Ya
situada en mi puesto de trabajo, dependiendo de una jefa de equipo,
me toca hablar de las relaciones personales con los compañeros. En
otros trabajos tal vez los jefes se limiten a mandar y formar su
propia camarilla; aquí no. Aquí estaban tan integrados en sus
equipos que éramos un todo, y aunque entre los grupos existía en
ocasiones rivalidad, muchas veces viajamos juntos para repartirnos
una gran ciudad o quedábamos en determinados lugares para comer y
ocupar las “tediosas” sobremesas. Pasar el tiempo después de la
comida en invierno fuera de casa, en un entorno desconocido, es
chungo, pero pasarlo en verano es aún peor... Una tarde estaba tan
desesperada porque pasara el tiempo que... Sí, no lo vais a creer,
era en un pueblo muy pequeño y estaba sola con mi jefa...( la gente
duraba muy poco en este trabajo y ocurría a menudo que el equipo de
Ángeles se limitara a eso, Ángeles y yo) Pues como decía, hacía
tanto calor, las puertas estaban cerradas a cal y canto...Al menos
cuarenta grados... Y sin ningún sitio abierto donde refrescarte...
Solté mi cartera, me puse en mitad de la calle y... me lié a cantar
ópera. ¡Sí, ópera! A voz en grito. Con los brazos extendidos y
Ángeles a mis espaldas entre atónita y partida de risa... Los
postigos comenzaron a abrirse y yo permanecí impasible, cantando,
sin moverme del centro del asfalto...Volvieron a cerrarse, claro. La
gente desconfía de una loca que canta en mitad de la calle. Y nos
tuvimos que marchar de vuelta a casa sin haber vendido nada de nada
... Es un recuerdo que aún arranca lágrimas de diversión de
nuestros ojos.
Me
he ido por los cerros de Úbeda. Hablaba de los compañeros.
Eramos
grupos mixtos, pasábamos el día fuera, unos con otros...Pues
evidentemente había lo que en todos sitios: rollos, enfados,
celebraciones...Hasta una fiesta con ouija recuerdo, en mi casa para
más inri, y levantamiento de tíos grandes entre cuatro chicas con
la punta de los dedos (¿Lo ha hecho alguien que me lea? La mayoría
de las personas a las que se lo cuento se muestran escépticas, y lo
hicimos muchísimas veces, en serio).
Eramos
gentes de todos los puntos de la geografía extremeña. Guapos, feos,
simpáticos, extrovertidos ( los tímidos no duraban lo suficiente),
ligones, gays... Vamos, una fauna que arrollaba donde se presentara.
Trabajábamos
en pareja por lo general, nos echábamos una mano, aprendíamos unos
de otros. Y en las comidas – que corrían de nuestra cuenta por lo
que en primavera y otoño solían ser picnis en ermitas, pantanos y
sitios así – compartíamos conversaciones que al principio me
sacaban los colores. Luego no. Luego aprendí a ser tan descarada
como los veteranos.
Por
cierto, ver vender a un buen vendedor es una experiencia
inigualable. Conseguir que alguien te compre cuando no se lo había
planteado siquiera, percibir cómo el brillo del interés asoma a sus
ojos, captar el cambio corporal que adopta... Es un chute de
adrenalina en vena. Y si lo haces tú, ni te cuento.
He
conocido personas admirables en ese aspecto. Mi jefe era bueno – es
bueno porque aún trabaja en ello - ; Ángeles era buena; muchos
jefes de equipo también; y algunos compañeros ; pero la banda de
honor la tiene una mujer llamada Isabel. Ella ha conseguido lo que
ningún otro : ¡la llaman para comprarle! Ha creado
una red de clientas que a su vez captan nuevas clientas. Hay que
tener mucho estilo, mucha empatía para alcanzar ese nivel. Y ella lo
tuvo y lo sigue teniendo. Mi admiración por Isa es absoluta. Como
la que siento por cualquier buen profesional realizando su trabajo
correctamente. Y este, os lo aseguro, es de los más difíciles.
Los
mejores recuerdos los guardo de los momentos festivos, como el de la ouija que os dije, las fiestas de Navidad - con un compañero
interpretando a Miguel Bosé en Tacones Lejanos casi mejor
que el mismísimo Bosé - las partidas de dados a mediodía, con
chupitos de anís Marie Brizard que
nos dejaban bolingas,
las de
“Chinchón”, que nos
retenían en los bares y pasábamos de currar, comiendo pollo
asado con las manos en el pantano de Cornalvo, las locas
competiciones de coches, poniendo los autos en paralelo – gracias
al cielo era de noche y no nos topamos con otros viajeros - bailando
en discotecas hasta las tantas, alucinando con el ligoteo de una
compi con un negrazo espectacular...Un cumpleaños mío en el que me
regalaron a Willy, un oso gigante que me ha acompañado a lo largo
de mis cambios de domicilio...En fin, mil momentos imposibles de
resumir en esta página.
¿Si
tuve rollos yo? Pues la verdad, mi personita andaba un tanto baja de
moral por aquello de que me habían puesto los cuernos... Duró poco.
Si para algo sirven los compañeros es para subirte la moral.
Fueron
buenos tiempos.
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