En
estos días en que ando sobrada de nostalgia me ha dado por recordar
cómo era la vida en mi pueblo cuando era pequeña; quizá porque al
estar allí y reencontrarme con las antiguas vecinas de toda la vida
y sentir el cariño que vibra entre nosotros me ha llevado a
considerar lo afortunada que soy de no haber modificado esa relación
que se establece con el entorno más cercano.
No
todos los vecinos eran igual, por supuesto, aunque a ninguno le faltó
algo si lo necesitó de mis padres, pero los había con los que
el vínculo llegó a ser tan de familia que aún perdura el trato y
la confianza, pasados de padres a hijos. Una de mis mejores amigas de
la infancia vivía justo en la puerta de enfrente; ahora, residiendo
ambas en Badajoz, nos vemos más en Don Benito que aquí; y no sólo
para tomar café, sino para cruzar la calle y ponernos a cotorrear en
ropa de andar por casa, riéndonos de las pintas y poniéndonos al
día de cualquier banalidad. Su padre nos dio los primeros
cigarrillos mentolados que fumé en mi vida y quedarme a cenar o
comer en su mesa era tan natural como que ella lo hiciera en la mía.
Por eso no es extraño que sigamos juntas a pesar de los años , de
los diferente caminos que encauzamos, en lo malo y en lo bueno. Por
desgracia, si mal año fue para mi familia el 2015, peor lo fue para
ella. Pero ahí estuvimos, sosteniéndonos y confortándonos.
Con
motivo de la presentación de mi libro me saludaron otras vecinas con
las que compartí, años ha, ratos de umbral en verano, “tomando
el fresco” y cotilleando, regalándonos mutuamente dulces o
embutidos de fabricación casera, a las que hice “recados”,
evocando a la que nos ponía las inyecciones o nos dejaba usar su
teléfono porque era el único de la calle – ¡qué antiguo suena
eso, por Dios! y sin embargo, no está tan lejos en el tiempo –
Pude saludar a las hijas de Matilde la churrera – no era mote, que
vendía churros – a las que llevaba sin ver un montón de años y
ya tienen hijos que nos miran alucinados cuando contamos tonterías
de nuestra infancia ( ¿por qué será que a los hijos les cuesta
tanto imaginarse que sus padres fueron niños también?) A Matilde se
le llenaron los ojos de lágrimas viéndonos reunidas y riendo
nuestras trastadas. Echó de menos a mi madre, porque no hay nadie
en la calle que no la recuerde, que para eso era buena hasta llamarse
tonta, que no hubo desamparado que no cobijara o pobre del que no se
apiadara. Y presumo con orgullo de que su presencia permanezca
intacta, y hasta me gusta que me digan que físicamente me parezco a
ella aunque no sea verdad.
Incluso
las vecinas menos sociables fueron siempre amables. Podrían no
sentarse en la puerta, o no pararse más de la cuenta, pero no nos
faltaron los melones en verano ni las sillas para los entierros, que
entonces no había tanatorios. Y ahora me paran en la calle y me dan
un breve beso y me dicen “ Nos alegramos de tu éxito, Merce, que
ya sabemos de ti. Qué buenos hijos crió tu madre”. Y a mí se me
parte el alma de satisfacción.
Me
queda gente en el tintero, amistades que llegaron después y siempre
encontraron un café en la mesa o un punto que aprender de mi madre,
o un cacharro que arreglar de mi padre..Por fortuna, mis hermanos se
encargan de que la casa siga con la puerta abierta y el mismo
ambiente acogedor.
¿Cosas
de pueblo? Pues no. Porque en mi rellano viven una pareja y su hijo
del que presumo que se siente en mi casa como en la suya; ayer llegó
con su prima, nos la presentó y se pusieron a jugar tranquilamente,
a sus anchas. Y hoy, por supuesto, recogió sus Reyes. Esos vecinos
que están en las buenas – magníficas cenas – y en las malas.
Ellos ya saben, pero os aseguro que poca gente goza de la suerte de
tener a escasos metros de su casa a dos personas con un corazón tan
grande. No sé qué hicimos para recoger, pero desde luego ellos han
sembrado, bien hondo. Para que luego digan “ lo que tira es la
sangre”. Mi experiencia me dice que la sangre a veces es horchata.
La amistad verdadera se forja día a día. Estando.
"A Isabel y Casi , por ser como son"
No hay comentarios:
Publicar un comentario