Me
acerqué, atraída por la belleza del conjunto. Aparqué mi auto a un
lado del arcén y bajé a mirar. Sólo una viejecita meciéndose en
su mecedora bajo un álamo guardaba semejantes tesoros. Me regodeé
acariciando el farol, la cafetera, el botellón de vidrio verde, la
caja con forma de corazón...Ella me sonreía tras una enigmática
mirada, analizándome quizá, preguntándose si yo sería digna de
llevarme alguno de sus recuerdos.
Intrigada
le pregunté por los cupcakes y me invitó con un gesto a tomar uno.
¡Estaba delicioso! Me ofrecí a comprar unos cuantos y negó,
divertida. Con el ceño fruncido inquirí si algo de aquello estaba a
la venta y, para mi sorpresa, negó con un ademán. Querría el
farol, insistí. ¡Ella asintió! Perpleja lancé
una cifra al azar y finalmente pude escuchar su voz cascada:
Llevátelo. Sabrás cuidarlo y él iluminará tus noches
como hizo con las mías. No supe
cómo actuar. Estaba tan asombrada con la situación que me quedé
absorta.
De
repente, unos faros iluminaron la carretera y miré en su dirección.
Cuando volví mi interés al pequeño claro grité de zozobra: el
mercadillo no estaba; sin embargo, el farol descansaba junto a mi pierna.
Lo tomé en mis brazos y
corrí al coche.
Mientras
desaparecía tras la curva me pareció que los arboles se mecían misteriosos, cantando alguna extraña melodía. Diría que lo había
soñado...pero el farol en el asiento del copiloto me decía que
había sido real.
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