Meteré en una maleta lo único que merece la pena acarrear:
tu mirada al escucharme, preñada de admiración;
tus besos, tus caricias.
Los ratos con los amigos,
las risas, las confidencias al calor del café.
Esas cartas que intercambiaba con mis niñas,
evidencias de sus gustos y deseos,
que me hacían añorarlas con locura.
Las serenatas de la pandilla
cada vez que cogía un tren a Badajoz.
El recuerdo de los rostros que amé y me amaron,
que son muchos.
Los crucigramas de mi padre, quizá,
y aquella cinta de Bosé que me compró.
Las manos y los ojos de mi madre.
No podré elegir ni un solo libro
porque son demasiados los que disfruté;
ni siquiera los míos merecerán la pena.
Y, cuando la cierre y emprenda el ineludible viaje,
notaré que pesa poco.
¡Todo se vuelve liviano
cuando nos enfrentamos al oscuro desconcierto
del futuro!
Pero erguiré la espalda y le saldré al encuentro,
satisfecha de este tiempo que viví.
Me suena de algo hermana
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