No
sabemos si lo hizo de forma consciente, como un desafío, o sin darse
cuenta. Andaba por las calles de su ciudad, esas que semejan una
inmensa jaula, cuando unos tipos uniformados increparon y
detuvieron a Mahsa Amini. Con pavor, se vio zarandeada y vituperada
hasta llegar a un sitio oscuro, regido por hombres más oscuros aún,
de alma tan negra como la noche. Dicen que se le paró el corazón.
Nadie lo duda, el terror puede matar. También los golpes.
Ahora,
muchas mujeres alzan sus voces y, aunque son acalladas a palos,
siguen gritando. Cualquiera de ellas es «una muerte anunciada».
Mientras, algunas mujeres solidarias se cortan un mechón de cabello,
en hermandad con ellas y con Masha , esa chica que nunca pensó en
ser mediática.
En
Europa lo podemos hacer desde la crispación, pero con la
tranquilidad de que nadie nos va a matar por desafiar a los
extremistas religiosos. Pero lo hacemos hoy, que son primera plana.
Mañana, la mayoría se olvidará de que esas mujeres siguen viviendo
bajo la opresión. Las dejaremos morir en vida, siguiendo adelante
con nuevos avatares.
¿Quién
recuerda a las afganas, las iraquíes, las sirias...? No solo las
mujeres de Ucrania están en guerra. No solo, por desgracia, Masha
está muerta.
Recibió
la bofetada y se encerró en sí misma. «El dolor no existe si no lo
dejo entrar», repitió como un mantra. Lo repitió tantas veces que,
cuando cayó en el vacío, una sonrisa se extendió por sus labios.
Se
oscureció el cielo. Se cerró el pasado. Las entrañas se le
encogieron de pavor al pensar en el futuro. Un futuro sin él, sin
planes pendientes. Ardieron sus mejillas por las lágrimas
incontenibles. No alcanzaba a entender cómo se gestiona un adiós
después de tantos años. Era incapaz de vislumbrar un futuro que no
fuera oscuro. No podía comer ni dormir, en un estado de aflicción
continua. De algún modo, pensó que su vida se acababa. No alcanzaba
a aceptar que, simplemente, se le abrían nuevos caminos.
Abrió
los ojos tras un grito que llenó de emoción a los presentes. «Es
una niña» declaró alguien, alborozado. Y ella supo que, a partir
de entonces, empezaba su historia.