Soy
hija de una época, de lo cual no tengo culpa, pero admito sentirme
decepcionada y un tanto rabiosa por tantas mentiras en las que he
vivido. Hemos vivido, la mayor parte de los españoles.
Por
un lado, defendí la Transición democrática tal como nos la
vendieron, con su heroica cara de perdón y “buen rollo”. Eran
tiempos difíciles y los políticos prefirieron no polemizar para que
no hubiera un retroceso. Comprensible, sí. Pero ya no lo es tanto
que se haya esperado a 2007 para aprobar una ley de Memoria
Histórica, que se concedieran medallas y mejoras en su sueldo y
jubilación a un torturador franquista conocido como Billy el Niño,
que presidentes de izquierdas ordenaran a los medios de comunicación
meter bajo la alfombra la verdadera personalidad de viejo verde de
Juan Carlos I y, lo que es peor, su corruptela. No me importa su vida
privada, eso queda para su esposa y las revistas sensacionalistas,
pero sí que cobrara porcentajes escandalosos por sus oficios como
“mediador”. ¡Qué triste, que yo, una republicana que admite
haber sido Juancarlista, ahora se dé de morros con esta realidad
repugnante!
Creímos
en la libertad de expresión, pero ¿dónde estaba? ¿por qué se
callaban todas las vilezas cometidas por una persona que de puertas
para fuera supo venderse como bonachón y defensor de España? Se cae
la venda de los ojos y solo queda un inmenso asco.
Asco
también por los Presidentes, Ministros y Jueces que otorgaron
prebendas a un tipo como ese comisario que debió ser expulsado del
Cuerpo nada más haberse aprobado la Constitución. ¿Todos los
españoles iguales bajo la ley? Que se lo digan a los torturados que
se cruzaban con ese mal nacido por las calles de Madrid. ¡Viva la
Transición, que nos libró de Fuerza Nueva y cuarenta años después
nos trajo a Vox!
También
admiré a Felipe González, Zapatero, Rodriguez Ibarra… Durante un
brevísimo tiempo incluso a Pedro Sánchez. Pero está claro que las
esperanzas de la gente de izquierdas se van por el retrete a la
misma velocidad que “sus señorías” se apoltronan en los
sillones y en sus cargos directivos. Contra los políticos de
derechas no tengo nada que objetar: jamás esperé sus bondades, con
lo cual mi decepción y mi crítica no les afecta. El problema lo
tengo con los que sí pensé que me representaban y no lo hicieron.
Les voté y ahí seguimos, con una sanidad pública destrozada, una
educación pública en crisis y una concertada en crecimiento, y
tantos y tantos campos que no han recibido el empuje y la
modernización que precisan, como el judicial.
Podría
seguir hasta aburriros pero tampoco es plan, que para algo hoy es
viernes, día desacostumbrado en mi blog, y mejor nos damos un
respiro y tomamos unas cañas con los amigos. Eso sí, con las
precauciones debidas.
No
obstante,
no quiero dejar sin comentar “la última”, que mi amiga Carmen me
envió con mucha sorna. Porque sí, señores, yo estuve hasta las
trancas por Miguel Bosé. Tuve sus posters en mi habitación desde
que inició andadura con
Linda en
el
programa de mi añorado Íñigo
hasta ya bien entrado su Amante bandido o
Los chicos no lloran. Me pareció cutre su tinte amarillo canario
pero defendí su salida del armario
por
más que nos hubiera engañado con románticas canciones como “Deja
que”. ¡Y
ahora va y también se suelta la melena para arremeter contra el
coranovirus! Lo
tacha de gran mentira de los gobiernos y acusa a la posible vacuna de
plan
para controlar a la población.
¡Asombroso!
¿Dónde
se ha quedado la cordura? ¿Qué le ha pasado al mundo, en general,
para que prevalezcan mamarrachadas como estas?
¿Tengo
o no, motivos para la desolación?
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