Dejé
la mochila. Apoyé mi trasero en la hierba sin importar la humedad
que mancharía los tejanos, polvorientos del camino, y me senté a
observarla. Esa casa destartalada a los pies de la laguna y rodeada
de verdes colinas era el ansiado hogar que estaba buscando.
No
hallé la deseada inspiración en las multitudinarias calles de Nueva
York, ni en las exóticas de Bangkok. Tampoco junto a las playas de
Bali o el bullicio de Madrid.
El
caos del universo desvía la mente de la paz necesaria para crear.
Pero he logrado encontrarlo. Recorriendo senderos a pie y en
traqueteados pick up de amables granjeros me he topado con esa casa
abandonada que me susurra que me quede, que llene de palabras su
apatía de postal.
Es
maravilloso sentir el alma calma, en comunión con el universo,
percibir que las estrellas que se acunaran en el cielo nada más
ponerse el sol reflejarán la serenidad de mi espíritu.
Hogar...Fin
del camino.
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