No voy a entrar en los estúpidos debates que se han puesto de moda en las redes sociales sobre «con Franco se vivía mejor» porque me resulta hasta ofensivo para aquellos millones de personas que no solo no vivieron mejor sino que murieron peor; murieron de hambre, de enfermedades, de cárcel o de fusilamiento.
Pero no, voy a otra cosa, a historias relacionadas con asuntos fútiles, como los trajes de baño de las mujeres. ¿Os imagináis estando en la playa, tan tranquilas, y que un par de señores se acerquen a medirte el largo de tu traje de baño? Eso ocurría en Europa y en EEUU a principios del siglo XX. Eran los «inspectores de decencia». Si alguna se había pasado en acortar más de lo establecido, la expulsaban de la playa, escoltada como a un criminal.
¿Os dais cuenta de que las indecentes siempre somos las mujeres? ¡Y nosotras nos hacemos cruces de los talibanes! Dan miedito, es verdad; pero hace solo unos años, las afganas iban a la playa en bañador como lo hacemos nosotras y ahora ahí las tenemos, cubiertas hasta las cejas. No quiero imaginar su nivel de frustración porque me pongo enferma.
No es broma lo que digo, las mujeres debemos unir nuestras fuerzas, sin importar la ideología, simplemente por el hecho de ser mujeres, para que no nos pisen derechos que tanto costó alcanzar.
En Polonia se ha puesto de moda que un hatajo de « »( pon tú la palabra, a mí todas se me quedan cortas) vayan por las calles luciendo un chaleco fluorescente donde pone «patrulla de putas»; hacen fotos o videos de las chicas que ellos consideran que van «provocando» y las cuelgan en redes para que el resto de descerebrados las pongan a parir. Nadie les para los pies. Que sí, que Polonia es uno de los países más retrógrados de la Comunidad Europea, pero cuando las barbas de tu vecino veas cortar, ya sabes, pon las tuyas a remojar.
Se acercan tiempos chungos, más para nuestro género, así que dejémonos de tonterías y seamos firmes.
En Islandia, cada 24 de octubre, las mujeres salen a la calle para conmemorar la victoria que lograron en 1975, cuando las amas de casa se manifestaron para reivindicar que lo suyo «también» era un trabajo, querían que la igualdad no fuera un discurso sino una realidad cotidiana; al año siguiente se aprobó la ley de igualdad salarial.
No es mío, pero lo suscribo: Cuando una mujer se levanta, incomoda; pero cuando lo hacen millones, el sistema tiembla.
Que no se nos olvide: trabajamos, viajamos sin carabina ni permisos masculinos, vestimos como nos da la gana y mil cosas más que nos parecen lógicas, porque muchas mujeres lucharon para que estemos aquí.
¡Ni un paso atrás!

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