"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 24 de noviembre de 2022

CUANDO NO ES UN JUEGO

 

Marta tiene trece años, es retraída y apenas tiene amigos. Le gusta estudiar y abrió cuentas en redes sociales para saber cómo se comportaban las chicas de su clase, para copiarlas e intentar ser «popular».

Un día le entra un chat de un chico que se llama Mario. Busca su perfil y dice que estudia en un instituto de su ciudad y que solo es un par de años mayor que ella.

Empiezan a chatear, a referirse los temas que les interesan y Marta, emocionada, piensa que ha tenido una suerte loca conociendo a Mario, que es su alma gemela. Le da rabia no tener pandilla a la que contárselo. Tampoco puede a su madre, claro. Es una carca que no entendería que se enamore de un chico al que solo conoce por internet; pero es que Mario tiene un problema con sus padres: son muy protectores y no le dejan salir entre semana y los «finde» se van a la sierra.

Pasan tres meses donde se airean intimidades el uno del otro. Mario confiesa ser inseguro y le pide a Marta si le daría su opinión sobre su físico. Ella, anhelante, asegura que lo hará. Él se hace de rogar y ella, para animarlo, se ofrece a enviarle fotos privadas, primero de su rostro, luego de sus pechos y, por ultimo – motivada por el entusiasmo de él – de su cuerpo desnudo. Un frontal.

Esa misma noche, Mario se descubre: o acepta practicar cibersexo o enviará las fotos a sus compañeros de instituto.

Marta, horrorizada, llora, le suplica, pero él no se inmuta. Le asegura que le enseñará cómo debe hacerlo. Le ordena que encienda la cámara de su ordenador y se quite las bragas. Muerta de pánico, obedece sus instrucciones. No puede verlo, tiene cubierta su pantalla, pero lo escucha jadear entre exigencias.

Durante dos semanas, bajo la amenaza de hacer públicas sus fotos, se ve sometida a la misma vejación. Deja de comer, vomita a menudo y es incapaz de dormir o concentrarse en sus estudios.

Sus padres se alarman al verla tan cambiada, pero ella niega sentirse mal. La llevan al médico y éste la encuentra baja de ánimo, nada más. Le receta vitaminas.

Marta se queda en la cama, llora a escondidas y se mortifica pensando en cómo delatar a ese mal nacido sin quedar ella como una zorra, «a fin de cuentas, le envié las fotos» Está segura de que, si denuncia, será la comidilla de su colegio. La mirarán al pasar, la llamarán «mosquita muerta»…

Esa noche, el pitido de su móvil delata que él la está esperando. Sin razonar, sin sentirse capaz de superar la vergüenza, abre su ventana y se precipita desde un quinto piso.

Meses más tarde, la policía descubrirá que la dirección IP del contacto de Marta corresponde a Antonio, un tipo de cuarenta y dos años, vecino suyo, casado y con tres hijos. En su ordenador hallarán las fotos de Marta y de cinco chicas más, todas menores. Ninguna lo ha denunciado.


«25 de noviembre, día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer». Porque hay muchos tipos de violencia.

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