¡Manda narices! Estaba tan tranquila, abrumada por el maldito bicho que no nos da respiro, por la obligatoriedad de la mascarilla en la calle, por las intrigas familiares y demás tonterías...Feliz con las luces navideñas que me entusiasman, por los reencuentros con los amigos, el marisco...¡Y se me ocurre desayunar esta mañana con la radio! ¡A fastidiarse! ¡Mi limbo feliz a hacer gárgaras!
Aunque no lo ignoraba, porque nadie lo hacemos en realidad, pero lo había dejado olvidado en ese trozo de memoria que esconde lo molesto, para no romper la armonía que la televisión, los vídeos y las felicitaciones bonitas meten en nuestras mentes.
De golpe y porrazo, he sido consciente de la Navidad que contaban los periodistas de la radio, a los que los medios no les dejan publicar sus reportajes ni sus fotografías porque “ya no interesan”. Hablaban de esas gentes de los campos de refugiados, de los que se esconden y mueren de frío en la frontera de Polonia, de la que no hay imágenes porque su presidente(miembro de nuestra democrática Comunidad Europea) tiene prohibido el acceso a la prensa, de las miles de personas hacinadas tras las verjas de Ceuta y Melilla, de los sirios, de los afganos (que han dejado de ser interesantes desde que sacamos de allí a los europeos), de esas mujeres que sufren la trata de blanca siendo usadas como objetos por cabrones que se liberan de sus frustraciones pagando sexo, de tantas y tantas miserias que parecen haberse quedado dentro de un paréntesis porque HA LLEGADO LA NAVIDAD.
¡Qué afortunados somos los del primer mundo, cuyas únicas preocupaciones son la covid, las mascarillas y estar pendiente de si habrá fiestas o no en Nochevieja!
Menuda aguafiestas soy, ¿verdad? ¡Pues haber escuchado la radio esta mañana! Seguro que tampoco os hubierais quedado en silencio.
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