Hector Berlioz comentó « El tiempo es un gran maestro; lo malo es que va matando a sus discípulos » y a mí me viene bien su cita para introducir este artículo sobre mi padre y su profesión, la de calderero. Un oficio del que ya poca gente conoce su existencia puesto que ha desaparecido al igual que tantos otros que en la niñez de los que rondamos los cincuenta aún nos suenan familiares. El tiempo, la modernidad, va «asesinando» tareas que ya no tienen sentido. Los utensilios se fabrican en serie, en fábricas, con materiales baratos y con rapidez. Lo de ser artesano, sudar al calor de una fragua o dejarte la fuerza a base de martillazos son imágenes del pasado.
Paradojicamente,
he tenido que recurrir a mi hermano Diego para que me recordara los
nombres del género que mi padre y él fabricaban, así como el de
las herramientas y el modo de trabajar. Según creo, Manuel Lomba fue
el último calderero de Don Benito, pero podría haberlo sido su
hijo si hubiera sentido algún aprecio por el oficio, lo cual nunca
fue el caso. No obstante, me ha parecido entrever una cierta
nostalgia al recordar y darme detalles. Sería por lo joven que era
cuando se dedicó a ello como aprendiz de mi padre.
Mi
padre debió denominarse en realidad latero u hojalatero, según
definición del diccionario, pero todo el mundo lo llamaba «el
calderero». Quizá por ser la parte más dificil de su oficio. Según
mi hermano, trabajar estirando el molde de lata hasta darle forma
precisaba de una tecnica y una precisión enormes. Había que
destemplarla en la fragua tres veces y después dar forma al caldero
a base de martillazos hasta dejarlo liso y del tamaño requerido. En
invierno debía dar gusto pero en verano debía resultar un suplicio.
Además
de calderos, en el taller se fabricaban trébedes, anafres, anafres
de pinchitos ( muy demandadas ), cocinas de hierro, braseros,
sartenes, peroles, badilas, badiles, paletas para remover la comida…
y un producto estrella llegada la Semana Santa , las latas de las
bollas. Dudo que en los desvanes de Don Benito no queden latas de
las que hizo mi padre. ¿Quién no fue a la tahona en algún momento
de su niñez a hornear los dulces? Yo me moría de vergüenza cuando
tocaba ir, pero qué remedio, allá que nos mandaba mi madre, con una
en cada brazo. En las fotos con que nos deleita Diego Sanchez
Cordero (Disancor) se reconoce a más de un dombenitense en plena
faena, entre ellos mi hermana, con una pinta que nos arranca
carcajadas cada vez que la vemos.
Otros
articulos muy solicitado eran los canalones, esos que se ponen bajo
el alero del tejado para canalizar el agua de lluvia. Puedo
recordarlos alineados en el patio, soldados pieza a pieza.
Un
trabajo menor consistía en poner estaño a las ollas que se
agujereaban. Increible nos resultaría hoy llevar a arreglar una olla
o un perol cuando se estropea, pero en los tiempos de los que yo hago
memoria ( cómo se reirán los jóvenes si llegan a leer este
artículo, y qué antigualla les resultará) se les limaba el roto y
se aplicaba una capa con un estañador de carbón. Mi hermano me
enseñó un vocablo que jamás había escuchado :lañador. Pero
investigando he descubierto que ese apelativo se le daba a alguien,
generalmente ambulante, que arreglaba cacharros con lañas, una
especie de grapas metálicas, e incluía el arreglo de utensilios de
barro y loza, pero mi padre sólo se dedicó a los de lata.
Volviendo
a él, he reparado en un detalle que me ha hecho sonreír. Ambos
renegamos del apellido Pérez. Al calderero todos lo conocían por
Lomba (supongo que porque era la familia de su madre la que tenía
el taller que él terminó heredando) y yo he preferido el Gallego
para evitar las cacofonías de las e.
Mi
padre empezó desde muy pequeño bajo la tutela de su tío Saturio (
era hijo de viuda y tenía que colaborar en los ingresos de la
familia) y se jubiló ya operado de cataratas y cargado de dolores.
Le tocó una época dura y difcil, sin apenas pisar la escuela y
asumiendo muchas responsabilidades. Menos mal que le salvó su humor
y sus ganas de disfrutar de la vida. Lo recuerdo acarreando chapas,
dando martillazos, modelando hierros en la bigornia y cantando al
calor de la fragua. Siempre con buena cara, siempre con una sonrisa.
Durante
muchos años, desde su niñez hasta bien mayor, viajó por la
provincia vendiendo sus cacharros. A las ferias de Zalamea y
Campanario, primero en carro y en camión después, y a los
mercadillos de Don Benito y Villanueva todas las semanas, dónde
acudía en un cuatro latas (Renault 4) que compró cuando mi hermano
cumplió la edad de conducir porque él se negó a aprender.
También
vendíamos en mi casa, directamente en el taller, por lo que éramos
una «puerta abierta» constante. No resultaba extraño que
cualquiera llamara, sin importar la hora, preguntando si allí vivía
Lomba, el calderero. Incluso después de fallecido, nos ha seguido
pasando durante unos cuantos años. Llegaba gente del pueblo, de la
provincia, y lo que más nos admiraba a sus hijos, de Madrid. En
especial una familia gitana que adquiría candiles, calderos y
trébedes en miniatura, que luego envejecían con óxido para
hacerlos pasar por antiguedades. Los enviaban a sitios tan
sorprendentes como Suiza o Estados Unidos.
Por
último, quiero explicar por qué he titulado este artículo con esa
frase que yo escuché como novedosa hace unos días ante la cara de
pasmo de mi hermano Diego, que la tiene por conocida desde su niñez
de oírsela a mi padre. Tener «palabra de rey» es no hacer
descuento. El precio marcado era inamovible. Y a quien no le gustara,
que se buscara otro vendedor.
Lo
dije en una ocasión y me repito ¡qué pena que la curiosidad nos
entre a una edad en la que ya no existen quienes la pueden saciar!
Ahora asaltaría a mi padre con mil preguntas que , en su momento, ni
se me hubieran ocurrido. Pero retomando a Berlioz, el tiempo mata a
los discípulos. ¡Aprovechemos a los pocos que quedan!
Reproduzco este artículo que escribí para el nº19 de la revista Caramanchos de Don Benito, presentada oficialmente el pasado 30 de diciembre, porque cuento en él cosas interesantes que no podrán llegar a los que me seguís fuera de nuestra ciudad. Espero que os agrade.
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