"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 23 de enero de 2025

UN PASEO POR NÁPOLES

 

Si tuviera que definir a Nápoles en una palabra sería «caos». Un caos de tráfico, gente, ruido y muuucha suciedad. Han sido sólo cuatro días y pico y no voy a ponerme en plan dogmática, pero manda narices la mala fama que arrastramos los españoles y resulta que el sur de Italia nos gana con creces.

Me parece triste que, de los dos últimos viajes que he realizado, me viniera con el regusto amargo de hallar tanta miseria en sus calles. Bélgica fue una bofetada, más estando allí el Parlamento Europeo, pero es que Nápoles está bastante peor. He visto gente durmiendo bajo cartones en lugares céntricos, basura amontonada en las vías principales, monumentos desconchados y pintarrajeados... En la Plaza del Plebiscito, donde se encuentra el Palacio Real ( impresionante por dentro, aunque a mí no me guste el Barroco) está también la Basílica de San Francisco de Paula. A su fachada la acompaña una enorme columnata semicircular, ¡petada de grafitis! Qué falta de ciudadanía. Hay pocos monumentos que se libren de verse manchados por los espráis de los gamberros; porque una cosa son los murales bien dibujados que adornan ciertas ciudades y otra, ese vandalismo que todo lo estropea.

Quejas aparte, Nápoles tiene escenarios bellísimos: desde la iglesia del Gesú Nuovo, hasta el conjunto conventual de Santa Clara, el Duomo con su Baptisterio o la Galeria Umberto I. Hubo sitios que quedaron sin ver, pero nuestro objetivo era Pompeya y el tiempo no dio para más. Si no te va el lujo excesivo del Barroco, la visita obligada es el Museo Arqueológico donde el color de los frescos pompeyanos te colma la vista y los suelos originales de mosaicos te enamoran el corazón.

Según nuestro particular y excelente guía, Pompeya no fue un gran centro de poder sino una humilde ciudad a la que venían a descansar algunos ricachones para alejarse de la estresante Roma. Me parece increíble, porque cuenta con todo tipo de edificios e instalaciones: un foro grandioso, villas suntuosas, termas, anfiteatro, escuela de gladiadores... y la evidencia de un estilo de vida comercial en el que se disfrutaba de la calle, comiendo y bebiendo en tabernas y puestos callejeros ( de comida caliente o fría, ojo); también está el famoso lupanar, claro, con las variadas pinturas de posturas sexuales para que el cliente pudiera escoger el servicio aunque la esclava no entendiera el idioma.

No es difícil imaginarse las avenidas llenas de gente ( mayoritariamente hombres, por supuesto) y no hablo de los miles de turistas que pateamos sus piedras, sino de los pompeyanos, sus esclavos, los visitantes… El lugar tiene magia. La conservan sus muros y su aire. Parece increíble que un volcán lo destruyera hasta el punto de evaporar los cuerpos de sus ciudadanos, de arrasar con tanta riqueza y boato y que, ahora, podamos disfrutar de ese esplendor de nuevo. Los humanos somos así de combativos, desafiando al Vesubio, hasta que el gigante se harte y nos mande al inframundo.

No quiero terminar sin deciros que he disfrutado muchísimo de este viaje, de la compañía de mis amigos, de la fatiga y las bromas, de la indignación por el morro de los taxistas, de la ( sorprendente) limpieza de su red de metro, de la indiferencia de los camareros a que hubieras hecho una reserva, de su exquisita comida, del descarado enfado de los conductores cuando pasabas un paso de peatones y los retabas con la vista a que te atropellaran...del sentirte hormiga en pleno barrio de los españoles una noche de Reyes, con todos los comercios abiertos. Esa noche nos tomamos una copa en la calle, atendidos por un camarero sexy y danzarín que nos quitó el cansancio y convocó las risas.

¡Se me quedaba en el tintero! ¿Habéis visto alguna vez que al final de un paso de peatones te toparas con la mesa y las sillas de una terraza? Tal cual, sin inmutarse nadie. Así es Nápoles. Si te apetece ir, no te lo pierdas.



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