Se
apoyaba en la pared, sentado sobre un cartón en el frío suelo.
Tocaba una flauta y observaba a la gente. Había encontrado su lugar
de acampada a la puerta de una tienda regentada por chinos. Algunos
viandantes echaban monedas en la improvisada hucha que era su gorra.
Otros, pasaban de largo.
Lo
vi mañana tras mañana durante unos días. Me moría de vergüenza
de dirigirle la palabra. Al fin me decidí. La primera sorpresa
fueron sus intensos ojos verdes, de mirada franca, ocultos por un flequillo largo. La segunda, su sonrisa. La tercera, lo bien que
hablaba nuestro idioma.
Le
pregunté por qué no iba a un albergue y reconoció que le daba
repelús, que prefería su tienda de campaña. Era rumano y recorría
Europa con solo una mochila. "¿Si no lo hacía a su edad, entonces
cuándo?" Atónita, no supe qué replicar. Quizá con veinte años
menos me hubiera apuntado a una aventura semejante, pero ahora ni de
coña me lanzaría a conocer mundo sin una cobertura cómoda.
Volvimos
a charlar, varias veces. Estaba al tanto de numerosos temas. Leía la
prensa que los demás desechaban; comía en comedores de beneficencia y se duchaba en sitios parecidos. Su tienda, pese a ser
invierno, la montaba bajo un puente. Nunca aceptó que le diera
dinero. Tocó su flauta para mí por placer, por amistad. Por haberme
parado a hablarle. Por «verle»
No
me avisó el día que se fue. Simplemente desapareció. La avenida se
quedó en un raro silencio.
Una
historia real para homenajear a Noelia Amarillo y su Jared de
«Quédate a mi lado».
Qué bonito!!
ResponderEliminar