Como
era habitual, Lotty estaba al frente de los fogones, pero esta vez
una macilenta Brenda la acompañaba, sentada frente a la enorme mesa
que presidía la estancia. La imagen de ambas contrastaba; mientras
la madre parecía toda vitalidad y sonrisas, la hija era la viva
estampa de la derrota. Con una risa reprimida, y tras un breve saludo
a la cocinera, Ana tomó asiento junto a su compañera de correrías.
—¡Ni
me lo digas! Yo me siento igual con la resaca.
—¡No
estoy sorda! —replicó la mujer con las manos en las caderas y
repentinamente seria—. Creí que la niña sería más sensata y no
tomaría alcohol.
Ana
rio, negándose a recibir una regañina.
—¡Estás
intentando decir que yo, como adulta, debí ser más sensata y no
permitir que tomara champán! Pero créeme, en esas dichosas fiestas
no sirven otra cosa... Son unos encorsetados.
—¡Pero
tan elegantes! —Lotty se dejó seducir y, tras colocar un plato con
viandas y un café fuerte, como sabía que le gustaba a la española,
se sirvió una taza de té y se acomodó frente a las jóvenes—.
¡Contádmelo todo! He leído en el Times
que el primer ministro estuvo allí.
¿El Primer Ministro? —Ana se pasmó al saberlo—. Para mí solo
era un señor mayor recibiendo un cuadro... ¡Que por cierto, no me
gustó demasiado! Pero Dylan y James estaban guapísimos —bromeó
después.
—¡Y
vosotras! —asintió Lotty, notablemente orgullosa—. Ya he visto
las fotos... El señor me las enseñó durante el desayuno.
Ana
no disimuló su asombro. ¿Es que aquel hombre era de acero?
—¿Estaba
levantado tan temprano? ¡Si llegamos a las cinco y media!
—¡Lores!
—gruñó Brenda —¡Ni que fuera inglés! Aunque para las
formalidades parecen iguales... —Había empezado a picotear de los
platos y terminó acompañando a Ana, descubriendo que su estómago
mejoraba—. Por cierto, Ana, quería pedirte un favor.
Ella
asintió, con los carrillos llenos.
—¡Si
resulta tan divertido como el de ayer...!
Brenda
le envió una mirada de complicidad, evocando lo increíblemente bien
que se había sentido con aquellas ropas y siendo tratada como una
princesa; aunque por nada del mundo deseaba que su madre se enterara
de aquello. Negó, con una sensación de añoranza en el pecho.
—No,
me temo que no tiene nada que ver. ¿Recuerdas cuando te conté mi
sueño de ser chef? Mi madre considera que es una fantasía, pero yo
aspiro a sacar notas brillantes en la universidad y conseguir una
beca para el próximo verano. Ahí es donde entrarías tú... Si
puedo pedirme París, me ayudaría bastante manejarme en francés y
como sé que lo hablas...
Ana
le apretó una mano sobre el mantel, satisfecha de poder ser de
utilidad a la muchacha.
—Cuenta
con ello. ¿Prefieres que te dé clases a ti sola o te apuntas a las
de James? Con él suelo saltar de un idioma a otro, pero puedo
organizarme...
Lotty
intervino en la conversación con el semblante más serio que Ana le
había visto nunca.
—No
sería buena idea juntar a Bren con el señor James. Los dos
pertenecen a mundos distintos y no es conveniente mezclarlos.
Ana
contempló a las dos con sorpresa, porque, si bien Lotty tenía el
ceño fruncido, la muchacha había ocultado su mirada, azorada por la
reprimenda.
—James
no es ningún estirado —opinó, insegura del terreno que pisaba—.
Precisamente fue él quien propuso ayer que Brenda nos acompañara a
la ciudad.
—Tampoco
eso fue adecuado —insistió Lotty, tozuda—. Nosotras somos sus
empleadas y no debemos olvidar el lugar que ocupamos en esta casa.
—Eso
suena anacrónico —se amoscó Ana.
La
respuesta de la cocinera sonó ácida.
—¿En
tu país no hay diferencia de clases?
Tuvo
que morderse la lengua porque lo ignoraba. Nunca se había movido en
círculos sociales que no fueran los burgueses y no tenía la menor
idea de cómo se comportaban los ricos.
—De
todos modos, James estaría encantado —insistió con cabezonería.
La
sonrisa de Lotty se borró por completo.
—Quiero
a ese muchacho como si fuera de mi familia, pero créeme, no es buen
compañero para mi hija. Él se mueve, y si no lo hace ahora lo hará
en el futuro, en unos círculos a los que nosotras no tendremos
acceso. No quiero que sufra.
La
vergüenza impulsó a Brenda a rebelarse.
—¡Mamá!
No tienes ningún motivo para decir eso.
Ana
atrapó la mano de la chica sobre la mesa y la miró fijamente.
—Pero
a ti te gusta James —afirmó sin miramientos.
—¿Cómo
no iba a gustarme? Es guapo y encantador... —se revolvió contra su
madre, enfadada—. ¡Pero ya sé que no vamos a tener nada de nada!
No soy tan estúpida como para dejar que me seduzca. ¡Esto no es una
de tus novelas de la tele!
—Tú
a él también le gustas —susurró Ana, sin saber qué actitud
tomar.
—Soy
la única chica que tiene cerca en un montón de kilómetros; es
lógico que me mire —replicó ella, sensata—. Pero en cuanto
vuelva al colegio y se reúna con sus amigotes, pasaré al olvido
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