A
veces me pasa que retraso ver una película porque pienso que va a
ser un dramón y no es el momento, hasta que te dices ¡ya!
y...joder, la disfrutas un montón. Eso me ha ocurrido con la
magnífica obra de León de Aranoa.
Para
quien no la haya visto, aparte de recomendarla, explicar que nos
muestra el mundo de los cooperantes. Esta historia se centra en los
Balcanes, justo al final de la contienda, cuando los límites no
están bien definidos y los que dirigen el asunto – desde sus
sillones de Ginebra, donde nunca han visto un muerto, como dice Tim
Robbins – ni hacen ni dejan hacer; pero bien podría ser cualquier
lugar del mundo y en cualquier momento presente.
Un
asunto tan baladí como sacar un muerto de un pozo para descontaminar
el agua es una peripecia kafkiana en la que nos enseñan como el
odio puede ser tan intenso que se mate a un matrimonio que se ama por
ser de diferente religión, siendo vecinos tuyos de toda la vida,
como te niegan que haya cuerda en una tienda aunque la tengas en la
mano. Te da a entender que contaminar el agua puede ser obra de
terroristas – una acción muy común allá donde el agua es difícil
de conseguir y la gente tiene muy mala leche – o de intereses
particulares, como envenenarla para que la tengas que comprar a los
del camión cisterna. La solidaridad se va por la cloaca cuando hay
dinero de por medio.
El
paisaje yermo, desolado, ayuda a recrear el clima de tensión;
encontrarte las vacas en mitad del camino y que te entre la duda de
si está minada ella o los alrededores...Te va dando una desazón en
la que admiras sin remedio que los cooperantes continúen con su
labor en vez de mandarlo todo a la m.
También
vislumbramos cómo viven esos cooperantes; cómo es imposible no
establecer relaciones personales en un lugar donde no sabes bien si
estarás vivo al día siguiente. Es como si tuvieras que aparcar tu
vida normal y entraras en una vorágine diferente, en otra
estratosfera. Hay un instante que tachas de asombroso cuando a
Benicio del Toro – impresionante su interpretación de Mambrú, por
cierto, y eso que él no es mi tipo – se ve interpelado por su
novia acerca de que color elegir para el dormitorio. Y es que la vida
real es así, la cotidianidad vive paralela a la locura sólo unos
Kilómetros más allá. Lo sabemos, lo llevo denunciando por activa y
pasiva desde que pasó lo de Siria. La gente sufre y muere a pocos
pasos y nosotros seguimos teniendo vacaciones, cenas, risas…
Especial
mención merece Tim Robbins, por su aparente locura, que parece
necesaria para sobrevivir, que está como de vueltas de todo, y en el
fondo esconde a un ser humano que tal vez no sepa dedicarse a otra
cosa. Pero ¡hacen falta gente como él, cual dice Mambrú, que lo
necesitan aunque aún ni siquiera sepan de su existencia!
Los
soldados no salen bien parados; órdenes son órdenes y parece que
las personas están más allá de una orden. Lo malo es que esas
ordenes las dan los de los despachos, no los que están al pie del
cañón. ¡Qué bien les vendría a muchos pasar por una experiencia
como la de los protagonistas, solo un día, pero pasar algo así, en
vez de limitarse a pasar revista en las bases y presidir una
comida antes de salir pitando en su avión privado hacia el mundo
civilizado!
Doy
gracias a Aranoa por ofrecernos un viso de esperanza con su final,
por mostrar al mundo que los cooperantes son gente como tú y como yo
pero con más “narices” por tener la valentía de “pringarse”
en conflictos que podrían dejarles indiferentes. Gracias por la
solidaridad de esos hombres y mujeres. Porque nos permite confiar en
la humanidad, un poquito al menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario