Regresar
a mi pueblo ha supuesto un cúmulo de sensaciones contradictorias;
por un lado la alegría inmensa de reencontrarme con los míos, y por
otro, la tristeza de abandonar una ciudad donde dejo amistades
valiosas y un barrio en el que me sentía integrada. Para que la
cosa no fuera tan dura me zambullí en los festejos de la feria y he
disfrutado a tope con el concierto de Melendi ( ese tío es un poeta
y un crack en el escenario) pero casi un pelín más – cosas de la
edad, imagino – con el de Burning. Fijo que muchos ni los conocéis,
pero para mí son el símbolo de una época roquera, de fogatas a la
luz de la luna y viajes en autos a oscuras. Hacía siglos que deseaba
coincidir con un concierto suyo y cuando al fin he podido estar no me
han desilusionado en absoluto. ¡Y eso que ya ESTAMOS viejos! ¡Dios
mío!, de los originales sólo queda un miembro y cuando salió a
cantar llevaba manga larga bajo la chupa! Claro que hacía un frío
del c… Hasta cerca de las dos estuvimos aguardando que comenzaran,
escuchando a otros grupos que, no es por nada, pero no eran ellos.
Soporté frío, dolor de pies, me «coloqué» con la gente que tenía
al lado, aguanté empellones... pero por encima de todo me
enterneció contemplar familias enteras - los padres con aires de
los 80 y los hijos respaldándoles - siguiendo la actuación. ¿Qué
tendrán ciertos estilos musicales que tendemos a perpetuarlos en
nuestros retoños con énfasis? Ese rasgar la guitarra imaginaria o
tocar la batería...esos vaivenes de caderas… ¡Qué gustazo!
Escuchar
en directo a una banda de rock no tiene precio. Escuchar letras como
«Qué hace una chica como tú en un sitio como este» o «Mueve tus
caderas» o «No es extraño que tú estés loca por mí» . ¡Guay!
Ni frío, ni pies, ni porros. Integración absoluta y griterío
siguiendo los alardes vocales del cantante...Juventud recuperada.
Corazón ensanchado.
Gracias
Burning. Por tantos buenos ratos.
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