Escribir
es magia.
La
posibilidad de transmitir lo que ves en tu cabeza, pasar a letras
las imágenes que se recrean en tu mente, desarrollar un argumento,
dar vida a unos personajes... Ese proceso es tan motivador que cuando
uno tiene la fortuna de llevarlo a cabo se siente una especie de
Dios.
Inventar
una historia no es simplemente narrar algo; consiste en ir avanzando
en la trayectoria de unos personajes a los que debes dar cuerpo, de
los que tienes que lograr que sean creíbles, que quienes los lean
se emocionen o se diviertan con ellos, que los amen o les odien...
Mientras
estructuras una novela pasas mucho tiempo investigando, da igual que
sea de temática actual o de época, de género erótico ( hay mucho
que aprender de ese campo, mucho vocabulario que dominar si no
quieres caer en la vulgaridad), histórico, paranormal...Y es
fascinante ir añadiendo a tu currículo información de lo más
variada. Desde que existe internet ese trabajo se ha convertido en
algo tan sencillo como pulsar teclas; antes usábamos fotos,
periódicos, enciclopedias...pero ahora, tecleas y ya está. Un
paisaje que necesitas y en instantes,“imágenes de google” te lo
da. Hechos históricos para situar la acción y wikipedia y compañía
te lleva de un lado a otro hasta que logras una carpeta llena de
datos.
Después,
quizá sólo te quedes con dos pero mientras has averiguado desde las
diferentes tazas de té que se usaban dependiendo de las estaciones
del año en una casa inglesa ( de postín, por supuesto) hasta el
lenguaje de las flores, o los componentes para realizar ciertos
platos...Para alguien tan curiosa como yo, eso es delicatessen
en estado puro.
Y
si consigues dar genio y figura a los protagonistas y les ayudas en
sus andanzas con unos secundarios amenos – de los que los lectores
siempre quieren saber más – pues... disfrutas como una enana.
Es
maravilloso repasar un párrafo que tú mismo has escrito y soltar
una carcajada, asombrándote de que la escena haya quedado perfecta.
A menudo felicito a mis compañeros de escritura por sus narraciones
porque valoro muchísimo un trabajo bien hecho, pero si considero que
también lo es el mío, la satisfacción es inigualable.
Cuando
algunas personas me dicen que mi libro es el primero que se están
leyendo en su vida o que son los únicos de temática romántica que
se “tragan” porque prefieren otros géneros ( esos son amigos,
claro) , el orgullo me arrasa el corazón.
Defiendo,
y siempre lo haré, la novela romántica. No la ñoña,esa no; la
sentimental, la que te hace soñar con otras vidas que tú sabes que
nunca podrás experimentar, la que te lleva de viaje a lugares
idílicos que difícilmente pisarás un día, la que pone en tus
manos ( y “te pone” como me dijo alguien con rubor en las
mejillas)a protagonistas que te hacen sentir una princesa...
Soy
seguidora de la novela histórica, de la negra, de la de ciencia
ficción...Me encantan escritores tan dispares como Paul Auster o
Scott Mariani, como Isabel Allende o Diana Gabaldón...Leo best
sellers y novelas sesudas...Pero amo escribir romántica.
Disfruto
escribiendo romántica.
Agradezco
a la gente que lea romántica.
Y
espero respeto de todos aquellos que no logran entender que tiene
tanto mérito escribir una novela romántica como una “formal”...Si
está bien escrita, son palabras que quedarán para la eternidad. Y
los escritores nos sentiremos dioses siempre que nuestros lectores
nos digan “adelante”, “me gusta lo que haces” “ he pasado
una tarde inolvidable con tu historia”...
Creamos
magia. Pero no lo hacemos de un modo metódico, frío. Nos sale del
corazón. Por eso las historias llegan a los demás. Porque
sincronizamos sentimientos y nos convertimos en los protagonistas,
nos olvidamos de nosotros mismos para ser ellos durante el tiempo que
tengamos abierto ese libro.
Lo
dicho, magia. Pura magia.
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