Me
cuestiono qué nos induce a la gente a empeñarnos en contar al
mundo nuestras alegrías y miserias. ¡Parece como si no
existiéramos fuera de las redes sociales!
Para
los que me lo vayan a echar en cara tengo respuesta rápida: las uso
como herramienta de promoción para mi trabajo. No sólo hablo de mis
novelas, también de las que leo o de las actividades culturales a
las que asisto, para ofrecer una visión cercana de mí. No es lo
mismo ver una portada y no saber a quien pertenece que unir esa
visión a la del autor/a. Hay personas a las que leo porque las
conozco, o porque sé que tenemos valores o gustos comunes. Si el
libro de un autor desconocido me entusiasma enseguida busco
información sobre él / ella; si no me gusta; no.Pensando en ello, me publicito.
En
fin, he divagado. La reflexión iba de otra cosa. Desde mi punto de
vista lo interesante de las personas son sus ideas, no sus vidas
privadas; sin embargo hay una tendencia a exhibir datos sobre la
familia, los problemas, las alegrías...Que lo respeto, pero no lo
entiendo.
Creo
que tener privacidad es hermoso. Es mágico. Te da un respiro en un
mundo donde todos parecen saber de todos. Antes nos quejábamos de
los vecinos cotillas pero es que ahora los invasores cotillas somos
nosotros que damos información de nuestras vidas sin el menor pudor.
¿Qué
me ha llevado a escribir esta reflexión? Una peli de Alex de la
iglesia que vi la otra noche, Perfectos desconocidos. ¡Jod…! Estos
no van de cotillas, al revés, van de secretos. ¡Y menudos secretos!
Pero claro, te pillan el móvil y tienes tu vida expuesta. Todo lo
que has callado, por interés o miedo, puede ser motivo de escándalo
en medio segundo. Las redes guardan nuestras fotos, nuestros
mensajes, nuestras agendas… Los pensamientos que antes
escondíamos en diarios los tenemos ahora en carpetas o aplicaciones
de móvil, las cartas son wassaps ...y así hasta el infinito.
En
el futuro viviremos como en un escaparate, tipo Gran Hermano ( si es
que no lo estamos haciendo ya)
En
un descuido, hasta puede que la novela de George Orwell, 1984, sea
una realidad.
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