Durante
unos minutos se sintió desconcertada, no ubicándose en la
habitación, hasta que el cuerpo relajado de Dimitri sobre el sofá,
cubierto solo con su bañador de la víspera, le hizo recordar.
Descansaba como un bebé libre de problemas, con una almohada sobre
la cara que impedía que la luz le molestara, aunque debía de estar
haciéndole papilla las cervicales. Sylvie sintió un ramalazo de
simpatía por él. Era un joven
encantador. La noche anterior logró hacerle olvidar la aversión que
despertaba en su hermano y que la llenaba de vergüenza porque para
ella era incomprensible. No era culpa suya hallarse allí y sentía
haberles aguado la diversión —aunque Dimitri le confesó en un
susurro que ya estaba agobiado con tanta paz—, pero no veía el
modo de impedir la situación hasta que llegaran a un puerto. ¡Menos
mal que al día siguiente, si los planes de los hermanos se
mantenían, llegarían a Recife! Aquel era también el destino del
Aires del Pacífico y podría demostrarles que no era una mentirosa;
pero, sobre
todo, recuperaría el control de su vida.
Se
dio una ducha rápida en el baño, recuperó su tanga rosa que estaba
seco y oliendo al champú de papaya con el que lo había lavado, y
reutilizó la blusa de la noche anterior. Como agradecimiento había
pensado preparar el desayuno, así que bajó con cuidado las
persianas para no despertar a Dimitri y salió al exterior.
Un
ruido insistente la llevó hacia la cubierta al aire libre y la
visión de Sasha bajo el chorro de la ducha la dejó anonada para
vergüenza suya. Su metro ochenta y siete de estatura, sus caderas
rotundas sosteniendo una espalda fuerte y un abdomen plano le secaron
la boca cual adolescente inmadura. Tenía los ojos cerrados y la
cabeza apuntando al sol, recreándose en el placer del agua que lo
refrescaba. Pero lo que la llenó de bochorno fue que estaba desnudo.
Podía ver sus glúteos tan morenos como el resto del cuerpo, de lo
que dedujo que hacía aquello muy a menudo, y lo peor era que ella se
estaba deleitando con el espectáculo.
Cuando
tomó consciencia reculó, intentando pasar desapercibida, pero
pareció que un sexto sentido se agitó en él, quien abrió los ojos
y los clavó directamente en los suyos, sin volver el resto del
cuerpo. Debió
de comprender que la situación la incomodaba más que a él porque
cogió una toalla del brazal de una silla y se cubrió las caderas
sin molestarse en sonreír.
—Buenos
días. ¿Has descansado?
—Sí, sí —tartamudeó sin lograr
sobreponerse a la vista de semejante portento caminando hacia ella.
Se retiró al interior farfullando una disculpa—. No quería
interrumpirte. Iba a preparar el desayuno para agradeceros...
Su
mano, aún húmeda, la detuvo a medio camino.
—¡Aguarda!
Quiero... —Se notaba que le costaba decirlo y Sylvie casi lo
prefirió antipático—. Me gustaría que nos concediéramos una
tregua. Hasta mañana no llegaremos a Recife y el día es muy largo
para andar con caras largas. No quiero que Dimitri se mosquee más
conmigo. ¿Crees que podemos intentarlo?
Sylvie
se soltó suavemente, acelerados los sentidos al percibirlo tan
cerca; enfadadísima consigo mismo por saberse vulnerable ante Sasha
Abbaci como millones de mujeres en el mundo.
—Por
supuesto que podemos. —Forzó una falsa sonrisa—. ¿Te gusta el
zumo de naranja? Vi que guardabais algunas en el frigorífico y a mí
me flipa en ayunas.
La
sonrisa de dentífrico que le respondió la llevó a darse una vuelta
aún más rápida.
—Pues
termina con tus cosas. ¡Ya me encargo yo!
Se
perdió en el interior del barco, negándose a aceptar que su corazón
palpitara de aquel modo.
Os regalo una breve escena de Intruse, para ver si os abre boca tanto como a Sylvie la visión de Sasha bajo la ducha. Es una de tantas. Entre sus páginas encontraréis risas, aventuras y mucha acción. Ni que decir tiene que también sexo y amor. De eso se trata¿no? De pasarlo bien con su lectura.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario