"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 9 de octubre de 2025

EL CANARIO SILENTE

 

    Paquito estaba hasta las plumas de cantar; no le importaba haber nacido pájaro porque durante años disfrutó de sus trinos y de la admiración que despertaban, pero había llegado un momento en que no veía utilidad a lanzar sus sonidos al aire como si en el mundo no pasara nada. Desde el alfeizar de la cocina escuchaba todas las mañanas, en la radio de su dueña, la cantidad de tropelías que los humanos cometían unos contra otros y se le llenaba el pecho de congoja; durante un tiempo probó a cantar más fuerte, para no enterarse de las noticias, pero la señora que le echaba el alpiste le cubría con una servilleta cuando se negaba a callar y le reprochaba: «Qué canario más escandaloso» Lo sumía en la penumbra, pero él seguía oyendo.

    Con los años, su dueña se cansó de él y se lo regaló a una amiga. La mujer no podía saber cuánto le afectó su ácida despedida :«Anda, Paquito, vete a dar la lata a otra parte»

    En la nueva casa tomó una decisión: callaría para siempre. Los humanos no merecían disfrutar de una música celestial como la suya. Y se mutó en mudo.

    Su actual propietaria trataba de convencerlo con hojitas de apio como señuelo mientras susurraba: «anda, bonito, canta; si yo sé que lo haces muy bien» ; una vez incluso le amenizó con un palo de lluvia y estuvo a punto de caer en la tentación de liberar su garganta, pero resistió. Sabía que estaba echando a perder su voz y, posiblemente, su estancia en aquella cómoda casa, porque ¿para qué alimentar a un pájaro que no canta? Se prometió que, si en un año seguía allí, bien tratado, recibiendo cuidados a cambio de nada, se replantearía su opinión sobre los humanos y expandiría su pecho en un trino bello que compensara los meses de silencio. 

    Aunque la tristeza la sentía muy honda, aún le quedaba un espacio para la esperanza.

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