En
estos días se ha cumplido el vigésimo aniversario de
la publicación de Harry Potter y la piedra filosofal, el primer
libro de la fantástica ( nunca mejor empleada una palabra
polisémica) saga de J.
K. Rowling.
Me
declaro admiradora suya, de su imaginación y su empeño. Todos los
escritores sabemos lo que duele el rechazo de las editoriales y según
se comenta en los medios a ella la «echaron «pa trás» ocho veces;
vamos, que no tirar la toalla tuvo su mérito y, sin duda, una
creencia en su historia bien arraigada.
Me
alegro de su valentía porque no sólo se ha hecho rica vendiendo
libros (olé sus «bemoles») sino que nos ha proporcionado a
millones de lectores la posibilidad de deleitarnos con sus
protagonistas y sus andanzas.
No
soy tan seguidora como ciertos conocidos que podrían
ganar un concurso de quien es quién en el universo Potter,
pero sí reconozco adorar a Dobby,
Hermione, Sirius, Dumbledore, la excelsa profesora McGonagall o al
propio Harry. Lo he pasado pipa deseando pisar de verdad esos muros
de Hogwarts,
asistir a esas
clases tan espectaculares o participar
de los partidos de
Quidditch.
Pero
lo realmente importante de estos veinte años ha sido que millones de
personas han
leído.
¡Sí,
por Dios!, han
pillado un libro y lo han devorado, han hecho colas para comprar el
siguiente, se han mordido las uñas de impaciencia por saber cómo
seguía la trama...Eso es emocionante. Despertar pasión por una
historia es el sueño de cada escritor, y la dichosa Rowling lo ha
conseguido. Ni
qué decir tiene cuánto
la envidio.
Por
otro lado, ha
unido a adultos y jóvenes en la lectura de los mismos textos. Ha
dejado de ser «ridículo» que los mayores gocemos con la literatura
juvenil ; aunque
hay gente que me mira con repelús cuando admito que me van los
dragones, elfos, guerreros, hadas, vampiros, hombres lobo...Hay
mentes muuuy limitadas.
Y
en
último lugar, los magos se han puesto de moda. Siempre han existido,
vamos a ver, pero ahora conocemos a muchos con nombres y apellidos,
les seguimos ( ¡Uf,
me encanta Antonio
Día, el
Mago
Pop!)
y
es maravilloso contemplar el rostro de pasmo que pone un niño al ver
sus trucos...o el mío, sin ir muy lejos.
La
magia existe. La felicidad que nos inunda al impactarnos también.
Los libros existen. Su magia también.
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