Acabo
de terminar “El amante japonés” de Isabel Allende, y aparte de
llorar a moco tendido por su ternura, por esos personajes que crea
como si fueran lo más normal del mundo ( aunque yo, como escritora,
estoy segura de que debe trabajárselos a fondo), he “recordado”
un episodio que ya salió en una película que vi hace tiempo y de la
que no localizo el título, que en aquel momento me dejó impactada:
los campos de concentración de EEUU para japoneses.
Resulta que los americanos mandan a sus soldados a
luchar contra la maldad y el horror de Hitler, a liberar a los judíos
del exterminio al que estaban siendo sometidos ( ya sé que esa fue
la excusa, que soy mayor para que la historia me la vendan con
tonterías y que, como siempre, los intereses iban por otro lado);
pero en fin, decía que vienen a Europa en plan adalid de la libertad
y ¿ qué hacen en su propio suelo? Pues tras el bombardeo de Pearl
Harbor pillan a todo japonés que se mueve por su territorio y sin
importar que ya sean de segunda o tercera generación, tan americano
como el que más, los encierran en campos, les obligan a dejar sus
pertenencias, les expropian sus negocios y casas...Les tratan como
prisioneros de guerra, vamos, “por si fueran espías” y para
“protegerles de las posibles represalias ciudadanas.”
Como
bien deja patente Allende, para un carácter como el del pueblo
japonés, semejante humillación debió de ser brutal; y sin
embargo, la mayoría, como los judíos, lo aceptó; callaron y
perdonaron al final de la contienda; aunque no se les pidiera perdón
ni se les devolvieran los bienes perdidos. Los hubo, claro está, que
se rebelaron, pero esos fueron condenados a cárcel, desaparecieron o
se les extraditó a Japón. Para más vergüenza de su gobierno, el
batallón más condecorado por sus hazañas y por la pérdida de
vidas fue el integrado por japoneses, defendiendo la libertad de EEUU
frente al fascismo.
Sé
que soy una ingenua pero noticias como esas me duelen en las
entrañas. Se dice lo de que el hombre es un lobo para el hombre ( y
no me gusta porque me encantan los lobos) y debe ser cierto. Quien
más daño hace a la raza humana es el propio hombre. Tenemos esa
capacidad de destruir que nos convierte en monstruos peores que los
de pesadillas. ¿Cómo se puede odiar a un vecino de toda la vida
porque de repente alguien de su raza hace algo negativo? ¿Somos
responsables cada uno de lo que hacen otras personas como yo ? No me
sorprenden los fanatismos, después de todo. Si humillamos al prójimo
y nos sentimos superior a él, en cualquier momento tendremos que
pagarlo.
Tanto
peor es atacar como callar. Y eso lo hacemos a diario. Basta ver la
televisión, con los horrores que pasan cada día, con las
atrocidades de los muros, los nuevos campos de concentración con
los que queremos retener a los que ponen en riesgo nuestra “paz”,
el no denunciar al vecino que maltrata a su mujer, no reñir a los
niños que rompen papeleras... Pequeñas cosas que nos convierten en
consentidores... quizá de tonterías; quizá de atropellos.
Recemos
porque algún día, como decía el poema ese que ronda por todas
partes atribuido a Bertolt Brecht y que ya ni sabemos de quien
es...."Primero se llevaron a ......pero no me importó. Y un día
vinieron a por mí... y no hubo quien protestara".
No hay comentarios:
Publicar un comentario