En
estos últimos días he tenido la oportunidad de leer un excelente
articulo que se publicó en el Heraldo de Aragón en abril del año
pasado y quiero compartir con vosotros su contenido por lo mucho que
me ha impactado. Según dicho artículo, Olof Palmer, primer ministro
sueco, defendía, en los años 70, que el Estado debía sustituir a
la familia a la hora de proporcionar asistencia en la vejez porque
ningún ser humano debía depender de otro para tener un cuidado
básico. Para mí, como española, el concepto de familia es tan
diferente que me pasma que este político tuviera la lucidez de ver
lo que se nos avecinaba. Los suecos siempre han sido muy
independientes, parece ser, pero es que ahora, los españoles nos
encontramos con problemáticas semejantes. Es una realidad que una
parte considerable de la sociedad vive sola. Hay quién lo ha
decidido porque sí y a quién se lo ha impuesto un divorcio, una
viudez o , simplemente, una falta de pareja. Los hijos abandonan el
nido, cambian de ciudad, no asumen la responsabilidad de cuidar de
sus mayores como antes se hacía, la mujer ya no es figura
obligatoria de “cuidadora”… mil motivos que llevan a que , en
gran cantidad de hogares, sólo figure un titular.
Para
mi asombro, leo que en Reino Unido se ha creado un Ministerio de la
Soledad con el fin de afrontar una epidemia que afecta a nueve
millones de personas. Al prolongarse nuestra calidad de vida, vivimos
más, pero también resultamos más costosos en gastos sanitarios y
sociales.
¡Uno
de cada diez españoles confiesa sentirse solo en muchas ocasiones!
Y no es porque no tengan gente al lado, es que a veces nos sentimos
solos pese a estar acompañados.
Mientras
nos exponemos cada día más en las redes sociales, sonreímos en
los selfies, ensalzamos la cantidad de “amigos” que tenemos en
todo el mundo, mostramos nuestros éxitos… nos encerramos en un
autismo social que nos lleva a preferir mantener una conversación de
chat con alguien que vive a miles de kilómetros que a charlar con la
vecina del rellano aunque solo sea para tratar de lo cara que está
la luz.
Estamos
perdiendo calidad de vida aunque tengamos de todo. No nos sentamos en
la puerta con los vecinos al llegar el verano, porque la mayoría ya
vivimos en colmenas donde ni siquiera nos cruzamos en el ascensor; no
“perdemos tiempo” con el tendero del barrio porque compramos en
grandes superficies; no nos conoce ni nuestro médico de cabecera.
Ya
sé que es una exageración. ¿O no? Pero mucha, mucha gente se
siente así. Extranjeros en su propio barrio. Si no ¿ cómo es
posible que tantos ancianos mueran en sus casas y se tarde un tiempo
en descubrirlo? ¡Pronto pasaría eso hace unos años en mi calle!
Todos los vecinos estábamos “al loro”unos de otros. Que también
fomentaba el cotilleo, no lo niego, pero éramos como una gran
familia. Me atrevo a decir que aún lo somos, incluso no viviendo ya
en la misma casa.
Me
desvío, disculpen. El caso es que los datos son abrumadores:
-
La soledad supone mayor amenaza para el sistema sanitario que la
obesidad.
-
La percepción de soledad aumenta el riesgo de mortalidad de una
persona en un 26%. La soledad real, en un 35%.
-
La conexión social puede reducir hasta un 50% la muerte prematura.
-
En Aragón hay 10.078 hogares formados solo por mayores de 84 años.
-
10 años de soledad suponen 7.000 euros de gasto al sistema
sanitario, según un estudio del Reino Unido.
Por
otro lado, está la soledad subjetiva de los jóvenes, la de los
adolescentes, que por no sentirse “diferentes” se adaptan a
relaciones tóxicas, a aceptar una pareja o unos amigos que en vez de
valorarles, los llevan a situaciones de riesgo, físico o mental.
También muchos adultos prefieren seguir con sus parejas estando mal
con tal de no quedarse solos.
La
soledad está mal vista. No se vende como independencia sino como
que “los demás no te consideran” y eso avergüenza. De ahí que
la gente disimule y presente solo su mejor cara, escondiendo la
depresión latente que les llevará a comer de más, a abandonarse
físicamente, a desconectar de familia y amigos… Es una especie de
círculo malsano que lleva a preferir hablar con desconocidos antes
que sincerarse con los cercanos. De ahí el éxito de organizaciones
como el Teléfono de la Esperanza, al que muchas personas acuden con
excusas que enmascaran el verdadero problema: necesitan comunicarse.
En
algunas ciudades se están creados grupos de apoyo a los que la
gente, va y cuenta sus cosas a los que se encuentran en ese momento
allí. No son fijos unos ni otros, pero imagino que terminarán
creándose lazos de amistad ( en mi cabeza no cabe otra cosa, quizá
porque peco de “sociable”).
También
es cierto que aún es pronto para alarmarse por estas situaciones,
que nos suenan más americanas que españolas, o suecas, o inglesas…
Quiero creer que la familia en España mantiene cierto nivel, que nos
relacionamos mejor, que los abuelos se ocupan de los nietos y
viceversa ( pese a que las residencias tiene lista de espera), que
las amistades son a largo plazo ( no imagino mi vida sin las mías) y
que la gente somos mas de tocarnos que de vernos por una pantalla.
Ojalá no me equivoque. ¡Por si acaso, iré haciendo una huchita
para que me cuiden cuando sea preciso!
Siento
que este artículo me ha quedado flojo, que he tocado muchos palos
sin profundizar en algunos de gran interés pero tampoco podía
extenderme más, siendo éste un simple blog y no un periódico. Mi
intención es dejar la situación sobre el tablero para que la
penséis y saquéis vuestras propias conclusiones. Si os sentís
interesados en el artículo base, buscad el número 785 del Heraldo
Domingo/ 8 de abril de 2018.
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