquier
lugar del mundo se preguntara quién fue Gertrude Bell ni un solo
alumno levantaría la mano. Si cambiamos de protagonista e
interrogamos sobre Lawrence de Arabia, con un poco de suerte un
tercio lo habrá visto en una película o le sonará de algo.
Ya
estamos con lo de siempre. Los hombres en la Historia y las mujeres
en la intrahistoria.
Ni
que decir tiene que en los libros de texto no aparece. Vamos, yo
porque soy un declarada feminista y me he molestado en buscar chicas
interesantes para mostrárselas a mis alumnas y ya sabía de su
existencia, pero en general el ostracismo es total. No se sabe nada
de cientos y cientos de mujeres que realizaron hazañas asombrosas.
La Historia parecen haberla llevado a cabo los hombres, solo ellos.
Ya
lo discutí en mis artículos sobre Mujeres de la Historia así que
si alguien está interesado se puede pasar a leerlos. Escribo esto
porque anoche visioné la película “La reina del desierto”
protagonizada por Nicole Kidman y me entraron ganas de alzar la voz
un pelín para los que no la habéis disfrutado. Con todo, más
intenso que la película es el artículo que escribió en 2014 Julio
Arrieta en El periódico.com. Aunque claro, las imágenes
impactan de un modo distinto. Su labor de documentación te amplía
horizontes; por ejemplo algo que elude mencionar la peli, supongo que
porque es incomprensible en una mujer tan decidida, es que fuera
antisufragista , o sea que no consideraba a sus congéneres dignas
de votar. Cierto que su experiencia era que las mujeres ingleses
resultaban bobas perdidas, pero vamos, no todas las féminas
pertenecían a su estatus social, e incluso dentro de este, algunas
se salvaban; pero en fin, quedaba poco lógico y lo han “olvidado”.
Tampoco se muestra su intensa labor como arqueóloga, aunque lo fue
y muy buena. (Al final dejaré una pequeña reseña bibliográfica
de su persona) Sí aparece como defensora del derecho del pueblo
árabe a decidir por sí mismo, asunto poco grato para los mandos
ingleses, que se repartieron África y Oriente Medio a su entera
satisfacción, y la consideraron una loca lunática - por decir algo
fino - al valorar la cultura de unos pueblos que Gran Bretaña
manejó a su antojo.
Pudo
hacer lo que le salió de las narices porque era rica, por supuesto;
sino, a ver de dónde; pero así ha sido en general también con los
varones. En ella tiene mérito que siendo mujer se enfrentara sola y
decidida a un mundo de hombres, sin importarle las malas lenguas ni
los muchos peligros a los que se enfrentó y de los que salió bien
parada gracias a su agudeza e inteligencia. Hasta su muerte la
escogió: se suicidó con somníferos a los
57 años.
De todos modos, lo que me
inspiró a escribir es que siendo Lawrence y ella importantes
personajes de un determinado momento histórico, influyentes y a la
vez criticados por su devoción hacia los árabes, él haya pasado a
la posteridad ( algo influirían los azules ojos de Peter O'toole)
y ella haya permanecido en el olvido. A ver si la excelente
interpretación de Nicole nos la devuelve al mundo del famoseo.
Para
los que sentís curiosidad:
Gertrude
Bell se lanzó a recorrer el mundo para huir de la encorsetada
sociedad victoriana y acabó convertida en la mujer más poderosa del
Imperio Británico. La aventurera inglesa fue exploradora,
escritora, fotógrafa, alpinista, etnógrafa, espía, geógrafa,
administradora política y diplomática. Y también arqueóloga.
Concluyó
su carrera de historia moderna con honores de primera clase. Un
reconocimiento informal, pues nunca recibió ningún título: Oxford
no los dio a las mujeres hasta 1920.
Su
primer destino fue Persia, hoy Irán. Este fue el primero de una
serie asombrosa de viajes, todos pagados gracias a las arcas
familiares, que incluyó dos vueltas al mundo. La mayor parte
transcurrieron por el Oriente Próximo. Bell no solo atravesó
desiertos: fue una alpinista extraordinaria. Escaló en las Montañas
Rocosas y en los Alpes.
Se
interesó por la arqueología desde el inicio de su vida viajera.
Llevaba una cámara Kodak y empezó a retratar todas las ruinas que
veía. Hablaba persa, francés y alemán, entre otros,
y acabó dominando el árabe y muchas de sus variantes
dialectales.
Bell
viajaba sola. Sin compañeros occidentales; solía contratar guías y
sirvientes locales. Nunca se disfrazó de hombre para evitar
problemas, como sí hicieron otras viajeras de la época, y de hecho
siempre llevaba falda, incluso al montar a caballo, pues se negaba a
usar pantalones.
Semejante
personaje llamaba la atención en el Oriente Próximo de finales del siglo XIX y principios del XX. Pero en su caso fue
para bien. Su exotismo atrajo a los jeques y jefes tribales. Parece
que una de las preguntas que todo el mundo le hacía a los demás era
“¿Ha conocido usted a la señorita Gertrude Bell?”
El
petróleo había sustituido al carbón como combustible y para el
Imperio Británico era necesario controlar Arabia y Mesopotamia. El
conocimiento de Bell de aquellos países, y sobre todo sus contactos
e influencia sobre sus caóticas jefaturas tribales, hizo que sus
servicios fueran requeridos por el Arab Intelligence Bureau of the
British Army, en El Cairo. Se convirtió en indispensable a la hora
de tratar con los jeques de la zona.
Después
de que los británicos quitaran Bagdad a los turcos, Bell fue
nombrada responsable de tratar con las autoridades locales. A las
órdenes de Winston Churchill, fue la única mujer que participó en
la conferencia de El Cairo de 1921 que selló el proyecto. Intervino
en la redacción de las leyes fundamentales del nuevo país e incluso
trazó sus fronteras.
Decidió
quedarse en Irak y ocuparse de su patrimonio arqueológico. Se las
apañó para sacar adelante una ley que prohibió realizar
excavaciones sin un permiso escrito y fundó el Museo Arqueológico
de Bagdad, al que donó su propia colección.
La
mañana de 1912 la encontraron muerta en su dormitorio. Fue enterrada
en el cementerio británico esa misma tarde. Una multitud
asistió al funeral.
Además
de sus libros, dejó 16 volúmenes de diarios, unas 1.600 cartas y
7.000 fotografías de gran valor, porque en muchos casos forman la
única documentación disponible de yacimientos enteros que han
desaparecido por el pillaje o por la guerra.
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