"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 14 de septiembre de 2023

SE BUSCA...

 

Una vez, hace mucho tiempo, amé a un hombre con la efervescencia de mis veinte años. Me fascinó desde el primer momento: alto, delgado y gamberro, de esos que ocultan una fachada de ternura tras sus acciones locas. Yo estudiaba Magisterio y él era amigo de mis compañeros; salimos al campo un día de San Isidro y él se apuntó. Tonteó con todas, pero al final con quién quedó fue conmigo. Quizá mi interés le halagó; quizá le gusté.

Con él, mirando con sus ojos, descubrí Badajoz, esa ciudad que ahora amo como si fuera mi cuna. Vivía en la zona antigua, la más deprimida, pero me la mostró con orgullo. Pateamos la alcazaba, la plaza de San José, la del Ayuntamiento, el puente viejo, e incluso nos escapamos al río, los dos solos, en una ocasión.

Disfrutaba con «sus vistas», su charla amena, su descaro de mentira. Me derretía en su compañía. Llegó la feria de San Juan y nos montamos nueve personas en su Seat 600, con todo el jolgorio y la alegría que provoca ser jóvenes.

Tuve que retornar a mi casa; yo era solo una chica de pueblo y los veranos pertenecían a Don Benito. Le pedí que me escribiera, no lo hizo. Envió una postal, eso sí, de nuestro querido Guadiana. Desde entonces, no olvido su dirección: Soto Mancera, 16.

¡Jamás he deseado que un verano pasara tan rápido! Pero, como todo llega, comenzó mi último curso y él reapareció. Y bailamos en todas las discotecas, y bebimos en todos los bares. Sin embargo, hubo un antes y un después. Una charla en un bar que ya no existe. Le conté que escribía y él me miró con asombro infinito. Le quité hierro al asunto, asegurando que era muy mala, la verdad en esa época, pero que amaba las palabras igual que el ejercicio del magisterio. Él se quedó serio y me dijo «Tú sabes que soy electricista, ¿verdad?», asentí, encogiéndome de hombros. Seguimos saliendo juntos, solos y en pandilla, pero él se convirtió en nuestro río, aparecía y desaparecía. No sé bien cómo saqué el curso, pendiente de él.

Llegó de nuevo la feria y me llevó a los toros y yo, que soy anti taurina, los disfruté.

Estudié los finales con un oído en la ventana por si aparecía, y otro en el disco de Silvio Rodríguez que siempre irá unido a su memoria, «Al final de este viaje» ( Gracias, Nina, por tan grandioso regalo).

Le robamos tiempo al tiempo, pero todo se acaba. Mi carrera llegó a su fin. Era 1983. Entonces hicimos un trato: iríamos juntos al concierto de Miguel Rios, el Rock and Rios. ¡Jamás olvidaré su torso desnudo, enarbolando la camiseta mientras bailábamos como posesos!

Os preguntaréis a qué viene contaros ese episodio de mi vida, tan lejano, 40 años después.

Muy sencillo, el sábado 16 estaré en Sevilla, en la gira conmemorativa de aquel concierto, con un Miguel Rios rozando los ochenta y yo, infinitamente menos atractiva…Pero, si lo veis, ¿ le diréis que lo estaré esperando?

Mis ojos recorrerán las gradas y lo buscarán, mi corazón aleteando tan joven como con aquellos veinte.

«Alea jacta est»


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