Cuando mis ojos se cruzaron con los de la despampanante chiquilla, mi corazón no reconoció a la criatura que tanto había amado en el pasado. Solo vi a una futura rompecorazones en la que mis amigos se interesaron con malicia. Y por la que se atrevieron a hacer una apuesta.
Entré en el juego porque pronunciaron su nombre y entonces sí supe quién era. Tess. Mi pequeña Tess. Mi princesa.El bebé con el que sus padres me permitieron entretenerme cuando tenía diez años. La hermana que nunca tuve.
Sin embargo, ella me ha entrado a saco, sin el menor sentimiento fraternal. Conozco a las mujeres. No en vano soy un reputado donjuán en Veracruz, y me temo que Tess pretende seducirme. Por supuesto, no voy a consentirlo. Tampoco que mis amigos pongan en entredicho su honor. Pero cuando sus ojos me admiran y sus manos me tocan, me tambaleo como un peón en este estúpido pasatiempo.
Dicen de él que huyó de la ciudad por el desamor de una mujer. Que la busca en cada conquista que se lleva a la cama. Pero conmigo se porta con la delicadeza de un caballero, como si yo fuera una maldita rosa inglesa.¡El diablo lo confunda! ¡Quiero probar ese fuego de su boca y el tacto de sus manos! Quiero que me vea como una mujer deseable y no una niña. En Boston ahuyentaba moscones y aquí me sobran pretendientes.
¿Por qué no intereso al único hombre que yo quiero?
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