"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 29 de noviembre de 2018

Un flautista en mi acera


Se apoyaba en la pared, sentado sobre un cartón en el frío suelo. Tocaba una flauta y observaba a la gente. Había encontrado su lugar de acampada a la puerta de una tienda regentada por chinos. Algunos viandantes echaban monedas en la improvisada hucha que era su gorra. Otros, pasaban de largo.
Lo vi mañana tras mañana durante unos días. Me moría de vergüenza de dirigirle la palabra. Al fin me decidí. La primera sorpresa fueron sus intensos ojos verdes, de mirada franca, ocultos por un flequillo largo. La segunda, su sonrisa. La tercera, lo bien que hablaba nuestro idioma.
Le pregunté por qué no iba a un albergue y reconoció que le daba repelús, que prefería su tienda de campaña. Era rumano y recorría Europa con solo una mochila. "¿Si no lo hacía a su edad, entonces cuándo?" Atónita, no supe qué replicar. Quizá con veinte años menos me hubiera apuntado a una aventura semejante, pero ahora ni de coña me lanzaría a conocer mundo sin una cobertura cómoda.
Volvimos a charlar, varias veces. Estaba al tanto de numerosos temas. Leía la prensa que los demás desechaban; comía en comedores de beneficencia y se duchaba en sitios parecidos. Su tienda, pese a ser invierno, la montaba bajo un puente. Nunca aceptó que le diera dinero. Tocó su flauta para mí por placer, por amistad. Por haberme parado a hablarle. Por «verle»
No me avisó el día que se fue. Simplemente desapareció. La avenida se quedó en un raro silencio.


Una historia real para homenajear a Noelia Amarillo y su Jared de «Quédate a mi lado».

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