Esto de hacerse mayor es lo que trae: sólo se te ocurre contar
batallitas. Sin embargo, vienen a cuento del fin de semana que he
pasado en un enclave magnífico, en medio de la naturaleza, excepto
por la falta de agua que mantiene a los pantanos en mínimos.
La historia empieza allá por el verano
del 80, cuando conocí a un grupo de gente que
tenían un nexo en común: la parroquia y el coro en el que cantaban.
Justamente ese otoño yo iniciaba mis estudios de Magisterio en
Badajoz aunque ellos, más pequeños, seguían en el instituto. Pero
eso no impidió que las cartas (ese tipo de comunicación desconocido
hoy día), fueran y vinieran y que mi fin de semana al mes regresando
al pueblo resultara una dosis de felicidad.
Esa época fue el inicio de una larga amistad, la que nos ha llevado
este fin de semana a celebrar los 60 años de los que nacieron en
1963, que son unos buenos cuantos.
Ya celebramos los «gloriosos 50» y nos fue muy bien; estuvimos
casi todos; esta vez nos reunimos algunos menos (gracias a Dios, no
por ausencia definitiva), pero hemos decidido que igual lo repetimos
en cinco años, porque no sabemos si estaremos vitales para los 70.
Es costumbre arraigada la de pegarse paliza senderista para después
resarcirse con buen vino y mejor comida. Aunque lo que nos une, por
encima de todo, es el cariño y la música. Inolvidables siempre, en
cualquier reunión, los momentos de pillar una guitarra y entonar a
nuestros cantantes favoritos. ¡Gracias, Amparo, por esa voz que Dios
te ha dado!
El grupo original
lo formábamos unos doce, pero ha ido aumentando, al sumarse las
parejas, hasta los veinte. Lo extraordinario – a ojos ajenos,
porque para nosotros resulta bastante normal – es que llevamos
siendo amigos más de cuarenta años, sorteando la dificultad de la
distancia : nos repartimos geográficamente por Sevilla,
Cáceres, Badajoz, alrededores de Madrid y Don Benito. Pero «siempre
estamos». En lo bueno y en lo malo. Hemos compartido cumpleaños,
bodas, bautizos, separaciones, entierros de familiares, fiestas de
Nochevieja, vacaciones, días de playa y montaña… risas y llantos,
enfados y reconciliaciones.
No es difícil por ello que me guste presumir de amigos, buenos
amigos, de esos con los que tienes una bronca porque piensas
diferente pero al rato estás de broma porque el cariño lo vence
todo.
Nos denominamos en WhatsApp « Amigos maravillosos». Nos lo pusimos
de broma, pero de verdad lo somos. Formamos una familia fuera de
nuestras respectivas familias, y conocemos los entresijos unos de
otros, porque no podría ser de otro modo después de cuarenta años.
Tengo derecho a presumir de amigos
porque pocas personas disfrutan de esa energía que
proporciona el
hecho de «formar parte de un
todo tan especial».
El tiempo ha pasado sin darnos cuenta.
Somos los mismos, en esencia, que
aquellos que empezamos, aunque ahora hay
parejas nuevas, parejas rotas y parejas que permanecen. Y los hay
desparejados. Pero nos sentimos los mismos. Basta que suene una
guitarra, compartir una comida, una cerveza,
una conversación.
Nos hermana el AMOR, con mayúsculas, el
que se reconoce en un gesto, una sonrisa, un brindis...Vibra la magia
cuando estamos
juntos.
Hoy escribo para mis íntimos, para esos que
me llevan acompañando en las alegrías y las penas. Como un
matrimonio, que a veces te encanta y a ratos te irrita; pero que ya,
como decían en nuestra parroquia, será «hasta que la muerte nos
separe».
Son mis amigos
En la calle pasábamos las horas
Son mis
amigos
Por encima de todas las cosas…
Gracias, Amaral, por ponerle música a mis sentimientos.