Tengo
una suerte negra. Estaba tan tranquila en casa, con la comida y la
cenita organizada, liada con mis cosas, cuando recibo un mensaje de
mi amiga Julia: «Mis hijos me han dejado tirada a mediodía. Me voy
con Miguel a picar algo ¿ te apuntas? » Y yo, pues claro, me
apunto. De paso, no cocino mañana, que con los calores del verano lo
llevo fatal. Me acuerdo del sitio espectacular que descubrí el otro
día y le digo «en tal a las dos y media». Llego la primera y
descubro, pasmada, que sólo hay postes de toldos y persianas
bajadas. En toda la plaza, un solo local abierto. Cruzo los dedos y
allá que me largo, esperando pillar mesa...Y la pillo. Para bien o
para mal, la pillo. Cuando llegan mis amigos estoy bebiendo tinto de
verano y sudando desde la nuca al culo. Empapada, vamos. El interior
hasta los topes. Con aire acondicionado, faltaría más. Discutimos
si quedarnos o largarnos a casa y Julia dice que nanai, que ya que se
ha arreglado, ella está muerta de hambre y aguanta. Pedimos ronda de
bebidas. Esperamos. Las mesas de alrededor van quedando vacías.
Normal, el calor abrasa. Rogamos por los ventiladores muertos de asco
en una esquina y cede la chica en ponérnoslo, eso sí con cara de
ogro. Suplicamos la bebida y nos da un alegrón «Dentro se queda una
mesa libre» La asaltamos y nos traen las cervezas. Pedimos unas
tapitas y una ración para compartir. La tele a toda pastilla,
aunque nadie la atiende; esa jodida manía de los bares. Nos entra
la risa tonta; « con la mugre de la mesa, a la cocina ni asomarse»
«la camarera sigue missing» «están sirviendo a esos que ya
estaban cuando llegamos; igual nos toca» Y nos toca. Hora y media
después de haber llegado. Cuando traen la cuenta que si queremos
chupito. ¿Chupito? ¡Son las cinco de la tarde, lo que queremos es
la siesta que nos han robado! Pagamos sin dejar propina ni dar las
buenas tardes; en plan groseros, cierto, pero vamos, es que el
servicio ha sido de dejar comentarios en internet. Juro que a mí
esta gente no me ve más el pelo.
¡Estoy
hasta las...! Al imbécil de mi jefe se le ha ocurrido abrir hoy,
después de un extenuante puente de la Virgen, que anoche recogimos a
las dos y media, y hoy a las doce estaba a pie de calle, con el
delantal y el maldito uniforme negro que me asfixia de calor. La
plaza entera está vacía y somos la única oferta para que a medio
barrio se le ocurra salir un miércoles a comer fuera. Todos
con
prisas. Con sus consumiciones delante, sus vacaciones, sus risas...y
yo aquí como una imbécil intentando poner buena cara mientras
suelto «de eso no nos queda» , porque claro, con una cocinera sola
en la cocina y conmigo haciendo de pinche cuando estamos menos
liados, mi jefe piensa que sobra, pero no sobra, que la gente pone el
gesto desabrido y termina con irónicos «pues tú nos dirás qué os
queda» o «bueno está,
nos aguantaremos», que de todo hay entre la clientela. Para remate,
me llegan tres y dale
con el calor, que les ponga el ventilador.¡Con
él les daba en la cabeza! Pesa
un huevo y el tío ni se ofrece a ayudar. Encima, me avisan de barra
que queda una mesa libre y se la ofrezco. Ven el cielo abierto, a
ver, pero ni las
gracias dan. Les sirvo como puedo y me ponen a cien con sus miraditas
de «ya te vale». ¿Ya te vale, capullos? Mientras ellos se ríen,
sirvo mesas, pelo patatas,friego vasos, reparto cuentas...Intento
ser amable y les ofrezco un chupito al
final. ¡Menos mal que
no han querido!¡
41 con 10 y hasta los diez me han dado!
Este relato lo he escrito para la revista digital 20 minutos.No es incompatible que lo comparta en mi blog así que ahí os lo regalo. (Basado en un hecho real, que se dice)
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